viernes, 7 de octubre de 2022

Epístola del balconing

Sobrado de amigos, perdamos otros pocos. Esto no es una tesis, ni una defensa o un ataque, simplemente un comentario, un ejercicio para mantener ágiles algunas zonas del caletre. Ustedes me perdonarán. Con estas gimnasias mentales vamos a meternos en otro jardín. En este caso colgante, abalconado, en altura, como el de Babilonia, pero con cafres locales, no ilustrados sumerios. Y no, no me gusta el episodio. Pero nada. No puedo darlo por bueno y menos imaginar mi participación en semejante exhibición de burricie académica. Siempre me han producido rechazo la blasfemia, el exabrupto, la ordinariez, el exceso, el insulto o la agresión verbal. Pero estamos en la época de la berrea, y bien que se nota. Hasta en el Parlamento. Bramidos de ciervos de once astas sentados en el escaño o asomados al balcón, como ingleses en Magaluf pero con arnés. Groseros rebuznos hormonales, relinchos equinos, aullidos cerriles y becerriles, cortejo animal y selvático en la universidad, ritos de iniciación, de pertenencia, de apareamiento o de lo que sea, coreografía asnal ensayada, representada anualmente, bienvenida, esperada y respondida a la hora prevista entre universitarios y universitarias con no demasiadas luces de los que cabría esperar otras expansiones menos soeces, burdas y vociferantes, muestra de un machismo unisex retestinado. No es la tradición disculpa, como no lo es la costumbre para la infamia bárbara de arrojar una cabra desde el campanario, la de alancear una vaca o prenderle fuego a los cuernos de un pobre y noble animal, indefenso y aterrorizado. Siempre se ha hecho así. Ese argumento no es de peso ni para ultraconservadores reflexivos. Aún estaríamos en el musteriense. Y es menos de recibo viniendo de estudiantes privilegiados que en el futuro podrían ocupar cargos de relevancia en la sociedad. Dios nos pille confesados con las levas por los arribas y por los abajos, siempre huyendo de lo mejor, lo excelente, hoy en democratizador entredicho.

Lo más certero y en proporción que he leído al respecto ha sido a un amigo argentino que, desde allí, comenta que habría que enseñarles a estas bestezuelas (el calificativo es mío) que «dado que no ayudan con el arca, por lo menos no contribuyan al diluvio». De forma que, antes de entrar en harina, como está mandado, dejemos clara mi condena, mi reprobación. Contundente, pero proporcionada. Inaceptable. Esa fue mi primera reacción al ver con sorpresa y disgusto este episodio la primera de las seiscientas veces que se me ha hecho contemplar, inoportunamente descontextualizado, interpretado y glosado, en distintos programas de tv, periódicos y ahora buzoneado por las parroquias unánimes de las tribus en las redes. Sigo pensando lo mismo, son hechos bochornosos y condenables. Pero no puedo ir más allá de mi censura, de mostrar mi desagrado. Se trata de la medida en la condena, no hablo de inocencia. La cosa, a mi acreditado escaso juicio, no da más de sí. A partir de ahí empieza otra cosa y yo me bajo antes de dejarme arrastrar al pozo de mierda en que acaban casi todas las controversias sobre señuelos, pantallas y otros espantajos, en el fondo asuntos de interesadas pelarzas más ideológicas que sustanciales. Veo, ya desde la barrera, que el arroyo de mi proporcionado disgusto desemboca en el río de la antipolítica y se encamina hacia el oscuro mar del despropósito, el artificio y la desmesura. Delito de odio, intervención del fiscal, del defensor del pueblo, de ministras y parlamentarios, hasta condenas de oficio de Feijoo y del alcalde Almeida. ¡Ahí es ná’! Y, ya puestos, nadie quiere quedarse corto. Falta enviar a la acorazada Brunete. O, sin llegar a esos extremos, a la policía de la moral, que muchos quisieran importar del Irán de los santones.

En las universidades medievales, uno de los más productivos ejercicios de retórica era obligar al educando a defender un argumento o una tesis para luego, cambiando de papel y de punto de vista, intentar rebatirlos. Ver las dos caras de un asunto, de una controversia. Era un ejercicio de elasticidad mental, de escarnio del prejuicio y de libertad intelectual, no siempre bien visto entonces y hoy lamentablemente abandonado, a menudo proscrito. No han inventado algunos una moneda con una sola cara porque, por ahora, no se puede, pero están en ello. Mentalmente hace tiempo que lo han conseguido, con ella hacen sus tratos, sus cuentas y sus pagos, y para ellos los asuntos presentan una sola cara concebible. La otra no sólo no existe, sino que les resulta inimaginable y atacan a todo el que les dice que, sin embargo, se mueve, que ahí, detrás de la cara hay algo. Pero siempre han tenido una difícil y contradictoria relación con la cruz.

