sábado, 10 de mayo de 2025

Del latín y las neolenguas

 

Mi comentario, divagador, elucubrante, largo y desparramado, a un artículo de Lola Pons en El País, que habla algo del Vaticano y más del latín y de la diferencia entre haber y tener. Siempre está bien escudriñar en el desportillado significado de las palabras, armas peligrosas:
«El lenguaje, siempre el lenguaje. El poder de las palabras y las palabras del poder. Controlar el lenguaje es estabular el pensamiento, como bien saben todos los totalitarismos, antiguos y nuevos, activos o anhelados. Siempre me han gustado los artículos de prensa, luego recopilados en libros como los de Lázaro Carreter o Álex Grijelmo, que se ocupan de señalarnos malos usos de las palabras. A veces por ignorancia, a menudo como forma de moldear la realidad a gusto del que las manipula y corrompe. La guerra por las palabras anticipa y a veces decide las ulteriores batallas por el poder. Perdidas las palabras, quedamos desarmados en contiendas por eso que llamamos el relato y que hoy sustituye a la realidad. Orwell se relee ahora más que nunca, no sin razón y provecho.
Con los separatismos, siempre xenófobos y supremacistas, los capitaneados por asesinos, por recogedores de nueces, por astutos o por trileros, perdimos casi siempre esas guerras. Y seguimos de derrota en derrota. No sin la colaboración de otras fuerzas y personajes no mucho mejores, fuimos dando por buenas sus palabras, sus eufemismos, sus engaños. Y así seguimos. Sin duda, una de las pocas revoluciones pendientes y necesarias es la de recuperar el verdadero valor de las palabras, única forma de reivindicar lo obvio, lo cierto. A las palabras habría que llevarlas al dique seco cada cierto tiempo para hacerles lo mismo que a los barcos: quitarles las rémoras que se les pegan y les chupan significado, librarlas de adherencias y miasmas, como esos gusanos que los marinos llaman 'broma' que se pegan al fondo para lastrarlo y arruinarlo poco a poco. Con esa limpieza, que dejaría las palabras con el brillo de las monedas recién acuñadas, luciría de nuevo el apego a la realidad frente al relato, a la verdad frente a la superstición y la fábula, a los resultados y realidades frente a las vacuas promesas en mundos mejores por venir o paraísos perdidos que restaurar, que hacer grandes de nuevo, embelecos de los que tantos han vivido para desgracia de sociedades enteras que han padecido sus delirios y recetas.
Hay ideas y valores sólidos y ciertos que se han ido volviendo inseguros y acuosos al paso que lo hacían las palabras que los nombran. Usamos las mismas palabas, pero ya no significan lo mismo, sobre todo en ciertas bocas. Así es imposible entenderse, siquiera debatir en buena lid. Ya hemos perdido si aceptamos y damos por bueno en el debate político, ni siquiera en la conversación, que, sin que se le rebata inmediatamente, alguien nos hable de recuperar lo que nunca tuvo, de volver a ser lo que nunca fue, de reconstruir países más soñados que reales, de la conveniencia de restaurar plurinacionalidades austrohúngaras, cuando no feudales, en aras del progreso y la justicia, la igualdad o la convivencia, ni de admitir que alguien pueda cobrar por fin lo que nunca le ha debido nadie, de que las fijaciones vetustas y fracasadas de algunos puedan ser presentadas como proyecto de progreso. Lo necesario es volver a llamar progresista sólo a quien realmente con sus acciones, que no con sus discursos, haya contribuido de alguna forma al progreso social, técnico, científico, económico o moral, reduciendo así drásticamente el número de los que amparados por tal palabro se engallan y se encaraman a la peana. Por su fruto se conoce al árbol. (San Lucas 6,44).
