Esa palabra “nunca” es muy
fuerte, pues asegurar que algo no ocurrirá jamás es mucho decir. Nada dura para
siempre, y las monarquías reinantes en varios de los países más prósperos,
democráticos y decentes del mundo, entre ellas la nuestra, también saben que no
deberían arriesgar demasiado en determinados lances del juego. No deben llegar
a pensar que están por encima del bien y del mal, que su reino no es de este mundo
y que sus actuaciones privadas deben quedar fuera del escrutinio de la ley. Que
Urdangarín esté en la cárcel y que haya causas abiertas por delitos fiscales sobre
las cuentas en Suiza del anterior rey, es muestra de que eso no es así. Que
Pujol y otros dirigentes regionales no habiten una celda desde hace años ya no
sé decir de qué es muestra.
Los comportamientos
individuales, aun siendo reprobables y perseguibles, no sirven para
descalificar instituciones. De hacerlo, ninguna deberíamos conservar en nuestro
país ni en muchos otros. La Generalitat de Cataluña y los partidos que la desgobiernan
serían ejemplo de instituciones que habría que suprimir si fuese por nivel de
corrupción, incompetencia y ejercicio desleal y partidario de sus funciones
durante demasiado tiempo. Si revisamos los comportamientos de los jefes de
estado de los distintos países del mundo actual podemos encontrar casos de
corrupción, de regalos de diamantes o villas de recreo, lujosos coches,
comisiones por compras y ventas del estado, incluso de apropiamiento por parte
de las camarillas gubernamentales de gran parte de los recursos petrolíferos y económicos
de algún país. Lo curioso es que todas estas cosas las encontraremos casi siempre
en repúblicas o en las monarquías medievales de países del oriente próximo o
lejano, pero no en las europeas. Si se trata de repúblicas nunca se apunta como
solución acabar con el régimen para instaurar una monarquía. Cuando se enjuició
a Sarkozy o a Chirac, por ejemplo, a nadie se le pasó por la cabeza echar mano
de los sucesores del descabezado Luis XVI, último monarca de una Francia que se
quitó de encima a un rey para acabar soportando un emperador semidivinizado.
La casa real británica, que
por cierto acaba de lanzar al mercado una ginebra con botánicos de los jardines
del palacio de Buckingham, una institución secular que tiene propiedades
territoriales del tamaño de provincias y que protagoniza escándalos que han
llevado a su Graciosa Majestad a ir borrando de la nómina a la parte de la
familia que no da la talla que se le exige a la institución, es escasamente cuestionada.
Por no decir nada. Todas las monarquías constitucionales son sistemas que se
rigen por los valores republicanos de la democracia parlamentaria, donde la
cabeza coronada se limita a cortar cintas inaugurales, leer discursos
redactados por el gobierno y firmar leyes aprobadas en el Parlamento. A veces
conteniendo las lágrimas al firmarlas, pues la reina, que ha enterrado a varios
papas, casi una docena de presidentes de USA y ha visto nacer y morir países y dictadores
tras arruinar lejanas repúblicas, atesora más conocimiento, prestigio y fuste
que la mayoría de los primeros ministros con los que ha tenido que despachar a
lo largo de décadas, apenada por la degeneración general que ha llevado a Gran
Bretaña y al mundo a pasar de estar gobernados por dirigentes como sir Winston Churchill
a padecer a Boris Johnson, bufón más acorde con los tiempos. Cuestionar lo democrático
del sistema sería olvidar lo esencial, que es su dependencia de los poderes que
sí han sido elegidos, tanto como la capacidad del pueblo para decidir eliminar
la monarquía si llegara a considerarlo conveniente, algo que está muy lejos de
ocurrir, allí y aquí. Si tenemos una monarquía es porque así lo votamos
mayoritariamente en 1978, aunque algunos o no leyeron lo que votaron entonces o
ahora se hacen los olvidadizos en un alarde de esclerosis facial. Si alguna vez
en el Reino Unido se optara por una república, lo que entraría dentro del
terreno de lo milagroso, el Estado seguiría tal cual, algo que es diferente en
nuestro caso. Se cuestiona aquí la monarquía como objetivo lateral, pues el
botín buscado es eso que llaman con desprecio “el régimen del 78”, es decir, la
época más próspera, democrática y decente de nuestra historia, a pesar de no
pocas manchas, muchas de ellas provocadas por algunos de los que hoy la atacan.