No andamos hoy para tales finuras dialécticas ni razonantes. Creo que la discrepancia, la duda, la rebeldía ante las opiniones y corrientes dominantes fue patrimonio de la vanguardia, hoy o inexistente o más proclive y dispuesta al sometimiento a los vientos favorables, a seguir al pastor por los caminos más frecuentados y al consecuente pensar ovejuno. Amén, me gusta y suduá duá. ¿Para qué más profundidades?

Volviendo a la zafia y desabrida gilipollez que nos ocupa y, vista tan insistente y ubicua unanimidad, sospecho primero y luego concluyo, como me suele ocurrir, que están intentando metérmela doblada, expresión que espero no soliviante ni rasque demasiado los delicados oídos de los wokobispos y feligreses de las nuevas religiones laicas hoy dominantes. Un dato que me pone alerta es que se me informe, de paso y de forma casual y descuidada, así como el que pisa una mierda, de que en ese colegio mayor se alojó Casado. ¡Acabáramos! Pijos, machistas, cayetanos, violadores, nazis… In crescendo, que siempre hay quien suba la apuesta y no conviene quedarse cortos ante el respetable. Luego, la insistencia y la creciente bola de nieve ideológica que siempre arrambla con la mesura, acaban en hiperventilación, en uso y abuso por parte de quienes piensan que esa es la prueba definitiva que apuntala sus discursos. Llegados a ese punto en que ya se ha olvidado el asunto que dio lugar a la polémica, el tema muta en excusa para hablar de otras cosas con ilusoria y engañosa autoridad. Y, entonces, me pasa lo de siempre. Se despierta en mí el instinto de abogado del diablo, de mosca cojonera, de aguafiestas ideológico, de descreído, de cínico y de ácrata, en fin, de todas esas cosas que los menos sagaces, pero más monolíticos y vehementes enemigos del matiz y de la argumentación, tomadas así, al montón, llaman hoy equidistancia.

Leo tres o cuatro reflexiones con argumentos, datos o matices discordantes con la corrección, tan esperada como unánime, pocas más: Ovejero, Soto Ivars, Arteta, Guadalupe Sánchez, Rafael Arenas… O nada los conozco o ya asomarán la oreja de la prudencia, que suele acompañar a la duda, otros insurrectos, todos ellos fachas peligrosos, como los mentados. En el resto, indignación, sin ningún otro considerando. ¡Horror, espanto, desolación, ruina y miseria!, que decía nosequién, no sé cuándo y no sé dónde, aunque refiriéndose al caballo de Troya. Tanta y tan vehemente es la reprobación funcionarial por parte de algunos, que se transparentan la hinchazón y la impostura de oficio, la reserva mental que se trasluce en toda condena desproporcionada y teatral, siempre acertando en dar con la frase esperada y correcta, para común tranquilidad y satisfacción. Una mala conciencia tal vez nacida de la memoria de situaciones en las que el co-indignado coral dijo, cantó, coreó, contó, al menos aplaudió o rió en alguna fiesta o sobremesa cosas que hoy le avergonzarían, a veces ayudado por el zumo de uvas. Si yo os contara, podríamos decir todos. Hasta el hoy indignado y siempre excesivo Echenique toca a rebato, ahora llama a la legión, a su legión, que acude presta. Las hormonas y el calor del grupo aún ayudan y empujan más al desafuero y al disparate que los espíritus de los majuelos. Ya en la Rioja, Dominga, la de la jota de Echenique, a la que se le ofrecían la minga y la sustancia, quedó sin defensa por parte de la tribu que hoy se la coge con papel de fumar. De forma asombrosa no provocó similares espantos, angustias ni temores, y menos, condenas. Sólo risas. Viniendo de los nuestros, manos blancas no ofenden, como parecen pensar las alumnas del colegio mayor tan grosera y burdamente increpadas desde los balcones.

En esta ocasión, y van mil, acabo viendo una reacción desmesurada y peor que el estímulo que la provoca. (Que sí, cansados, que ya lo he calificado veinte veces de deplorable). Sin duda, hablamos de una costumbre y unos comportamientos que deberían abandonarse, como tantos otros, muchos de ellos peores, que no merecen un comentario, menos una crítica y nunca una condena. A veces la sentencia resulta, por su desproporción y uso oportunista, más inquietante, dudosa y reprobable que el hecho que se juzga, como creo que va degenerando este caso relativamente menor, interesadamente sometido a juicio público.

