Para mí un piquete en una huelga actual, aunque se le añada
el inadecuado y falso adjetivo de informativo, es un acto de matonismo, pues simplemente
se trata de imponer mediante la violencia aquello de lo que no se supo convencer con argumentos. Incluso a los que, por diversas circunstancias, no están en condiciones o disposición de seguirla. Me da lo mismo que ese
chantaje de o haces lo que te digo o atente a las consecuencias, se haga en
nombre de una reivindicación tenida por justa, pues está claro que no lo ven de igual forma los que solo a base de violencias y amenazas
se ven forzados a someterse a lo que les imponen unos pocos. También me da lo
mismo quién promueva o defienda esos abusos. Desde luego no es nadie que valore
en nada la libertad, pues entiende que, como la opinión, la suya es la única defendible. Un dictadura pasajera y localizada, pero dictadura. Sea con
banderas rojas, camisas pardas o metralletas de Chicago años 30. Algo mafioso,
si hay violencia e intimidación. Déjame que te proteja contra ti mismo, que lo
hago por tu bien. Frente a la capacidad y al derecho de dejar de trabajar y de
cobrar, defendiendo lo que consideras que mereces, está la de otros colegas que
lo ven de otra forma y que, si así lo consideran, tienen tanto derecho a que se
les deje trabajar como a parar los que deciden no hacerlo. Ambas libertades son
igualmente defendibles y la razón, de tenerla, en mi opinión, se pierde cuando
se recurre a estos métodos intimidatorios que rozan, cuando no alcanzan, lo criminal.
Una huelga tradicional, un derecho irrenunciable, llevaba
unos costes propios que echaban un pulso limpio a los ajenos. Yo no cobro, pero
tú no ganarás con mi trabajo hasta que alcancemos un reparto más justo de los
beneficios. De ese tira y afloja durante el que ambos perdían, se solía acabar con
un mejor acuerdo que el anterior. Todo legítimo y razonable. A veces, patronos mafiosos
alquilaban violencias para intimidar a los huelguistas. Y tampoco tienen
cabida.
Reguladas en los países democráticos, suelen estar
acompañadas del establecimiento de unos servicios mínimos, pues una huelga para mí legítima
se hace contra quien te contrata, contra quien te paga, no contra la sociedad
en su conjunto, intentando paralizar sectores especialmente sensibles, a ser
posible todos. Y eso es harina de otro costal, para eso se necesita una huelga
general, no sargento. Los que dicen ser defensores del interés común, de lo
colectivo, si lo son de verdad, no pueden anteponer intereses sectoriales,
corporativos, particulares o gremiales a los colectivos y generales, a menos
que la huelga sea más política que laboral. Siempre hay inevitables molestias y
perjuicios colaterales que se hacen sufrir a personas ajenas al conflicto de
intereses que plantea una huelga. Se intenta evitar con estas regulaciones de
mínimos que algunos, pocos o muchos, con razón o sin ella, tomen a la población
como rehén. Llegamos así al chantaje, del peor, pues los más dañados son millones
de ciudadanos que no tienen en sus manos la resolución del problema, capacidad
de negociar ni posibilidad de dar o quitar razones.
Se cuenta con que hay molestias, pérdidas, trastornos y
desarreglos que sufren multitud de actores que no tienen papel con frase en esa
función. Pasa con las huelgas en los servicios públicos, trenes, controladores
aéreos, educación, sanidad, transporte, y no se puede hacer una tortilla sin
romper algún huevo. Pero todo tiene un límite. Hay sectores, a veces no muy numerosos,
que pueden paralizar un país. Y se convierten en un arma política que todos,
cada uno cuando le toca o le peta, intentan capitalizar.
Y ya sabemos, que cuando una cosa entra dentro del terreno
de la política, un mundo religioso de buenos y malos, de santos y de herejes,
de ellos y nosotros, ya se ha perdido toda posibilidad de razonar. Puede
ocurrir, como ocurre hoy con la huelga de camioneros —y no digo que como ocurre siempre, aunque lo pienso—, que alguien pretenda
sacar tajada electoral del problema, incluso que azuze el conflicto y confíe en
que el malestar empuje a bastantes votantes hacia sus candidaturas. Sin duda
ocurre esto, ahora y siempre. En un colectivo tan grande hay también intereses
distintos, incluso enfrentados. Hay trabajadores del gremio que son obreros de
una empresa. Hay muchos autónomos, hay empresarios de grandes flotas y hay
plataformas que son las que captan los portes y los subcontratan a otras
empresas menores o a transportistas autónomos. Y que abusan de su posición de
dominio para imponer unos precios que recortan las ganancias de los
trabajadores hasta límites de supervivencia.