Esa palaba encandila, deslumbra, ciega. Las ideas no son avanzadas por su mera novedad (si es que siquiera son nuevas, que lo que no es tradición suele ser plagio), sino cuando permiten un verdadero avance. Ni son retrógradas todas las que son tradicionales, como no es lo mismo un mueble viejo que uno antiguo, a menos que queramos renunciar a todo lo que miles de años de progreso acumulado, de ensayo y error, de aciertos y fracasos de gente casi siempre mejor que nosotros, nos han traído hasta aquí. Se llama experiencia, y hay que filtrar, sopesar y valorar, que no es de razón repudiar un corpus sólido y funcional de valores, saberes, usos y costumbres que han acreditado su utilidad, bondad y valor por su permanencia. Es cierto que también han pervivido errores, supersticiones y desatinos. Un verdadero conservador no es un carcamal que vive en un pasado que quisiera eterno e inmutable; es el que va transformando lo existente para mejorarlo, el que hace reformas para que perdure lo que merece la pena ser conservado, que no es todo. No el que se complace en la ruina de la casa, sino el que la consolida, limpia y adecenta. La sabiduría consiste seguramente en saber discriminar qué hay que conservar y qué no y, desde luego, no es virtud de los que prefieren las demoliciones indiscriminadas y luego ya se verá. Dios y las urnas nos libren de tales orates y vendehumos.
Hemos escuchado (sin la oposición y el rechazo que merecían) emplear palabras y conceptos como ‘el pueblo’ por unos de mi pueblo, mandato popular por mi santa voluntad, democracia por imposición y trilerismo, reparación por privilegio económico injustificable, regeneración por mera alternancia en el protagonismo de abusos y corrupciones, asalto a los cielos por vertiginoso acomodo y disfrute amoral de las mieles del poder, colaborar a la gobernabilidad por pastar también del presupuesto (eso unos, otros mediante chantajes cuando hay quien por mandar se vende), memoria democrática general por memoria propia y particular, tendenciosa por definición y necesidad, deuda histórica, (debida a territorios también históricos, que los demás, los deudores y paradójicamente más pobres, no lo son, creados por Dios más tarde para reparar un olvido) por insolidaridad secular, agravio por frustración de aspiraciones desmedidas e ilusorias, listas legendarias de los reyes de territorios que ni fueron nunca independientes ni pasaron de condado… Esa entelequia morganática de la corona catalano-aragonesa, curiosamente presente en el imaginario de la izquierda republicana del principado, como fuente de derecho. Por no hablar de quien da la batalla por ganada antes de librarla consiguiendo que muchos acepten sus etiquetas para sí mismos y para todos los demás, en su mundo y en su mente maniquea de buenos y malos. A sí vemos hoy nombrarse antifascistas a muchos fascistas redomados, que nada hubieran desentonado como camisas negras de Mussolini.
Hay grandes verdades que se han banalizado interesadamente hasta que para muchos se han visto reducidas a tópicos sin valor. Queda hablar de los esperpentos del momento, del desmán o del desafuero de hoy, pero sacar a relucir principios, valores y respetos, parece remontarse a un pasado superado e indeseable. Ya está este Viriato —braman algunos— con la matraca del respeto a las formas y a las normas, con antiguallas como la lealtad, la honradez, la ecuanimidad, el honrar la palaba dada y esos estorbos. Pero hay que recordar lo olvidado, aunque parezca cosa de Pero Grullo, no dejar de repetir lo obvio, aunque irrite a quien le estorba y esgrimir la realidad aunque desespere a quien le contradice. Y no dejar de proclamar lo que uno cree verdad, arriesgándose a equivocarse por sí mismo antes que defender los errores de la tribu, sus pasajeras verdades. La vida es demasiado corta para tener la paciencia de esperar a que, con su habitual inconsistencia, en alguno de sus meandros acaben recalando en algo parecido a la razón. Eso sí, siguiendo la doctrina oficial del movimiento, mientras te llamarán facha y los más comedidos y faltos de argumentos, equidistante, creyendo que han dicho algo.
Leyendo este artículo he pensado que tal vez la solución sería recuperar el latín, sus viejas palabras, abuelas de las nuestras, que aún están limpias de las resquebrajaduras, revoques y desportillos de nuestros tiempos.

