domingo, 21 de febrero de 2021

Epístola luperca

 

Leo un artículo de Lluis Basset sobre Draghi y su discurso como nuevo jefe del gobierno italiano y... me da mucha envidia de Italia. Fíjate tú. Dice Draghi, que ya salvó el euro y ahora va a intentar salvar a su país con un gobierno de unidad nacional aquí tan necesario como, por ahora, inimaginable: “Sin Italia no hay Europa. Pero fuera de Europa hay menos Italia. No hay soberanía en la soledad. Solo hay el engaño de lo que somos, el olvido de lo que hemos sido y la negación de lo que podemos ser”. “Hoy la unidad no es una opción, la unidad es un deber. Pero es un deber guiado por lo que estoy seguro nos une a todos: el amor a Italia”.

Si alguien dice algo así en el parlamento estepaiseño o en los virreinales una de dos, o lo toman por loco o por facha. Seguramente se le supondrán ambas virtudes.

Como miembros de la misma familia que somos, primos hermanos mamones de Luperca, que siempre del Mediterráneo y luego de Roma venimos, se nos parecen los italianos en muchas cosas, pero son muy diferentes en otras. Están acostumbrados nuestros primos de leches remotas a cambiar de gobierno, incluso a vivir sin él, a tejer pactos aquí inverosílimes, a veces al filo de la navaja; a mezclar el agua con el aceite sin los grumos que aquí nos salen en estas mezclas difíciles. No le cogemos el punto a esos alliolis. Será porque usan nuestros próceres la mano del mortero para arrear porrazos al contrario, incluso al socio. Y ponen la cocina y el parlamento perdidos. Además, con el testuz lleno de chichones y mataduras no se piensa más que en devolver los golpes. Y en ello están gran parte del día y de los días.

 Tienen casi todo lo bueno y mucho de lo malo que aquí tenemos, empezando porque la justicia aún se imparte a base de latinajos. Y que nos gustan las calles, hasta el punto de que todos dicen que son suyas. La quemé porque era mía, puro machismo criminal. Como nosotros, tienen sus extremos y sus locuras, siempre muy creativos y ocurrentes. Sus payasos, será porque inventaron el circo, sus antisistemas incrustados en el sistema del que reniegan, pero cebados por él. Otros mamoncillos. Nada tienen que envidiar los nuestros a sus grillos y sus mantis, a sus fieras en sus circos, sus cigarras y sus hormigas, sus lobos y sus corderos, sus pavos reales y sus cotorras, sus buitres y sus cerdos, sus tenias, unas solitarias, otras societarias y arracimadas. Sin salir del reino animal tienen en el foro, como aquí, señoritos abonados al palco, imbéciles con balcones a la calle, xenófobos, cabrones con pintas, cantamañanas y abrazafarolas de uno y otro pelaje, con su verborrea, su desvergüenza y su canesú. Y, además, la mafia. Varias. Y allí están, los reyes del diseño, siempre unos artistas. Nos dicen, (Andreotti refiriéndose a nuestra política), que aquí manca finezza, y se quedan cortos. Aquí tenemos gerifaltes que son neurocirujanos operando con legona. Y algunos pacientes aplaudiendo la suerte y diciendo que con qué mejor

Pero cuando pintan bastos en Italia se ponen de acuerdo, a veces en el último segundo, ya asomados al barranco. Y se sacuden a los extremos, esos insectos dañinos que les caen en el hombro a las democracias, las parasitan, chupan de ellas todo lo que pueden, las infectan y las hacen peores, las cuestionan y las ponen en peligro. De palabra o de obra. Un hereje está bien en su secta, pero no en la conferencia episcopal.