Si unimos a todas esas circunstancias los desmesurados
precios de los combustibles, llegamos a una situación en la que muchos de los
que se pasan días y noches al volante, a miles de kilómetros de sus casas y sus
familias, malviviendo y arriesgándose en las carreteras, cobran unos sueldos de
miseria o, si son autónomos, trabajen a pérdidas. ¿Cómo no va ser legítimo y
comprensible que en esas circunstancias se queden en su casa y dejen aparcado
el camión? Lo que no lo es tanto es coger la navaja y rajar ruedas de los que
han decidido trabajar, colapsar carreteras, salidas de polígonos industriales, puertos
y fábricas. Eso es inadmisible. Granjas que ven agonizar a sus animales por
falta de pienso, miles de litros de leche vertidos porque unos pocos no permiten
que nadie vaya a recogerla, leche que va faltando en los supermercados cuando
los almacenes están llenos, entre los problemas citados y el acaparamiento irracional
de algunos mandrias. Fábricas que paran su actividad por falta de suministro de
componentes, materias primas, envases, o por tener el almacén lleno sin posibilidad
de hacer llegar sus productos a los consumidores. Si le sumamos que los costes
de la electricidad y de las materias primas son prohibitivos, tenemos la
tormenta perfecta. Podemos cargarnos la economía del país, que no anda para
echar cohetes. Nunca hay razón parcial ni argumento que merezca tanto.
Eso nos lleva a buscar soluciones a muchas cosas a la vez.
A los huelguistas, a las plataformas que gestionan y reparten los portes, al
gobierno, a los partidos y a todo aquel que algo de cordura pueda aportar. El
gobierno, lento hasta la desesperación, tarda once días en recibir a los
portavoces de los más empecinados de los huelguistas. Por lo pronto, como primera providencia, nos cuenta que todos los camioneros
son unos fascistas, empezando por los iniciales promotores y seguidores de la
huelga, cuatro gatos. Ni es cierto ni ayuda nada decir tal disparate. Cuando ya
se escuchaban demasiados maullidos, y no todos los maullantes podían ser unos
fachas, tenemos que ir moderando el discurso que acabó encabronando al gremio
entero, y con razón, y haciendo que, enfadados e insultados, se sumaran a la huelga
muchos que no lo hicieron al principio. No digo que no se puede ser más torpe,
porque todo es mejorable. Se ha hablado en España, y en todos sitios, hasta con
terroristas y sediciosos, incluso se consideran aceptables animales de compañía.
Ucrania acabará negociando con el Putin que hoy los masacra, de hecho ya lo está haciendo durante los bombardeos. Pero estos camioneros
no son de recibo. Hasta ahí podíamos llegar. No están entre los representantes legítimos del gremio, donde
sí están presentes precisamente los contratistas que han llevado a la ruina a
la mayoría de los camioneros del país. Ahora se les recibe, casi dos semanas
después, cuando ya nos estamos asomando al abismo. Las concesiones anunciadas y
prometidas, que se pudieron y debieron hacer mucho antes, esperemos que
satisfagan lo suficiente al gremio y calmen a gran parte de él, para que esto
acabe antes de que el quebranto sea más trágico. Seguramente, como decía, ya
habría terminado hace muchos días si no se hubiera criminalizado e insultado a
gran parte de los camioneros, que malas son siempre las generalizaciones y
peores las etiquetas.
Quién te ha visto y quién te ve. Con los papeles cambiados, unos y otros. Hace
poco se despenalizaron los piquetes, pensando que nunca se habrían de utilizar
contra los que así legislaban. Hoy se les vuelve en contra y ya no es lo mismo.
Si echamos mano de hemereoteca, nos hinchamos de ver plumeros. Vemos a la
izquierda en pleno, obispos y feligreses, descalificando a los huelguistas,
cuestionando la legitimidad de la huelga, haciéndose cruces de los excesos y
violencias, así como de las consecuencias de esta movilización que no fueron
capaces de prever, de encauzar, ni de parar a tiempo, por ser cosa de fachas,
no de trabajadores. Porque un trabajador como Dios manda y la Iglesia nos
enseña debe ser de izquierdas. Y si no nos da la razón y se nos
pone en contra, ni es de izquierdas e incluso cabe dudar de que sea un
trabajador. Y, por el contrario, con asombro vemos a la derecha, paradójicamente,
como defensores hoy del sagrado derecho a la huelga, incluso a la más extrema justificando a los piquetes y a los más encastillados y dudosos promotores del conflicto que, recibidos y atendidas muchas de sus reivindicciones, deciden seguir paralizando el país, salte o raje.