Somos muy volubles e inconsistentes a la hora de entender, condenar, justificar, perdonar o indultar. Todo y siempre, depende del protagonista. Los juicios morales hoy en día nunca parten de un valor o una norma común, compartida; ya se han ocupado de que no los haya. Salvo escasísimas excepciones, que no conozco, la valoración de los comportamientos orienta el dedo gordo hacia arriba o hacia abajo dependiendo más de si el reo es de los nuestros o de los otros. Entrar en matices acerca de la intención, el marco, las circunstancias o las consecuencias, si las hay, como ocurre con la estadística, es cosa que procede unas veces sí, pero otras no, y nos llevaría a razonamientos filosóficos muy por encima de los abismos y ríos subterráneos por los que discurre, a oscuras y dando tumbos, el debate en la actualidad. Si es que debate puede llamarse a los sucesivos festivales de cánticos corales donde se salmodian los estupidiarios partidistas de cada peña.

Seguramente, el poco conocimiento, fuerzas y ganas que me quedan debería canalizarlos a ese tipo de reflexiones, más generales y de fondo, porque demasiado tiempo y palabras he malgastado en comentar e intentar interpretar, a menudo a contradecir cuesta arriba, empujado contra las paredes del dogma por sus menos lúcidos y brillantes defensores y corifeos, las espumas sucias de una actualidad de la que, no contentos con irnos por las ramas, elegimos las más débiles y podridas, esas que no aguantan el peso que les queremos colgar, que se rompen en cuanto las tocas.

A veces, como hoy, uno se encuentra reflexionando e intentando valorar episodios que, una vez sacados de quicio, no merecen tanto esfuerzo. Se condenan por sí mismos, sin que eso deba ahorrarnos la expresión de nuestro rechazo. La lucha ideológica, destila meadas malolientes con que marcan sus territorios de caza licántropos y lubisomes políticos sumidos en las brumas del eterno clima electoral.  Luego, con más nubes que claros, estos hechos menores se amplifican en portadas, noticieros y tertulias sucesivas, siendo a veces ya antiguos, pero que hoy resultan oportunos y pintiparados para apuntalar discursos edificados con malos materiales sobre suelos movedizos. Con comentar el desagrado y el rechazo sería suficiente. He llegado a leer que estos rebuznos son el preludio del abuso y del asesinato. Algo exagerado me parece, a menos que uno persiga otra liebre. Lo cierto es que hay que vocear mucho para adentrarse y hacerse oír en medio de estos y otros ruidos similares, fragores y retumbos propios de todo lo hueco; rebatiendo estupideces y excesos corre uno el riesgo de contagiarse y, al dedicar un par de folios y media hora de tiempo a glosar episodios ciertamente lamentables, así parece uno darles una trascendencia de la que carecen. Sobre todo en comparación con otros menos vistosos, pero más graves. Los más obtusos querrán creer que con eso justifico los livianos. Y no, no es eso. Ese ruido inducido y amplificado por corifeos banderizos acalla y esconde, que es lo que en el fondo se busca, otros episodios sin duda más peligrosos. Por poner un ejemplo, otros estudiantes universitarios, desde otros balcones, con otros gritos, otros disparates y otros motivos, se dedican a impedir, con violencia real y el visto bueno de sus rectores, el aplauso de otros sectarios y la indiferencia de sus melifluos satélites, que en su universidad hablen los que dirían cosas que ellos no quieren escuchar ni que nadie escuche, o agreden con similares permisos y condescendencias a compañeros que defienden ideas diferentes a las suyas. En ellos no ven odio los que ante esa fachada del colegio mayor se horrorizan. Aquí no opina ni interviene la fiscalía, el defensor del pueblo, el gobierno ni sus ministros, siempre tan sensibles ante las memeces que encajan en su particular agenda como desentendidos, cuando no cómplices, de asuntos de más gravedad que sí les debieran inquietar. Si el plan es conformar una sociedad acrítica, dependiente, sumisa, encandilada y desentendida de lo esencial, les está quedando de nácar.

 

4 comentarios:

  1. Muy correcto lo que dices Pepe. Por favor, un poquito de mesura no viene mal. Y eso no quita para decir, como de otros con más responsabilidades, que esos universitarios, son unos cafres. Por cierto, no se si estas al cabo de las declaraciones de Pablo Iglesias, hace unos días, sobre la policía Municipal de Madrid, supongo que si, porque no ha actuado la Fiscalía en ese caso ??, y en otros más sangrantes ( Homenajes a etarras y otros). En fin, se cargan las tintas siempre para el mismo lado. Es agotador.