Algo muy apreciado por una gran mayoría de los españoles.
La función del rey,
especialmente en España, es de representación, de símbolo y garante moral de la
unidad. Y si tiene tan poco poder, por decir que alguno tiene, es así porque
renunció Juan Carlos al inmenso que pudo haber tenido, a mucho más de lo que quienes
desearían sustituirlo se muestran dispuestos a renunciar. Puestos a elegir
embajador, símbolo y figura, prefiero a un descendiente de Luis XIV o de Carlos
III antes que a los candidatos que me vienen a la mente. Además, se le ha
formado para ello desde niño, lo que al menos nos evita ser avergonzados por
algún candidato en chanclas. Es justo reconocer que el emérito parece ser que
no ha estado a la altura exigible en cuanto a escrupulosidad en algunas
actuaciones, si así se probara, pero nunca hubiera podido alcanzar las altas
cimas del latrocinio con la perfección y la impunidad con que muchos otros
dirigentes electos nos han ofendido.
Algunas ideologías políticas, tan acertadas en sus análisis de las situaciones injustas y necesitadas de mejora como incapaces de solucionarlas, salvo para sí mismos, tienen ese halo romántico que proporciona la utopía, lo que a cambio les acarrea el lastre de un error inicial acerca de lo que cabe esperar del género humano, del buen salvaje de Rousseau. Hablan de que el pueblo es sabio, siempre tiene razón, de nada es responsable y todo lo merece, y claro, con esos mimbres poco cabe esperar al tomar tierra. Son discursos de oposición, no de gobierno, y si gracias a sus engañosos encantos lo alcanzan, queda al desnudo su incompetencia y su desajuste con el mundo real. Lo cierto es que muchos no creen lo que dicen, pues en realidad desprecian al pueblo en cuyo nombre dicen hablar y muchas muestras dan de ese desprecio. Que las urnas les digan otra cosa y sólo una escasa parte del pueblo les apoye es algo que pasan por alto; tras contar los votos que los revelan como cuarto partido siguen presentándose como únicos portavoces de la gente, del débil, del oprimido, aunque no siempre lo sean. En último extremo parecen apelar, como los monárquicos del antiguo régimen, a un poder merecido, otorgado por la gracia de Dios, algo etéreo que no necesita otros respaldos. Tengo la razón, y basta. Si no alcanzan el poder es por turbias maquinaciones de poderes ocultos, arcanos, o de otros como el judicial, bastardos hasta que sean nobles y legítimos, es decir, cuando ellos los nombren por adhesión a sus doctrinas, como no se recatan de avisar.
Me refiero, como se ve y claro está, a los extremistas, a los fascistas de izquierdas, pues tanto han estirado de la palabra y del concepto que han llegado a hacer posible que incluyamos en él a muchos de sus comportamientos y protagonistas. En España, como en el resto del mundo, ambos extremos se confunden, aunque apliquen su fanatismo de forma distinta o a distintas cosas. Decir que son especulares puede hacer que parezca equidistancia, intento de blanquear un fanatismo confrontándolo con otro, pero la culpa es suya. Ambos necesitan de ríos revueltos para nacer y más para crecer. La prosperidad y la justicia los deja sin tablero para jugar su partida, incluso sin partida que jugar, pues sólo la desesperación y el desánimo permiten que sus mensajes a medida, sus lamidas de oreja a parroquias equiparables, refractarias a la realidad de las cosas, encuentren calor y calen en los cerebros menos amueblados u ocupados en otras urgencias.
Los que provocan este escrito
aman la inestabilidad, el empezar de nuevo, pues nada hay que conservar, menos
que celebrar, ya que nada ven en nuestra historia que haya que enseñar a nuestros
hijos, más motivo de vergüenza que de gloria, según tales personajes, algo muy
distinto de lo que podemos ver en esos países que dicen admirar, procurando
obviar aquellas cosas que en la comparación con seguridad nos favorecen.
