Poco me han durado las buenas intenciones para este año que
ahora estrenamos. Pensaba dejar de entrar a ciertos trapos y señuelos. Engaños
que te hacen arrastrar los belfos a ras de suelo, resoplar persiguiendo bultos
que se esconden detrás de capotes tramposos hasta que, cansado y distraído, puedan
apuntillarte. Es mejor, me decía, mirar desde un poco más arriba, alejarme del
ruedo, no tirarme de espontáneo a esta plaza donde diestros y siniestros
representan su función y lidian sus contradicciones. Con su pan se lo coman, pensaba. Mejor leerme la Divina
Comedia o el Cossío, que seguir esta fiesta nacional de política zarrapastrosa propia de plazas de
tercera, con toros ya resabiados, matadores sin valor ni arte y apoderados que
se ríen y llenan los bolsillos jaleando desde la barrera el boquear de los
incautos. Cinco días del año he aguantado callado, pero va a ser que no.
Leo las últimas glosas al Apocalipsis del obispo Garzón sobre
las tentaciones del mundo y de la carne, pues en el fondo, de religión hablan,
aunque en este caso predique lejos de Campazas, su diócesis. ¡Arrepentíos,
hijos de Satanás! Es el ministro Garzón predicador titular que, en el desempeño de su ministerio seglar, pronuncia homilías y pastorales que han venido creando más problemas que soluciones,
además de no poca desazón a los creyentes. Incluso numerosas apostasías. Y
quieren que lo juzguemos por su fe, no por sus obras. Eso es potestad divina y
nosotros nos tenemos que limitar y atener a otras varas y a otras romanas. Es
normal este desbarajuste doctrinario y pastoral cuando, para hacer sitio, se perpetra
la creación de un obispado para una aldea donde bastaba con un curato. Y se
pone al frente del invento al fraile goliardo que peor podría desempeñar una canonjía
ya dudosa de por sí. La frase esa que acusa a alguien de que cada vez que habla
sube el pan, pintiparada para el mentado Garzón, alude a estos incontinentes
verbales que tienen la habilidad de meterse en todos los jardines, de crear con
sus ocurrencias más problemas de los que con sus hechos solucionan, terreno
hasta ahora no pisado por el personaje. Casi siempre hacen daño, a pesar de sus
buenas intenciones, por no medir las consecuencias de lo que dicen, por no
tener en cuenta ni cuándo ni dónde hablan. No es lo mismo dirigirse desde el
púlpito a la entregada parroquia que a toda la cristiandad, detalle que olvida
este fray Gerundio descreído y preconciliar. El problema se ve agravado en el
caso que nos ocupa, sobre todo, por olvidar que, inexplicablemente dada su
capacidad y merecimientos, ocupa el locuaz monaguillo un puesto en la curia que
otorga un peso y un valor a sus declaraciones que amplifica y trasciende al de su persona.
Igual que el Papa de Roma habla en nombre de Dios y de forma infalible, pero
solo cuando lo hace ex cathedra sobre temas doctrinales, (al menos eso debe de creer
él, aunque no pocos fieles hay que hoy lo dudan), un ministro siempre habla en
nombre de un gobierno; y, cuando lo hace fuera de nuestras fronteras, en nombre
de un país. De todo su país, nunca de su partido y
menos de su persona. No cabe luego plegar velas o cerrar el tema diciendo que
eran opiniones particulares, declaraciones a título personal, como avergonzado y por decir algo ha llegado a declarar algún asombrado compañero de gabinete. Se unen a
los reproches varios barones socialistas, además y lógicamente de toda la
derecha, que a huevo se lo ponen, pues llueve sobre mojado. No digamos los empresarios y trabajadores del
sector, que solo ataques han recibido desde que se creó este organismo redundante
que debería defenderlos.