martes, 6 de mayo de 2025

Nucleares y Cuervo Ingenuo


Una de las condiciones para que algo funcione, bien o mal, es la de su existencia. Y una de las diferencias, no menor, que hay entre la fantasmal comisión de expertos de la pandemia y la que ahora estudiará a quién echarle las culpas del apagón es la esta última existe y la primera era puro ectoplasma. A menos que se le llame así a cuatro amigos dirigidos al señor de marrón de Gila, uno que pasaba por allí. Al final todo es una cuestión filosófica, pura ontología.

Eso no quita para que interesadamente se quiera dirigir el debate hacia cosas inexistentes, más dóciles y moldeables que las reales. En el caso que nos ocupa se nos quiere desviar la atención y el criterio hacia la inexistente oposición a las energías renovables. Nadie se opone a ellas, nadie. Se intenta crear un marco favorable para argumentar con ventaja e intentar salvar el relato, el honor, la cara, los votos y el sillón, deformando el problema y presentándolo falsamente como un enfrentamiento entre nucleares y renovables, entre fachas y progres, entre reacción y progreso, entre la superstición de un extremo y el rechazo irracional del otro. De nuevo, nos encontramos con que es difícil resolver un problema que no existe. Al menos como está planteado. Los que se quiere hacer pasar por defensores a ultranza de la energía nuclear piden simplemente que se prolongue la vida útil de las centrales ya construidas hasta que se pueda prescindir de ellas, encontrada una solución de almacenamiento que no ponga en peligro el sistema y el suministro. Nadie en España propone construir más centrales nucleares, como ocurre en otros países que no tienen la fortuna de disfrutar de tanto sol y vientos ni de haber heredado trescientos setenta y cuatro de embalses.

Nadie se opone a las energías renovables, todos entienden que es el futuro y una bendición para España, donde el sol pasa el invierno y tantos turistas acuden a cargar las pilas. No faltan muchos años para que estas energías limpias, inagotables y baratas hagan que no necesitemos otras. Sobrarán las nucleares, no habrá que quemar gas o carbón en centrales que quedarán obsoletas, y el agua de los pantanos podrá conservarse para mejores usos, consumo humano y regadíos. Tenemos el problema de que no se puede almacenar hoy por hoy gran parte de la energía sobrante y que hay momentos en que producimos demás para lo que la red, el consumo y las circunstancias permiten. Vamos a tener que reabrir los altos hornos para fundir acero gratis con la energía que nos sobrará y el precio de la electricidad debería reducirse si la vergüenza no fuese también inexistente, una vez libres de la fuga de divisas tradicional que arruinaba el país para pagar combustibles fósiles que quemar en las centrales de ciclo combinado. Pero antes hay que desarrollar tecnologías de almacenamiento viables y baratas. Entonces sí, entonces sobrará todo lo demás y se verá lo absurdo y sectario e este falso debate . Hoy por hoy no podemos poner todos los huevos en la cesta fotovoltaica y solar. El engaño interesado es decirnos que hay quien se opone a ella o al hidrógeno, otra vía prometedora.

Lo razonable, supersticiones aparte, es mantener unos años más las nucleares ya instaladas activas, como no habrá más remedio que seguir quemando gas o vaciando los pantanos en ocasiones. Todo el mundo sabe que ni la tecnología actual ni la red eléctrica en uso permiten hoy en España un 100% de renovables. Es cuestión del equilibrio imprescindible en todo momento entre oferta y demanda de electricidad, que falla cuando se produce un mínimo desajuste, como hemos tenido ocasión de comprobar y padecer y que nos explicarán en cuanto encuentren algo que contarnos. Como en todo el mundo tienen el ojo puesto en el caso, por eso de las barbas del vecino, en este asunto estamos expuestos a llegar a conocer la verdad, que dará y quitará razones.

Hay autonomías, como Extremadura y Castilla-La Mancha que, con sus pantanos, molinetas y parques solares instalados, producen mucha más electricidad que la que consumen y necesitan. Hay otras, más industrializadas y necesitadas de electricidad, que son totalmente dependientes de la que se produce en otras regiones. Ya se ocuparon de que no les mancharan el territorio con esas instalaciones que contaminan, estropean el paisaje de los abuelos o expulsan a los habitantes de los valles, la mejor tierra cultivable que tenían. Ya fabricamos nosotros. Vosotros cultiváis, abrís minas, nos vais mandando materias primas baratas y energía, os tragáis los humos y, cuando hagáis falta, ya si eso, os venís aquí como mano de obra mientras nosotros os vamos marginando y despreciando, que nos vais a joder en ADN y el idioma.