Leo en las redes, justo cuando
se hace pública la carta del rey Juan Carlos cómo, por parte de los guardianes
de la decencia y la verdad, poniéndose la venda antes de la herida, se nos avisa
de que el facherío, la caverna mediática, la extrema derecha, los de siempre,
dirán —diremos— esto y aquello, encontrarán excusas y justificaciones para
defender a un rey ya condenado por ellos. Las palabras, grabaciones y manejos
de Villarejo, ciertas cuando conviene, falsas cuando no, cosa que para ellos
también ocurre con la bondad de los fallos judiciales, son ahora tan incuestionables
como convenientes. Afortunadamente y para su disgusto vivimos en un estado de
derecho en el que la ley es casi igual para todos, algo que digo sin coña pues,
igual que los bancos, su redacción tiende a ser en exceso benevolente con dirigentes
políticos de variado pelaje ideológico pillados con el carrito de los helados, desmanes
jaleados si ajenos y callados si propios. No olvidemos que las rendijas y
prescripciones por donde se nos escapan a diario delincuentes de ese y otros gremios
o cofradías son obra y producto de la legislación confecccionada por ellos
mismos, algo que siempre prometemos arreglar desde la oposición, pero que ya en
el gobierno queda ad calendas græcas. Algo
así como la supresión de las diputaciones o la reforma del Senado.
Corrupciones ha habido muchas, algunas
multimillonarias, otras pequeñas. No salpican por igual a unos partidos y
sindicatos que a otros, algunos no han tenido tiempo, pero el parroquiano que
justifica lo poco avisa que soportaría lo mucho, poniendo ramitas en el nido
que incubará el huevo de la corrupción de los suyos, que asume de antemano. Quien
es tolerante con sus propias irregularidades fiscales o laborales ya apunta
maneras. Decir, como se suele, que ya salió lo de siempre, la plantilla de Echenique,
que ya están los fachas aquí, y otras excusas de mal pagador, es muestra de lo
que digo, todo hecho o argumento es bueno si no se aplica en mi contra. Poca
decencia política y nula honradez intelectual. Tan escasa como el respeto que merecen.
Malo es que se nos advierta de
lo que no hemos de decir, de lo que tenemos que dejar de opinar, de aquello que
hay que evitar pensar para no entrar en ese terreno indecente que empieza justo
donde acaba la ideología del que nos avisa, pues todo lo demás es territorio
facha. En mi molesta opinión, peor es aún leer que desde una vicepresidencia
del gobierno se hable de huida, o desde sus aledaños, se envíe al más deslenguado
de sus portavoces a pedir que se retire el pasaporte y se impida la salida de
España de alguien que ni está judicialmente acusado de nada, ni encausado. Se
huye en el maletero de un coche, como Puigdemont, perseguido por la justicia
por sus delitos probados, personaje y hechos para ellos más defendibles. Al menos por el
momento no estamos en ese caso con el rey abdicado. No es cuestión de matices
ni de formas, es cuestión del concepto que sobre la justicia y el estado de
derecho tienen semejante orate y su cuadrilla. Sencillamente temible, dictatorial.
En ese ahora o nunca pide ya el gran coro de los más cafeteros empezar a renombrar
calles y plazas, que siempre encontraremos en la peña y en sus ancestros
ideológicos alguien mejor para titularlas que Juan Carlos I o Juan de la
Cierva, como con tantos otros mejores que los proponentes se hizo antes. Por
supuesto, es el momento de arrancar del edificio constitucional la clave de
bóveda de la monarquía.
No corráis, hermanos, que con
las prisas vais a tropezar, pues tal vez algún día llegará una república y esperemos
que si así ocurre sea para bien, que salga mejor que las anteriores; pero hoy sucede
que uno de los sostenes de la monarquía es la indignidad de no pocos de sus más
acérrimos enemigos. Si queréis una república, si queréis que lleguemos a
desearla los que hoy la rechazamos, soltad lastres, que muchos tenéis. No
vendrá nunca de la mano de los que montan homenajes en pueblos y villorios del
País Vasco a asesinos locales cuando salen de la cárcel, ni de separatistas
xenófobos e insolidarios, ni del lumpen okupa, ni de otros de vuestros amigos, que
presentáis como avales y señas del régimen republicano. Gran error.