Viendo en los foros locales y en otros mentideros de las
redes sociales la unánime embestida de la peña contra quien ose criticar a un
ministro de los suyos (aunque hoy en día ya nadie sabemos si somos de los
nuestros), me resigno y entro al trapo, que si me callo me da ardor el roscón de
Reyes. Estos que siguen son algunos de los argumentos que he ido publicando
tras compartir las declaraciones del presidente Lambán, poniendo a caldo (de
carne) al imprudente ministro. Al final, uno, meses y meses recluido en casa,
simple espectador de lo que pasa y de lo que se dice, se ve acusado poco menos
que de formar parte de una confabulación para atacar injustamente a
determinadas familias que por fin han conseguido acceder al poder y al mando, de
uno en uno o en parejas, como la Guardia Civil. La caverna, el facherío, somos los
de siempre, los otros, aunque para su desgracia seamos los más. En fin, lo que para algunas momias ideológicas hemos acabado
siendo. Algo así como cuando los militares acuartelados llamaban al resto del mundo 'los civiles', los que vamos de paisano. Niego la mayor. Ellos no corren estos riesgos, los que acarrea el atreverse a pensar. Ya nacieron con todo pensado por sus abuelos. Aunque hagan imprimir en sus tarjetas de visita el oficio de progresistas, la realidad es que siguen siendo y
defendiendo lo mismo desde hace más de un siglo, con algunos contradictorios añadidos
identitarios o neocorrectos que no han hecho más que diluir y empeorar una doctrina, dudosa de
por sí, que ha recorrido el tiempo fracaso tras fracaso. Ya los castigará el
Señor. O las urnas, que raramente les son propicias, a menos que logren
convencer a los ciudadanos de que hay alguien aún más temible e ineficiente que
ellos.
En El Español, Lambán, presidente socialista de la Diputación
General de Aragón, reclamaba a Sánchez que quien ha declarado en The
Guardian que en España hay macrogranjas que exportan carne de mala calidad,
procedente de animales maltratados, no puede seguir un día más de ministro. No
suena disparatado. España, como toda la Unión Europea, disfruta de una de las regulaciones más estrictas del mundo sobre maltrato animal y sobre la calidad y seguridad alimentaria de todo aquello que sale al mercado. Justo de lo que se supone que se ocupa su ministerio. También es de suponer que se ha esmerado en hacer cumplir esas regulaciones, es decir, en hacer su trabajo. A menos que recomiende a los ingleses evitar comer una carne de mala calidad, la que nosotros comemos, que, según sus irresponsables palabras a The Guardian, sale de nuestras granjas escapando a una vigilancia de la que él es el máximo responsable. Alucinante. A partir de ahí mis comentarios:
No es el único barón socialista que lo piensa y no se calla, cosa de mérito. Resulta poco menos que un escándalo, dado el dócil sometimiento partidario que se acostumbra. Y se exige. Hasta desde el gobierno del que forma desleal parte lo desautorizan diciendo más o menos que ese ministro va por libre, que no comparten una opinión que, desde luego, no es la del Consejo. Entonces ¿qué pinta allí? Sabemos por qué llegó a ser ministro, menos por qué sigue siéndolo. Otros, al menos, han dejado el cargo sin que les llegáramos a oír la voz. Que lo amordacen, que le pongan una mascarilla de fuerza hasta que sea consciente de que, aunque a él mismo le debe extrañar, de forma inconcebible es ministro. Mi-nis-tro. Sus declaraciones no pueden ser cometidas a título particular, no existe tal cosa. Tienen el peso que les da el cargo, no la persona que lo ejerce. Siempre tienen consecuencias, y más fuera de España. Porque él es un ministro de España, alguien que cobra por defender los intereses del país que le paga, no de la parroquia ideológica que lo impuso como cupo. Deben de estar asustados de la penosa imagen que dan (y bien que se les nota con su prietas las filas), de que la gente puede llegar a valorar y caer en la cuenta de qué ocurriría con veinte ministros como él. Y prácticamente no tienen de otros.
De esa camada se
salva la ministra Yolanda, se dice. Sí será. Su obra cumbre será la reformilla
laboral, que no derogación por mucho que gesticulen, que deja en vigor el 95%
de la ley de Rajoy, manifiestamente mejorable, más en una situación tan
diferente de aquella en la que se aprobó. Al menos, eso del 95% es lo que dice
Garamendi, tan poco dudoso de ser un extremista como risueño tras el acuerdo. Y el PP, si allí queda alguien que
piensa (que no hay señales de ello), debería votarla con entusiasmo.