Cataluña tiene unas centrales nucleares (no el país vasco, que lo evitaron a tiros) que le suministran la mitad de la energía que consumen. Renovables tienen pocas, cuanto más lejos mejor, que los molinos les recuerdan al Quijote, que viene a ser como los toros de Domecq o los tricornios e inquietan el espíritu del país. Lo malo es que la tecnología y la industria van a requerir cantidades ingentes de electricidad para el procesado de datos, la inteligencia artificial o la recarga de las baterías de los coches, si es que no se encuentra antes algo mejor, que sería lo deseable.

Las empresas de energía, que no sus fuentes, están ubicadas casualmente en el País vasco, Cataluña y Madrid. La propuesta más razonable, a mi entender y al de una mayoría, es prolongar unos años la vida útil de las nucleares. Esta opción, salvo suicidio económico como el alemán, tiene la suerte de ser inevitable y la desgracia de ser la postura defendida por el PP, por los fachas. Cero votos la moción, salte o raje. Pero nos vamos a divertir cuando Junts y ERC por una parte, y PNV por la otra, apoyen lo que por una vez es bueno para España y bueno para las partes de ella que ellos representan, para sus industrias y para su futuro. Los nacionalistas no pueden permitir depender de una energía que les llega desde la metrópoli ni renunciar a los jugosísimos beneficios de las empresas que están allí, no en Cáceres o en Albacete, en Aragón o en Castilla, donde producimos la electricidad que ellos luego nos venden y cobran y que sus industrias necesitan. Hay veces que o se sorbe o se sopla, o la puta o la Ramoneta.

De forma que no sería raro ver otra caída de caballo, otro dondedijedigo y de reírnos hasta el desternille ante los esfuerzos de obispos, feligreses y acólitos por defender mañana lo que hoy rechazan. Ya están hechos a esos vaivenes, sapos y papelones, de forma que, aparte del ridículo, poco quebranto les va a suponer. Y no va a ser el PP quien les tuerza la mano, no, sino sus socios, los únicos que, a cambio de esos votos que les faltan y que las urnas les negaron, merecen ser escuchados y retribuidos. Lo que usted guste mandar. Pongámonos cómodos a ver la función que, o mucho me equivoco, va a ser para Premio Nacional de Artes Escénicas.


sábado, 3 de mayo de 2025

De la efímera memoria


 Hay mariposas nocturnas, falenas, que tienen una vida extremadamente breve, llegando a durar sólo unos minutos, como la hembra de la efímera, la del bien puesto nombre. Luego están algunas tortugas y tiburones que, aunque llenos de mataduras y desportillos, resisten más que un mal gobierno o un dolor de muelas, que todo lo que duren es demasiado. La sal del Himalaya suele conservarse mucho más en la despensa que el pollo o las gambas fuera de la nevera en agosto.

Con los errores, corrupciones, falsedades, incompetencias o infamias de la política ocurre algo parecido, aunque su pervivencia no dependa de cuestiones genéticas ni medioambientales, sino de los diferentes metros y romanas que suelen utilizar los feligreses de las distintas parroquias para medir los desmanes propios y los ajenos. El grado de endurecimiento del rostro, la esclerosis facial, se suma a otros desarreglos psicológicos y morales, sumiendo el asunto a tapar en el agujero negro de su relatividad valorativa, una elasticidad ética que llega a alterar las coordenadas espaciotemporales. Unos errores, desaciertos o delitos son enormes y eternos, los ajenos, pues los del contrario no prescriben ni se olvidan, siempre pueden sacarse a relucir y nunca dejan de arrancar aplausos y reverdecer indignaciones impostadas en la peña. Para los más cafeteros de cada parroquia, a la hora de durar, los marrones propios son gambas, los ajenos, sal de roca.
Cuando se refiere a los incumplimientos, tergiversaciones, corrupciones, tropelías o desafueros de los afines, la memoria empieza a fallar y el metro a encoger. Sus propios pufos, siempre menores, duran un par de días, tapados por el siguiente. Si este solapamiento vertiginoso que sólo mantiene en portada y candelero la última cacicada o barbaridad (aunque no tanto como quisieran) nos acaba afectando a todos, que no damos abasto a asimilar sus errores, cesiones y abusos políticos, para qué hablar de lo fugaz de la memoria de los acólitos, siempre dispuestos a perdonar y a olvidar los de los suyos de hoy mientras intentan taparlos con los ajenos de anteayer o del siglo pasado.
De esa forma, cualquier disparate, cualquier chanchullo o atropello, cualquier exceso o arbitrariedad, sea por incompetencia o por maldad, se puede traspapelar si se consigue mantener unos días el tipo con excusas y relatos, eso que en boca de otros se llaman bulos, hasta que acaezca una nueva desástrofe o se perpetre algún nuevo desmán. Ellos creen así que siempre tienen, si acaso, un solo asunto del que dar cuentas. Y se equivocan porque, a diferencia de la madre y para su desgracia, memorias hay más de una.

