Izquierda estalibana. Es la primera vez que leo esta palabra, en un brillante e iluminador artículo de Santiago Alba Rico. Desde la izquierda para esa otra supuesta izquierda, la más extrema, más centrada en defender e imponer disparates posturales e identitarios que en desarrollar un programa justo, eficaz y modernizador, que es lo útil y necesario. Y les da donde más duele, que es en la cara real, la verdadera, aunque la que recibe el puñetazo es la falsa y maquillada que exhiben ante sus feligreses. Me guardo el neologismo porque es muy gráfico. Retrata muy bien a una nueva y a la vez mohosa Internacional; un tropelillo de gente, un amasijo coral desafinado, unas sectillas por número marginales, aunque de estruendo, de pensar telarañoso, avejentado, fuera de lugar y del tiempo, unas curias con su correspondientes y limitadas parroquias que se autoproclaman progresistas, esgrimiendo ideas y proclamas que ya eran viejas, desacreditadas y caducas cuando aprendieron a leer. Y no muy bien, al menos no buenas cosas, por lo que se les oye decir. No pierden ocasión de hacer el ridículo, de defender lo indefendible, de cogerse del brazo de lo peor que el terreno ofrece, sin desdeñar lo podrido, cerca o lejos, siempre exquisitos y superiores moralmente, siempre rabiosos, estériles y a la greña. Como lo único que les importa en mandar para imponer sus intereses y sus delirios, y todos no pueden mandar a la vez, acaban matándose entre ellos y, de resultas, a la sociedad donde habitan y a la que odian hasta que no la moldeen a su entero gusto. Un sectarismo herrumbroso que va del rencor a la paranoia. Un peligro que necesita, y si no existe lo crea, de otro extremismo especular para tener razón de ser, al menos en sus cabezas.
Afortunadamente, no toda la izquierda es así, y ya hay quienes entre ellos se atreven a decir que el emperador estaba y sigue desnudo. Pocos, pero cada vez más. De igual forma que no toda la derecha es como esos fanáticos quisieran que fuese, como la pintan, situándola justo desde donde termina su talibanismo. Al final, acaban siendo difícilmente distinguibles de los extremos que imaginan y que encuentran, existan o no, pavores que usan para que, puesto en la balanza un mal mayor, en gran parte imaginario, aparezca como soportable el cierto y real que ellos representan. Ahora ven nazis por todos sitios, empezando por Ucrania y siguiendo por su barrio y su país. Y menos lobos.
Viendo quiénes, de una forma u otra, acaban justificando a Putin y a su comportamiento criminal, los vemos juntos y revueltos, de derechas y de izquierdas, que mierda sobra en ambos bandos. En la ONU, votan a favor de Rusia Bolivia, Cuba y Nicaragua. Se abstuvieron: Brasil, El Salvador y México. China, Corea del Norte y otros paraísos para qué decir. En España, miren y vean, admiren la colorida vistosidad de los plumeros, desplegados sin rubor, sin recato, sin vergüenza.
Hay quien escribe proclamas pacifistas, equidistantes noes
a la guerra, aunque anden tibios acerca de quiénes tienen la culpa de esta, que
al final vamos a ser nosotros, es decir, las democracias, que en definitiva es
su enemigo. El de Putin y el de todos los que, de una forma u otra, más fuerte o más
flojo, por acción o por omisión, le defienden. Y escriben sus proclamas pacifistas, sus convocatorias y rogativas, no
contra Putin, sino contra el concepto de guerra, así como el que pisa una
mierda, apuntando en el caso de Ucrania como solución y remedio la rendición
incondicional, el poner la otra mejilla. Incluso la disolución de la OTAN, precisamente ahora. En el fondo, más que comecuras son
meapilas, pero de un credo equivocado. Impostada versión degenerada e insustancial de Ghandi, escriben sus odas a la no violencia —esas
que repudian la ayuda y la entrega de armas a los ucranianos— cómodamente
sentados, con carteles en la pared que muestran a sus adorados referentes, casi
siempre vestidos de caqui. Aunque ahora algunos calcen chándal. ¡Quién te ha
visto y quién te ve! ¿Dónde quedaron los partisanos, los brigadistas, los maquis,
los revolucionarios, los tupamaros y los bolcheviques?
Si algo ha mostrado el pasar del tiempo es que lo que amaban y aman era simplemente a los regímenes totalitarios, a los líderes fuertes, incontestados, autocráticos, y a los pueblos sometidos a una idea, la suya. Su afán no era el escudo encandilante de su discurso acerca de una pretendida justicia social, una igualdad que nunca han defendido cuando han tenido mando y ocasión, y mucho menos la libertad, algo que les estorba, pues son censores que cuando mandan y pueden reprimen cualquier idea o pensamiento que no sea el suyo. Hay otros que han defendido esos valores mejor, incluso los han hecho realidad en gran parte, tarea siempre inacabada y en la que ellos más han estorbado que colaborado. Aunque difusamente digan defender tales cosas, se persiguió hasta el exterminio al discrepante, de forma invariable, allí donde sus doctrinas se implantaron, casi siempre a la fuerza y no pocas veces con las armas. Y más que esas promesas llevaron y llevan el hambre y la miseria a cualquier país que tiene la desgracia de padecerlos.
A esas mentalidades totalitarias, rígidas, ordenancistas, fanáticas, si me apuras, tanto les da Hitler como Stalin, Maduro que Putin, los Castros o Perón y sus sucesores dinásticos e ideológicos. Incluso la mafia calabresa a algunos de ellos. En cualquiera de estos sistemas criminales hubiesen vivido a gusto, y seguro que hubieran caído bien, boca arriba, como siempre, a ser posible, en posiciones de mando que es donde se vive como es menester. Y el que venga detrás que arree, que siempre ha habido clases, mande el zar, mande Lenin. Han demostrado que, desde uno u otro extremo, igualmente repudiables para las gentes de bien, lo que ellos aman son las dictaduras. Y en el fondo les da lo mismo de qué signo sean. Han pasado del amor por el estalinismo soviético a defender sibilinamente lo que Putin representa, sea lo que sea, si es que alguien lo sabe. Rusia sigue siendo para ellos la misma o parecida arcadia, fue durante demasiado tiempo su referente, su faro y su luz, como para no mirar hacia esa torre, hoy apagada, que quisieran ver brillar de nuevo. Un paraíso, un dudoso monte Sinaí de donde bajaba el profeta con las tablas de la ley, como para ahora entrar en distingos. Total, en Rusia están acostumbrados a ser esclavos, nunca han dejado de serlo. Incluso durante la era soviética fueron esclavizados por una dictadura que los proletarios creían ejercer. Al menos eso les contaban, aunque solo la dirigían mediante el terror los miembros del partido comunista, escasos y privilegiados. Y acabaron diciendo lo mismo que ahora: «No nos podemos quejar». Nunca les han dejado.
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