Seguramente sea así, y resulte la mejor de entre los suyos, lo que, dado el nivel de
una recelosa camarilla que se las ve venir, no es para echar cohetes. Y es
tanto mejor cuanto más se diferencia y se separa de ellos. La gente lo sabe y
ella también, por eso ahora les van entrando las prisas al resto de la tropa, que
pocas señales dan de seguir vivos. Al menos políticamente. Pero todos los
Atilas, a su paso, dejan la hierba echa unos zorros y hay sombras muy largas
que favorecen poco el rebrote de pasados verdores. OTAN no, dijeron otros hace
decenios. A veces está bien corregir y en aquella ocasión acertaron desdiciéndose, pero hubiera sido chistoso el intentar convencernos después de
que nos habían sacado de la OTAN. Ni de que estos hoy han derogado lo que han terminado
manteniendo, con algunos ligeros retoques, seguramente tan acertados como insuficientes, después de basar parte de su campaña
y su discurso en la ineludible necesidad de hacer con ella lo que Publio
Cornelio Escipión Emiliano Africano Menor Numantino hizo con Cartago: iban a
sembrar de sal las ruinas de la ley, tras arramblar con ella. Y la peña dando palmas, antes, ahora y siempre
que toquen a rebato. Como ya van cabiendo en un taxi, su censo habitual, se
oyen poco, menos que los silbidos. Y eso les inquieta, les espolea, les
desespera. Ven enemigos por todas partes, confabulaciones y contubernios, ataques
y traiciones.
Se me dice que Garzón no dice cosas diferentes a lo que la
ciencia defiende. Cierto. Pero los científicos tienen su papel, su sitio y sus
foros. Los ministros, los que piensan, los que tienen en cuenta todas las
variables de un problema, un rompecabezas a veces compuesto por muchas piezas de
difícil conciliación, tienen como principal misión dentro del país, que es su
sitio, trabajar por el bienestar, la prosperidad y la salud de sus ciudadanos, lo que a menudo
los lleva a buscar un equilibrio que suele compadecerse poco con los dogmas.
Fuera, su papel consiste en defender los intereses de su país. O callarse. Un
ministro serio, competente, es decir mejor que este, al menos uno de verdad, intentaría legislar poco a poco para corregir lo que sea mejorable en las granjas
intensivas, seguramente mucho, limitando su tamaño, imponiendo condiciones, exigiendo mejoras,
pero no desacreditando sectores. Tratar de imponer hábitos es también marca de
la casa, aunque es cosa que, de ser conveniente, solo se puede hacer poco a
poco y educando, informando, no agrediendo al malvado ganadero, al carnívoro
irresponsable ni a la chuleta venenosa. No aplaudamos lo que en otros
reprochamos, que ya sé que Casado debería ser más prudente cuando se pasea por Europa.
Garzón también. Callados están mejor.
Se me reprochaba por parte de algún contertulio que tal vez no había leído la entrevista entera. Pero sí. La he leído, en español y en inglés. Incluso la astracanada esa de que los varones españoles temen ver su masculinidad afectada si no comen un trozo de carne o hacen una barbacoa. La prensa le ha hecho el favor de no difundir semejante estupidez. No sé con quién se junta este señor. Fue su amigo Evo Morales el que dijo que es el pollo transgénico lo que provoca la homosexualidad. Y la calvicie y otras muchas cosas, a cual peor. Ya sé que en la entrevista Garzón no dice solo lo que algunos dicen que ha dicho, escamoteando el resto, lo que, sin ser un proceder honesto ni inusual, no la hace un bulo. Uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras.