No caeré yo en la indecencia
de generalizar, como hacen muchos de ellos, de decir que todo republicano es así,
ni siquiera sugerir que no quepa nobleza, honradez y sentimiento democrático en
muchos de los que prefieren y defienden un régimen republicano, aunque lamento
que no renuncien a ciertas compañías que manchan su propuesta. Tienen buenos
argumentos, razón en algunos de ellos y, por descontado, derecho a defender sus
posturas. Sólo estos últimos son los que reconocerán en mí y en otros lo que yo
les reconozco a ellos: que es legítimo y decente defender una u otra cosa con
la palabra, con el argumento, y no cabe hacer como los más miserables, que de
antemano nos avisan y nos descalifican anticipando que vamos a decir cosas que
les desagrada escuchar, intentando amedrentar para que no las digamos. Blanden
en la mano la tea de quemar herejes, arrepentíos pecadores, renunciad al
maligno, sólo en la fe verdadera encontraréis perdón. La jauría en las redes
ataca después a los atrevidos. Para esos fanáticos totalitarios, como para cualquier
otro modelo de ellos, mi desprecio más absoluto. Vaya en su descargo que, salvo
escasos opinantes con criterio, que también los hay, gran parte de los que aparecen
unánimes en las redes echando vapores sulfurosos por las narices, no dan para
más; se trata de simples ecos, bastante abundantes en los bandos extremos, pero
que dicen lo que haya que decir, defienden lo que haya de defender según soplen
los aires en su peña. Esos que citan poetas que nunca han leído ni leerán, lloran
lo que haya que llorar y ríen lo que haya que reír, comparten todo lo que les
llega de su burbuja, que repiten lemas y consignas, pues nunca han pensado nada
por sí mismos, son simples figurantes que se encaraman a una carroza que creen
triunfal para recibir unos aplausos dirigidos al santo y que por sí mismos nunca
llegarían a merecer. En el fondo lo saben. Sus disparates son su minuto de
gloria en su parroquia y un hazmerreír para el resto.
En la situación actual, que llamar
desesperada es quedarse corto, creía que habíamos quedado que todos a una, que
los esfuerzos debían concentrarse en salir del abismo dejándose de banderías,
maximalismos y disputas estériles. Veo que no. Entre el amor y el dinero, lo segundo
es lo primero, que diría Corinna; entre la ideología y el sentido común el
orden es el contrario. Que no anuncien jaque mate tan pronto, que las fichas para
esa partida ni siquiera han salido al tablero.
A mí tampoco me gusta generalizar, pero si generalizar es decir; que estoy con absolutamente todo de lo que dices en este escrito, que también hay que echarle valor para decir cosa tan taxativa, en esta ocasión generalizo y digo que me parece una reflexión brillantísima digna de ser publicada en un medio de comunicación libre y con gran repercusión.
ResponderEliminarA título de anécdota, hace un par de días lance un "meme" a través de WhatsApp, que recibí a través de una tercera persona y me pareció pertinente enviarlo, junto con una apreciación de mi cosecha, que solo pretendía no hacer daño ("prefiero tener una monarquía parlamentaria, a tener un presidente de la republica República que fuera Pablo o Pedro,Nicolás Sarkozy, etc...). Te aseguro que el cincuenta por ciento de las respuestas que obtuve estaban fuera de lugar, por una razón, se era republicano porque si, razón un tanto pobre intelectualmente. Respuesta de una persona que socialmente ostenta títulos académicos; No, yo no. Y menos borbónico. Republicano convencido de años. Pero así es la vida y ahí están las preferencias ideológicas y formas de mirar de cada uno. De momento así están las cosas y el emérito en Estoril.
Mi respuesta se hizo esperar porque a priori creía que no debía responder, pero no ; respondí.
Humildemente le comenté que Carlos III de España y VII de Nápoles y de Sicilia, impulsor de la historia de Pompeya y de Herculano, del urbanismo más progresista (véase Villanueva o Sabatini precisamente el que proyectó "La puerta de Alcalá") no lo hizo tan mal, visto desde una perspectiva histórica, algún erudito dijo en la época a que me remonto, la famosa frase: "el mejor alcalde el Rey" fdo. Félix Lope. Puestos a escoger a mi mi gustaría a mis representantes de forma directa y no partitocratica, y con los instrumentos que ofrece la ley convocar un referéndum si así parece que se estima, recibe un cordial saludo.
Bueno, insisto en la brillantez de tu cabezo y te felicito amigo.
Soy afortunado al leerte.
Gracias.
Que estoy absolutamente de acuerdo en todo lo que escribes en este escrito...
ResponderEliminar(Perdón no sé si hay alguna opción para rectificar, ya publicado lo escrito)
Muchas gracias, querido amigo. No, no hay opción para rectificar, ni quien escribe ni yo como administrador del blog. Se puede eliminar el escrito y publicar la versión corregida, pero está más que claro lo que quieres decir. Como decía, te agradezco mucho tus comentarios. Un abrazo.
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