martes, 29 de abril de 2025

Del apagón imposible

 

Del apagón de ayer, que pasará a la Historia, se nos ha venido a decir que lo que pasó es algo que no puede pasar, de forma que todos tranquilos tras la explicación. Fue ilusión. Es algo así como lo de «esto no puede seguir así, a menos que continúe». Cuando sepan algo, si se llega a saber, ya nos lo contarán, en el caso de que se pueda contar. Decir a las seis horas que no se descarta ninguna posibilidad deja mucho espacio a la imaginación. Al no haber electricidad no funcionan los mentideros tecnológicos de masas y, entre nosotros, no ha cuajado eso del Speaker’s Corner de Hyde Park, y a nadie se le ocurre encaramarse a una silla para perorar al público en una esquina de un parque y esparcir sus paranoias, además de que los profesionales aspiran a mayores audiencias.
Si nos hablan de gabinetes de crisis nos entra la risa floja y si nos remiten a una comisión de expertos, el pánico. De todas formas, lo complejo del sistema y su reparación hace que poco papel puedan tener en el caso los políticos, lo que es tranquilizador. Estamos en buenas manos, es decir, en otras. La tierra para el que la trabaja y las soluciones para el que sabe, dos deseos utópicos. Lo único seguro es que más reuniones habría ayer en el gremio para explorar las posibilidades electorales de la catacumbre que para solucionarla.
Los feligreses más fervorosos ya andan en las redes viendo la forma de sacar tajada del evento para su iglesia, que sus santos son más milagreros, algo patético y poco operativo, pues sus homilías consisten invariablemente en encontrar o inventar un culpable, siempre único y ajeno. Pero, a falta de internet, no escuchamos demasiados disparates ayer en el desempolvado transistor. Nunca he creído en eso de que el medio es el mensaje, frase que evita a muchos el dolor de leer en medios hostiles datos o ideas que pudieren poner en compromiso las propias, que hay que mantener fijas, bien ancladas, inconmovibles, como las muelas, pero tal vez en un transistor no quepan estupideces descomunales.
Las administraciones estuvieron a la altura, se hizo lo que se pudo, funcionó lo imprescindible, lo vital: se sacó a la gente atrapada en ascensores o en trenes detenidos en túneles, los quirófanos pudieron continuar con lo inaplazable, los chinos hicieron su agosto vendiendo transistores y pilas, las ferreterías todas las existencias de camping gas para freír el huevo y veo que una cerería superviviente en Santiago de Compostela agotó las suyas de cirios y velas, dejando a los santos a oscuras. Los contribuyentes comieron y cenaron como en nochevieja, dando salida a lo mejor del congelador, por si acaso.
La situación, extraña y penosa, se llevó mejor en la cocina de la aldea, chusmarrando en el fuego de la chimenea parte de la decoración que cuelga de las vigas desde san Martín. Mucho mejor que encaramados en el piso treintaidós de un edificio de postín en la milla de oro, sin fuerzas ni ganas de fatigar las escaleras. Algunos, a la luz de la vela o el recuperado candil, sin artilugios ni aparatos que les distraigan y entretengan como era costumbre, no han tenido más remedio que dejar su habitual pasividad para insistir con el manubrio a ver si consiguen arrancar el magín en barbecho y la conciencia subcontradada, con el riesgo de que al conocerse a sí mismos un poco mejor, no se gusten.
Habrá que ir reponiendo el kit de supervivencia. Yo voy a añadir insecticidas poderosos para cuando llegue la plaga de langosta.