Ni siquiera discuto el fondo del asunto, porque lleva alguna parte de
razón. Si intentaran poner una macrogranja cerca de mi casa, de mi pueblo, me
opondría. Mejor lejos. Pero doy un paso que el ministro no da: pensar que, lamentablemente,
es necesario que las haya en algún lugar. Se señala el problema, se aportan posibles soluciones y se avisa de sus costes. Así se actúa, otra cosa es farfolla, queja de barra de bar. Tal vez la Antártida sería buen sitio
si todos las vamos alejando; tendría la solución ciertas pegas, ambientales y de
logística, aunque ventajas para la refrigeración. No es menos cierto que si
podemos exportar carne, mejor que tener que importarla, algo obvio salvo para los enemigos del comercio. Holanda ha apostado por
ello, llevar parte de sus granjas y sus animales fuera del país, como en Las Bucólicas
de Virgilio cuando Melibeo abandona su tierra al frente de su rebaño de cabras, un coste muy
elevado que los holandeses parecen dispuestos a asumir y capaces de pagar. Porque hablamos de costes, si son asumibles o no. Si ese es
nuestro caso, que no creo, que nos lo diga Garzón. Y no se concluya, que con
estos ojitos lo he leído comentar, que Garzón solo vino a decir que es
mejor un pollo de corral que uno de academia, que a tal perogrullada llegamos
sin necesidad de que nos ilustre el ministro. Porque hay que reconocer que
es la producción intensiva de carne, cereales y otras cosas, lo que permite que
el pollo, el pan y los tomates puedan estar en todas las casas, en todas las
mesas, lo que ha evitado hambrunas en gran parte del mundo. Realidad frente a
utopía. Comer productos "sostenibles", ecológicos, vacas y gallinas
criadas en libertad y con fondo de música de Vivaldi, es y será siempre un
lujo no extensible a toda la población, un privilegio. A menos que tengas tu propia huerta, un lujo aún mayor.
Otro ministro, este alemán, un joven verde, dice que la
calidad de los alimentos disponibles en el país es mediocre, además de
perniciosa para el medio ambiente la forma en que se obtienen. Habría que pagar
el precio ecológico de hacer las cosas de otra forma, un precio que reconoce
elevado. Encuentre las innúmeras diferencias respecto al caso que nos ocupa.
Primera: habla en su país, no fuera de él. Segunda: lo hace para advertir a sus
ciudadanos de un mal universal, un problema que sufren, pero cuya causa no limita ni sitúa en Alemania ni endosa a sus
productores. Garzón habla de la mala calidad de ‘nuestros’ productos, además de
la perversidad en el trato animal por parte de ‘nuestros’ ganaderos intensivos,
que no señala como general, sino algo propio de nuestro país, marca de la casa.
Tercera: Sabe el verde que cría extensiva y cultivos ecológicos multiplicarían el coste
y reducirían la producción. Lo sabe y lo dice, no como otros que ni una cosa ni
la otra. Cuarta: en consecuencia, avisa de que evitarlo llevaría consigo un encarecimiento dramático.
Habría que importar más y más caro, desde más lejos, y el transporte también, aparte de sus daños ambientales, añade sus costes a los ya desmesurados de los alimentos de artesanía, hoy al alcance solo de unas élites que echan en cara al resto su mal gusto y su irresponsabilidad. Quinto: Trata como
adultos a sus ciudadanos. No señala culpables, sino problemas. Y lo que es
inaudito entre nosotros: avanza que las soluciones y su coste serían algo que, impepinablemente,
los ciudadanos deberían sufragar rascándose la cartera, luego no me lloréis. Sexto:
Permite al ciudadano deducir que, ante esa realidad, tal vez sea inasumible lo perfecto,
siendo necesario, como suele ocurrir, avanzar poco a poco hasta donde se pueda. Algunos arguyen que ambos ministros han dicho lo mismo. Necesitan un curso de exégesis. Y unos andamios para sujetarse la cara.
Vamos a los datos. Si vemos el censo de cerdos, vacas,
ovejos, cabras, gallinas, pollos y demás volatería que forman la cabaña patria,
resulta que, a ojo de buen cubero y sin exagerar, hay una barbaridad de animalicos.
Seamos más precisos. En diciembre de 2011, de porcino había 25.635.000 cabezas.
Hoy iba con prisas y no me ha dado tiempo a volverlos a contar, pero al día de la fecha debe de haber más chanchos, aunque
otros, porque aquellos ya nos los hemos comido, que aquí algunos mucho hablar, seño,
que yo no he sido, pero luego como lobos. Es de suponer que, además de cabezas
y con escaso margen de error, también había más de cincuenta millones de
jamones y otras tantas paletillas, pernil arriba, pernil abajo. Una hermosura. De
vacas y asimilados, seis millones y medio, ovejas el doble y cabras casi tres mil
veces mil. Pollos y gallinas, ni te cuento. Entro en cifras para permitir aquilatar la magnitud de la tragedia.