Llegados a este punto, a mi escaso juicio, no cabe otra cosa que pensar que aquí los más cargados de razón son gran parte de los camioneros, y me refiero a los que no tienen más partido que su familia y su camión, sin llegar a ser tan ingenuos como para pensar que entre ellos, y se ve claramente quiénes son, hay agitadores sorprendidos de la audiencia conseguida y que se ven en la política, si es que no están ya en ella. Tras las últimas negociaciones y medidas, la huelga debería haber acabado ya. Un gobierno se debe ganar con argumentos y en las urnas, no en las calles, que tan bien arden. Hay que deslindar, no decir gilipolleces y pensar que en otras circunstancias casi todos hubieran dicho y defendido exactamente lo contrario de lo que hoy dicen y defienden. Da vergüenza ajena leer y escuchar algunas de las cosas que se dicen y escriben, en las tribunas, en la prensa y en las redes sociales. Y se avergonzarán, y se arrepentirán, y negarán haber dicho lo dicho, cuando cambiados los papeles de la tragedia, tengan que, una vez más, justificar lo que hoy condenan. Y viceversa.
Acertado, como casi siempre, Pepe.
ResponderEliminarTe felicito maestro.
Muchas gracias. Un abrazo.
EliminarHace muchos años —1976, si no recuerdo mal, Franco aún no hacía uno que había muerto y ese verano se casaba el rey Carlos Gustavo— hice mi primera gira europea. A Estocolmo, a trabajar fregando platos, para poder subsistir en invierno, que la crisis asolaba el país. Francia, Holanda, Alemania, Dinamarca... hasta llegar a mi destino. Los efectos de la democracia me parecían hermosos en cada país por el que viajaba, a veces en autostop, otras en destartalados autobuses de la Sunshine Line y otras empresas del ramo. En la capital de Suecia, en cierto momento, me crucé con una manifestación. Un español que conocí y que vivía allí desde hacía años me explicó el sistema: la libertad de uno no debe coartar la de los demás. Aquellas personas tenían derecho a manifestarse, pero debían seguir un recorrido, hacerse responsables de la marcha y finalizar a la hora prevista: Su libertad de expresión no podía limitar la de llegar a casa de un padre de familia ni, a partir de cierta hora, el derecho al descanso de un anciano, un enfermo, un niño o un trabajador que ha de madrugar, por una de las calles por donde discurría.
ResponderEliminarCon las huelga, me comentó, pasaban cosas parecidas.
Soñé en que algún día mi patria también fuera un democracia, quizás no perfecta, pero democracia. Donde la libertad de todos fuera digna de respeto.
Han pasado muchos años. Iba a decir 'y sigo esperando' pero me mentiría; porque cada vez tengo menos esperanzas.
Por cierto, a la vuelta seguí mi recorrido circular y, antes de llegar a España de nuevo desde Francia e Italia pasé por Polonia y Checoslovaquia. Y eso ya fue otra historia. Y recordando todo aquello tengo la sensación, ahora, de que nos deplazamos en la dirección equivocada.
Un abrazo, Pepe. A veces deseo contestar tus escritos, siempre amables, enriquecedores y aclaradores, pero cada día que pasa emerge un poco más el perezoso que llevo dentro. Pero quiero sepas que los leo con atención, que aprendo, y que los agradezco.
Siempre tuyo,
Fernando
Muy agradecido por tu escrito, por tus reflexiones que, como siempre, añaden matices y datos que enriquecen el mío. Me gustaría tener la capacidad de Manuel Vicent y de otros escritores, ese don de la brevedad que yo no tengo. En realidad, estos escritos se escriben de un tirón, con pocas correcciones posteriores. Si acaso algún añadido o aclaración, para acabar de arreglarlo. Casi una terapia. Viene al caso de equel que decía que no he tenido tiempo de hacerlo más corto.
EliminarPor eso agradezco la paciencia de los que los leéis. Y aún más, la contestación o el comentario, si lo hay, aunque nunca se espera y menos se pide.
Llevas razón. No vamos bien, no vamos en la buena dirección. Al contrario, vamos a peor. Me gustaría que esa apreciación fuera un error mío, fruto del desencanto, la edad, la inflación o el dolor de espalda. Pero creo que no. Son demasiados temas, demasiados problemas y catástrofes y no creo que a ninguna de esas cosas se haya respondido ni con diligencia ni con eficacia. Cada partido, cada personajillo trabaja más para su peña, la vista puesta en socios, apoyos, clima electoral, etc. Mucho más que en el futuro, ni el cercano y mucho menos el más alejado. Y lo veo con preocupación. No sé si es causa o coincidencia, pero nunca los problemas aparecen con gente al frente capaces de superarlos.
En fin. Seguiremos rumiando.
Un fuerte abrazo, querido amigo.