jueves, 20 de marzo de 2025

Glosa vocabularia. Vocablos y venablos

 

Casi nadie es lo que dice ser, no todos lo que creen que son y bastantes menos lo que les llaman los demás. Con qué ligereza se utilizan palabras como facha o fascista. El concepto ha alcanzado tal amplitud y elasticidad que hay pocos que se hayan librado de que algún integrista gilipollas (por utilizar términos científicos) les haya etiquetado así en algún momento. Son palabras que, no sin intención, te remiten a Hitler o a Pinochet, incluso a Franco, aunque entre tales sujetos pueden señalarse diferencias más que sutiles, cualitativas y cuantitativas, que en ningún caso pueden hacerles pasar por buenos. Facha es más liviano, ha devenido en antónimo de progre. Lo de la izquierda no pasa de ser hoy recuerdo de las enseñanzas de barrio Sésamo a los niños. Para gran parte de los medios, opinantes y taxónomos políticos, en España existe extrema derecha, derecha extrema, ultraderecha, que de otras no las hay, y bullen los fascistas como garbanzos en la olla, pero ¡Oh, maravilla! carecemos de extrema izquierda o de ultraizquierda, lo que seria tan deseable como la inexistencia de sus opuestos especulares. Fíjate tú qué cosas más curiosas que tiene la entomología.
El cerebro cuando escucha blanco, al rescatar del enmarañamiento de las neuronas el concepto asociado a la palabra, tiene por costumbre tirar de las cerezas léxicas, y el mecanismo nos trae aparejado también negro (con perdón), su opuesto. Piensas largo y acude corto de su mano. Caliente y frío, demócrata y totalitario, listo como un lince y tonto de censo, sólido y líquido. Funciona también con sustantivos: día y noche, suelo y techo, hombre y mujer. La mente opera por parejas, como la Guardia Civil y los de la empresa Podemos y Asociados, C.B. Hay asociaciones inevitables entre nombres y adjetivos, a los que ponemos cara: Dicen fascista y el ectoplasma de Stalin también se da a vistas, acude al magín de la mano de Hitler. Nuestro cimborrio funciona así, para desgracia de fanáticos y sectarios. Que cada cual saque sus consecuencias, pero el que utiliza ciertos conceptos tan a la ligera, a menudo más se retrata a sí mismo que al que pretende descalificar con el palabro. Acaba invocando entes y espíritus malignos familiares que más le convendría dejar en el olvido. Cada palabra contagia y a veces contamina a la inmediata, mecanismo que exploró Borges en su Historia Universal de la Infamia.
Cuando recurren al fascismo para descalificar a alguien, las mentes de los que escuchan o leen sacan del fichero de la historia también al comunismo, la otra cara de la misma moneda totalitaria y, con toda justicia, más lo asocian con Stalin o con Mao, con Castro o con Kim Jong-un que con Sartorius, Anguita o Gerardo Iglesias. Lo que tan bien les funciona para los demás, no deja de obrar en contra su bando. Que lo sepan, que no se extrañen ni reprochen a los demás que la baraja sea la misma para todos, aunque pretendan jugar la partida de la memoria y de la condena a las dictaduras con las cartas marcadas. Jugamos con las palabras y trabajar por hacerles recuperar su verdadero significado, junto con reivindicar la obviedad, sería una de las pocas revoluciones necesarias aunque no sé si ya posibles. Una cosa es tener una idea de la justicia social, a veces bastante difusa, de una mejor redistribución de la riqueza y esas cosas, pero eso no es patrimonio de los se dicen comunistas, ni siquiera de la izquierda, sino idea muy común y compartida. Desgraciadamente la idea de libertad y de prosperidad son imposibles de casar con esa marca. Los pocos comunistas ciertos y verdaderos que sobreviven, para qué nos vamos a engañar, entre dogmas y telarañas, los enemigos del comercio y de la propiedad privada, los defensores de la dictadura del proletariado (siempre que mandar manden ellos, no el proletariado, que ese es el busilis del asunto) son una regresión evolutiva con pocos ejemplares en el país. Comunistas auténticos, por fortuna, aunque algunos se acojan a ese club, no hay demasiados por estos lares, que andan jodiendo países lejanos a los que acuden estos megaterios políticos locales a ponerse al día en sus refugios jurásicos.
Progresista ya no es tampoco lo que fue en tiempos, aparte de lo vidrioso de discriminar lo que es progreso y lo que en realidad no lo es, un concepto que algunos indocumentados identifican con el mero cambio. No conciben que pueda ser a peor, como suelen ser los que tales orates protagonizan cuando por error o enfado se les deja. Breves momentos, pues, si no es a la fuerza, poco duran al mando. Pronto se vienen abajo por el desequilibrio y endeblez de sus talantes, cercano a menudo a la patología, y por la penuria de sus capacidades, conocimientos y entendederas, que no suelen ir más allá de cuatro simplezas de repertorio y la mera adhesión a todo lo que consideran nuevo, rompedor y destructivo. Los conservadores más cavernícolas son los que parecen pensar que conviene conservar hasta las muelas con caries o las norias de sangre; sus contrarios, los revolucionarios, sean de salón o de convento, de ciudad o de campo abierto, si algo tiene muchos años, abajo con ello, sea catedral, tradición, institución arraigada o costumbre popular. Para su desgracia y asombro, hay muchas cosas como la cuchara, la silla o los huevos fritos con patatas, imposibles de mejorar. Salvo detalles muy accesorios y decorativos, cualquier cambio en tales maravillas no puede ir más que a peor.
Vemos pues que hay pánicos buenos y malos, según sean inducidos por unas o por otras sectas, a menudo igualmente fanáticas y apocalípticas. A todo me avengo, menos a la razón, parece ser el lema de cualquier extremista, sea del pelaje que fuere. Enseguida asomará por aquí algún astuto cazador de equidistantes, de esos que abominan de los términos medios, de los equilibrios, de las ponderaciones y ecuanimidades, del mero razonar en busca de matices y zonas grises, esas que permiten el acuerdo y la convivencia. Dense por contestados de antemano. Lo único indudable es que para estas banderías que pueblan los márgenes y los extremos, siempre alejadas del sentido común y refractarias a datos y evidencias, hay temas que no se deben debatir, ni mentar siquiera. Vienen a ser la reencarnación de los que en otras épocas hacían otro tanto si alguien sacaba a relucir las inconsistencias de la Santísima Trinidad o de la transustanciación. Unos y otros hablaban y hablan de religión. Roma locuta, causa finita. Al menos mantengámoslos lejos de puestos de mando y gobierno y que Dios los confunda si es que su confusión admite mejoras.