Si anduvieran a sus anchas, en plan Arcadia Feliz, se convertiría el territorio
nacional en una novela pastoril en la que las faunas de Salicio
y Nemoroso “cuyas ovejas al cantar sabroso estaban muy atentas, los amores, de
pacer olvidadas, escuchando”, retozarían ramoneando mientras los contribuyentes soplarían la flauta o el caramillo. Dehesas hay
las que hay y las praderas, contaditas. O que cada uno críe en casa las reses
que le toquen, salte o raje. No lo veo. O nos resignamos al tofu y a comer insectos o tenemos
concentrada la fauna en sitios concretos y apartados.
También entiendo que
no conviene excederse en el consumo de ciertas cosas. Lo cierto es que no conviene hacerlo con ninguna. Sean carnes rojas o
langostas, aunque hay quien muere sin catarlas, cosa que rara vez les sucede a los
que de sus peligros nos advierten. Ellos ternera de Kobe, jamón cinco jotas y gambas de Palamós. Mesura, señores, mesura. Aunque dinero os sobre, no comáis mucho de estos manjares. Si no os alcanza la nómina, problema resuelto. Incluso beberse una garrafa de Solán de Cabras
puede ser letal. No falta quien nos quisiera someter (a los demás, como se
acostumbra en el gremio de los predicadores) al régimen de alimentación de un
grillo, pero un ministro debe ponderar todas esas variables, costes y circunstancias, no
puede ser ni ingenuo, ni imprudente, que se parece mucho a ser tonto. Si se
pone a largar, a impartir doctrina, sabe cuáles van a ser los titulares y las
consecuencias aquí y, peor aún, en el extranjero: Espantar clientes. Debería
prever que el titular siempre lo ocupa lo más peregrino, chocante o disparatado
que el entrevistado haya dicho y que pocos leen más. Luego Europa se desayuna
con las descalificaciones del ministro español de Consumo acerca de la carne
que les vendemos. Él debería haber aprendido estas y otras advertencias en el manual que supongo le
dieron con la cartera. No es de extrañar que quienes, en el gobierno, en las
autonomías o en las granjas, trabajan para atraer a los clientes que él se
dedica a espantar se echen las manos a la cabeza, por no echárselas al cuello
del bambi Garzón. Si se ha sorprendido, es que aún es más incompetente e
inapropiado para el cargo de lo que pensaba. No ha entendido en qué consiste su
trabajo. Si un ministro de defensa hiciera en el extranjero unas declaraciones
equiparables sobre las miserias y carencias de su país en el tema a su cargo, ser
ciertas sería más un agravante que una disculpa. En todos los países con fuste lo cesarían,
en no pocos lo meterían en la cárcel (los suyos en Siberia) y en algunos lo ejecutarían. Si
no ha entendido eso, si no queremos entenderlo, es que no sabemos cómo
funciona el mundo. Garzón está claro que no ha asimilado ni ha sido capaz de
entender nunca su función, sus responsabilidades ni sus obligaciones. Con ello
hace más mal que bien, en mi opinión, claro está.
Decía al principio que mi intención es la de intentar
levantar algo el vuelo, ir un poco más al fondo de las cosas, siempre
complejas, evitar vernos enredados en inútiles diatribas a ras de tierra, o más
abajo, al reclamo de las miserias, anécdotas, chismes, dimes y diretes de
rebotica o de patio de vecinos en que nos tienen entretenidos, siempre a toque
de corneta de las estrategias y miedos de los partidos. No merece la pena,
todos acabamos pareciendo tontos, argumentando lo obvio, buscando y midiendo diferencias
con pie de rey o con empeine de presidente de república, donde pocas hay. Los
hay iguales y peores, hoy no hay ya de otros. El gremio al que, para nuestra
desgracia, hemos permitido encumbrarse y destrozarnos el país y la vida no merece,
encima, que les dediquemos nuestro tiempo, nuestros pensamientos, nuestras
palabras. Nadie dice una sola propuesta positiva, ni desciende a explicitar los costes y consecuencias de sus brindis al sol, todo se hace contra alguien o
contra algo, en la peor de las maneras y, como sociedad, se nos espolea para machacar a los pocos que en
cualquier empresa o actividad asoman la gaita sobre la mediocridad imperante. Solo
queda votarles o dejarles de votar, cosa que también solemos hacer más huyendo
de unos que atraídos por otros.