En Italia se ponen a las cosas, ese consejo que un Ortega y Gasset escaldado dio a los argentinos en 1939. Aquí nuestras cosas vienen siendo el Hasél, el impostado e inexistente problema de los estudios de la infanta, o el inoportuno de si monarquía, república o directorio, si son presos podencos o políticos galgos, si nos vamos de la sede, como el que deja un hueso en un santuario creyendo dejar con él la artritis, si nuestra democracia es de recibo (o de albarán) o si la podemos estropear para que deje de serlo. Si la caja de estos era A o B y la de aquellos C o D, a ver quién está pagando la niñera,  si odiamos al que debemos de odiar o no atinamos al elegir, si nos ponemos de acuerdo en qué hay que olvidar y perdonar y lo que no; si al dar por bueno que alguien se crea Napoleón debemos también alojarlo en las Tullerías y luego enterrarlo en la iglesia de los Inválidos, si a esta ley le buscamos opositores porque no la hemos presentado nosotros, si Jack el destripador era o no era un hombre de paz, si la libertad de expresión se amplía a adoquines, teas y saqueos, si los okupas existen o es ilusión, si la violencia policial en los disturbios debe ser proporcional a la de los vándalos o si sería necesario y más razonable que fuera mayor, como poco disuasoria, a menos que queramos contemplar con interés deportivo quién gana, cuando está claro quién necesariamente tiene que ganar. Salvo los que se ponen en corto respecto a la democracia, que los hay, y bien situados, hasta excelentísimos. Si gastar millones de dineros públicos en financiar los desvaríos de mi secta,como viene ocurriendo decenios en Cataluña, es malversar, robar o es gasto corriente, si aquella asonada parlamentaria, entre surrealista y alucinatoria, fue golpe o gachapazo, si la justicia debe de ser independiente o lo suyo es que dependa de mí, etecé, etecé. Esas son nuestras cosas, una pequeña muestra de ellas. Las que nos entretienen. Estos son (o quieren que sean) nuestros dilemas, entre otros que, como decía el físico teórico Wolfgang Pauli acerca de algunos argumentos estrafalarios: ni siquiera son falsos.

 Siempre nos pilla el toro, y más desde que hay tanto antitaurino. O el virus. Uno porque corre mucho y ya no sabemos escurrir el bulto, otro por que no se le ve venir y porque hay más virus que mihuras y victorinos. Hay muchas cosas más gordas que tampoco vemos, ni queremos ver, ni ir ni venir ni caer. Por eso también nos pilla la nieve en una carretera que se nos avisó que quedaría bloqueada. Que vengan por mí, pero ya, que para eso está el Estado, el gobierno y la diputación. Si no el ayuntamiento. Para eso y para todo, que yo con nacer ya hice lo mío y de pagar impuestos, tampoco hay que pasarse. Pues anda este. El problema nacional durante la pandemia ha sido más el cierre de los bares que los muertos, para qué nos vamos a engañar. De todas formas casi todos eran viejos demás, aparte de que las pensiones se ponen en un Perú. No hay mal que por bien no venga, habrán pensado algunos jóvenes rumbo al botellón, si es que algo piensan. Afortunadamene la mayoría son mejor que eso. De infamia a infamia, como algunos no saben si este país es uno o trino, como ocurre con todo lo espiritual etéreo, volátil o licuable. Desde luego el país es exprimible, que el mundo tiende a lo líquido y no está demás ayudar al proceso. Y repartible, parcelable y escriturable, que el terruño es el terruño y a ti te encontré en la calle. Quedamos en tener autonomías, no autonosuyas, que los territorios también se inmatriculan, lo que no es raro dado el porte y carácter episcopal de algunos dirigentes meapilas y trabucaires de talante carlistón.

 En fin. Aunque no creo que fuera suya la frase, hubo un presidente de la diputación de Albacete que, apaletando el lenguaje tal vez para sugerir que era refrán, no idea suya, decía que “a gastar mientras haiga y cuando no haiga, a poner orden”. Cuando llegue el momento de hacer la raya y sacar cuentas, si por entonces hay en el gobierno alguien que recuerde cómo era eso de sumar llevando, que no llevamos camino con tanta y tan mala reforma educativa, no sé si estaremos ya a tiempo de poner orden, que vivimos de prestado desde hace ya demasiadas legislaturas. Y un país, como una familia o una empresa, puede pedir un préstamo para un gasto urgente, imprevisto, ocasional. Para financiar una inversión, una casa, una infraestructura, única deuda o hipoteca que se debería dejar como herencia. Pero no como modus vivendi para pagar las nóminas ni para comer. Si no ganamos ni para comer, hay que cerrar la boca y la industria. Y en esas están ya muchos, sin comerlo ni beberlo, que ni hay dónde ni con qué. Lo que no podemos es cerrar el país, aunque a no pocos le gustaría. Sigamos debatiendo de gilipolleces y dedicándonos a justificar paridas, o a rebatirlas, siempre según quién las diga, que el despertar va a ser crudo y la casa sigue sin barrer.