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    1. Sí, siempre la mesura, el equilibrio y la proporción. Que no la equidistancia, esa chatarra dialéctica usada las más de las veces cuando no se encuentra ningún argumento para rebatir algunas críticas sobre pajas y vigas en ojos propios y ajenos. Este caso, reprobable y reprobado de forma casi unánime, es un ejemplo de esa desmesura interesada que siempre intenta sacar provecho de cualquier episodio para intentar caracterizar a todos sus adversarios como unos bárbaros. Semana y media de portadas y debates en redes y medios e comunicación. No da para tanto. Como señalas, de paso, nos entretenemos en esto y olvidamos muchas otras cosas, sin duda más graves y preocupantes.

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  2. De acuerdo con casi todo, Pepe. Y es que hoy, igual es el día, tengo a buen hacer mostrarme un poco más laxo. Cafres, borricos, neardentales.... bueno. Desde una perspectiva racionalista, desde luego. Pero hay dos cosas a considerar: una, la respuesta de la muchachada femenina, de lo que no hay datos precisos que circulen pero sí la cita de que calladas no estaban. Ni estaban ni han estado en otras ocasiones similares, si a eso vamos. Y en diversas entrevistas, a cara descubierta, han mostrado que forma parte de su quehacer y que no se han sentido, en ningún momento, ofendidas. Dos: parecemos haber olvidado el poder de la Subversión del lenguaje —y de lo que no es el lenguaje— para el mantenimiento del Orden. Quizás porque los carnavales son ahora actividades "críticas" profundamente edulcoradas, hemos perdido de vista el significado que durante siglos, milenios, tuvieron las fiestas dionisíacas o las fiestas de locos medievales. Y el papel que los jóvenes tenían en ellas. Y cómo de esas transgresiones surgían y se aceptaban lo apolíneo o lo cuaresmal.
    El contexto, ha faltado el contexto, o los contextos, en todos esos análisis cuya finalidad no era sino castigar a los irresponsables —y que algunos de quienes lo demandaban fueran según qué políticos me hace temer más que esos jóvenes y ¿debería decir "jóvenas"? que se gritaban obscenidades desde las ventanas. El nuevo puritanismo, tan radicalmente rancio, o más, que el de los seguidores de Calvino disfrazados de benefactores del pueblo y salvadores de la moralidad pública. El ejercicio miserable de rasgarse las vestiduras como presentación ante los demás de su superioridad moral. Y las fiestas de locos y su función social y regeneradora, olvidadas.
    He de decir que, puestos a sentirse ofendidos, a mí, que ellos a ellas las llamaran ninfómanas me pareció más suave que "tu madre limpia mi casa", por ejemplo. Es más —y vuelvo al contexto— si lo hubieran dicho frente a una manifestación obrera, por ejemplo, hubiera enarbolado yo mismo la tea para encender la hoguera. Pero se lo cantaban a otras cuyas familias eran igual, cuando no más, pudientes que las suyas. Así que, aun considerándolo una necedad, no me cabe el calificativo de blasfemia.
    Y luego, lo de siempre, lo ya dicho en muchos foros pero no en las televisiones estatales: ¿dónde estaban los puros e indignados cuando unos pocos, y pocas, de "s'ha acabat" intentaban poner una carpa en la UAB y tenía que ser defendidos por los mossos d'esquadra frente a los independentistas? ¿dónde las peticiones de intervención de la fiscalía cuando se homenajea a etarras? Y no sigo porque no me apetece. Nos distraen demasiado. Y encima, nos dejamos distraer.
    Un abrazo, Pepe. E insisto: leo con atención y cariño cada una de tus epístolas y, sin no comento muchas veces, es más por pereza que por otra cosa.
    Fernando

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    1. Gracias, una vez más, querido amigo. Leo con atención tu comentario que, como siempre, añade un contexto más amplio, sugiere otras líneas que confluyen en el tema y enriquece lo escrito por mí. A veces uno se plantea si merece la pena dedicar tiempo y esfuerzo a glosar episodios menores como este, cuando hay otros mucho más graves que suelen quedar desatendidos en la prensa y las redes sociales.
      Al final, todo viene a ser lo mismo, todo encaja y se complementa para conseguir el desenfoque deseado por los que deberían centrarse en cosas más relevantes y compartidas. Pero no entra eso dentro de sus planes. Seguiremos dando la muga con nuestras reflexiones, más o menos atinadas.
      Un abrazo, Ferdinandus.

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