Magistral una vez más. Lo malo de esto es que no hay más que frailes goliardos y me pone enfermo pensar que están donde están porque la cabaña patria ( y no me refiero a los que de hierba se alimentan) está cada vez más cerca de ser fauna que ciudadano. Sálvese quien pueda. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Tony. Sí, buen resumen: sálvese el que pueda. Desde luego los que podrían hacerlo y bien que les pagamos por ellos suelen estar más en repartirse los chalecos salvavidas que en proteger a los demás, por mucho que prediquen, de todas formas menos con el ejemplo. En fin, ya veremos. Feliz año, querido amigo y un abrazo.
EliminarPues como siempre, querido Pepe, poniendo la flecha en la diana y predicando con epístolas, al modo paulino, que tanto agradecemos los hombres y mujeres libres, tan ajenos los dogmas propios de la parroquia que mencionas con frecuencia y que sabemos de quién se trata, parroquia de la que nos sentimos tan lejos como de la galaxia de Andrómeda. De todas maneras hay que dar gracias a las redes, y más en concreto a esa en la que escribes con tanto acierto, porque de otra manera nos hubiera sido dificil, si no imposible, saber qué era un sectario o sectaria, cómo piensan,cómo actúan, cómo son y cuál es su motor inmóvil. Yo que soy más viejo que tú,y que los he padecido a lo largo de mi vida personal y profesional, los veo ahora en toda su realidad que a veces estimo patológica. Admiro no obstante su firmeza de platino iridiado ante la verdad, ante la realidad, ante su insignificancia numérica, insignificante pero activa como mosca cojonera para el resto de los mortales. En fin, que te animo a que no decaiga tu prosa que sabe a clásica: a fray Gernudio de Capmpazas, a Quevedo, a Argensola, a Gracián y a tantos otros a los que no sobrepasamos el nivel de la suela de sus zapatos. Gracias querido Jose. Que no decaiga.
ResponderEliminarSí, Daniel, con ciertas personas no hay nada mejor que dejarles hablar. Es bueno conocer otras opiniones, otras formas de ver las cosas. Siempre aprende uno algo, que es muy raro tener toda la razón. Pero hay algunos que deben tener algún desarreglo en el cerebro que no les permite entender que lo que pretenden hacer pasar por argumentos a su favor, en realidad son pruebas de cargo. Entonces sus arengas son espejo de su dogmatismo, poco honrado, en algún caso de su poca solvencia intelectual, secuestrada por su sometimiento sectario, su ignorancia y en algunos casos su falta de lecturas, más allá que el libro de la secta.
EliminarA veces se plantea uno si merece la pena escribir estas cosas. Llego a la conclusión de que sí, de que suponen una modesta contribución para mostrar que las cosas pueden ser analizadas desde otros puntos de vista, igualmente legítimos, si no más, que las banalidades imperantes. Al menos, como dices, hacer de mosca cojonera, meterte dentro de su burbuja y mostrarles sentado en su cocina que, aunque les parezca mentira, cabe pensar de otra forma. Mejor dicho, que cabe pensar. No creo tener siempre la razón, tal vez con frecuencia no la tenga, pero en estos tiempos hay que quitarse la careta, no dejarse llevar y hacer ver que ni ellos son más, ni mejores, ni más listos, ni dueños de la ética ni de la moral. Nada más lejos de la realidad. Algunos simplemente son unos fanáticos totalitarios.
Cada vez hay en la prensa más gente culta, inteligente, valiente, de primera línea, que se van escapando de la corriente que parecía ser la única forma razonable de ver y valorar las cosas.
Sí, seguiré escribiendo estas epístolas. Solo ver quién las lee ya me reconforta y me anima a no dejarlo, aunque poca necesidad tengo de meterme algunos foros en diatribas y berenjenales en los que uno se siente la nota discordante. Aunque nunca estoy solo. Además, disfruto escribiéndolas.
El caso es que, como en el correo no incluyo el texto, sólo el enlace a este blog, así puedo corregir inevitables erratas y matizar y completar algunas ideas y datos. Hace poco rato que he hecho las últimas correcciones. Luego, pasadas un par de semanas, raramente las vuelvo a leer.
Querido maestro y amigo. Gracias por tu comentario, siempre benévolo y estimulante. Un fuerte abrazo.