2 comentarios:

  1. Que pena, Pepe, que no exista ya «La Codorniz». No es que allí aprendiera yo a leer, pero sí lo que era un humor inteligente. Aún conservo en casa —los compré después— un par de libros de Chumi Chúmez. Podrías haber publicado algo en un medio como ese. Y hubiera llegando a más gente (perdón, a más personas, que siempre ha habido clases, de nuevo con perdón). ¿Te gustan las frases de políticos? A mí una amiga, mayor que yo, que ya es ser mayor, me contaba que su padre le contaba que, en el Sabadell pre-republicano, hubo una vez un alcalde muy popular que, cuando los obreros de las manufacturas textiles salían en plan huelga/bronca y de acercaban al ayuntamiento él salía al balcón, los escuchaba y luego ordenaba: "¡Que salgan los músicos!". Y salían los de la charanga que a tal fin tenía ya preparada, y entonaban sus melodías, y la gente se olvidaba por un momento de sus cosas y echaba sus bailes y todos tan contentos y luego a casa, reivindicando, pero sin males mayores. Pero claro, aquel era un alcalde con estilo y aquellos, anarquistas de pro. No sé si será del todo verdad, pero me fío de la fuente.
    No me imagino ahora, desde luego, a ningún político haciendo eso; ni a los de la kale borroka barcelonesa en otros menesteres que no sean la pura excusa para destrozar mobiliarios y propiedades ajenas. Un abrazo.

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    1. Muchas gracias, querido Ferdinandus. No creo que hubiera —de hecho no hay— gran interés en publicar mis escritos. De haber alguna posibilidad remota sería en un medio así, como La Codorniz, aunque tampoco existe ahora mada equiparable, que me vendría grande. Empezando por la extensión de mis escritos, tal vez excesiva en un mundo de prosas, urgencias, lemas y twits. No llegan a demasiada gente, ni siquiera a demasiadas personas, (ja,ja,ja...), pero sí a las adecuadas. No aspiro a más.

      Me encantan los chistes, todos. Y mucho los de políticos pues el humor a veces es la única forma de enfrentarse a ciertas actitudes y comportamientos. Además es un mundo que produce (y atrae) una clase de personajes variadísima, seguramente injustamente tratada, porque entre ellos hay de todo como en botica. Pero es un mundo en lo que flota no es lo mejor, un medio cruel, en el que el peor enemigo es el compañero de partido, y en el que medran ejemplares de lo más indecente que produce la sociedad, poues es terreno abonado. Es lo que da la mata, tampoco podemos esperar viendo el percal que nuestros políticos sean mejor que la media de nosotros, aunque sería deseable. Mi hermano fue alcalde de Albacete, conozco la cosa desde cerca y lo único que aprendí es a saber que las cosas son de cualquier forma, menos como nos las cuentan. Se sufre mucho, a veces de forma injusta. Pero es inevitable porque lo sabemos todo de ellos y, por otra parte, mucho nos hacen padecer a los demás, y están precisamente para evitarnos padecimientos.

      Esa anécdota es buenísima y no hay motivos para dudar de que sea cierta. Yo he vivido una muy parecida. Mi colegio estaba casi pared con pared con la Dirección Provincial de __Educación y Cultura. El Ilmo. Sr. Director Provicnial era a la sazón el paisano Marcial Marín, luego Consejero del ramo en la Junta de Comunidades. Venía del mundo empressarial, cámaras de comercio, dirección de equipos y contabilidad. Cospedal lo pueso precisamente como contable. Su actividad se limitó a ajustar cuentas, a ahorrar, a redicir gasstos y plantillas. Los recortes mñás duros de aquella época en la que en ningún sitio fueron blandos. Comisiones Obreras organizó una manifestación de protesta en la puerta de la Dirección Provincial, al lado de mi escuela. Además de las pancartas contrataron un banda de música no muy grande, pero suficientemente potentet, que interpretó varias veces el famoso pasodoble "Marcial, eres el más grande" acompañando a las voces de los manifestantes, socarrones pero pacíficos y educados como a docentes corresponde.

      Por aquella época, yo era del director de mi colegio y solía poner en el despacho, bastante fuerte, ese pasodoble finamente interpretado por la banda de Liria. LOs que pasaban por la planta baja solían unir sus voces a los sones de la banda. Nunca llegó nadie a sacarme a bailar.
      Tengo por aquí otra epístola sobre las elecciones catalanas que se me ha pasado publicar, que me prodigo demasiado. Seguramente la incorporo al corpus epistolar.

      Muchas gracias una vez más por tu comentario. Un abrazo.

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