viernes, 18 de octubre de 2024

Epístola de la ideología vegetal

Stefano Mantuso y otros estudiosos aseguran que las plantas, de alguna manera, piensan. Amebas, paramecios y bacterias, vistos al microscopio, también muestran una movilidad y un comportamiento que responde a unos estímulos, incluso a una estrategia, algo parecido a pensar. Si una adelfa y hasta un estafilococo, aunque rudimentariamente, pueden pensar como parece, ¿cómo no va a pensar un militante de un partido, a pesar de que entre ellos bullen los que tan bien lo disimulan que no aparentan tener actividad mental autónoma alguna? Sin duda, algo deben de pensar por su cuenta. Y no me refiero a instintos, reflejos ni a los procesos mentales relacionados con hacerse los nudos de los zapatos, poner la lavadora o elegir una camisa. Es cierto que su militancia les evita y desacostumbra a entrar en honduras y finezas argumentales, también de la vacilación y las ponderaciones para, llegadas las elecciones, elegir a quién votar. Su carnet les ahorra la necesidad de meterse en arduos y vidriosos análisis acerca de quién lleva razón, qué es verdad y qué mentira, qué está bien y qué está mal, qué le conviene al país y que no, independientemente de lo que le convenga al gobierno de los suyos, o si esta o aquella ley o medida es un acierto, un disparate o una infamia, si este partido o personaje es aceptable como socio a pesar de ser un delincuente o un antisistema sectario, pinturero o indocumentado, falsario o golpista, hasta alguien que reparte los beneficios de la herencia con unos hombres de paz a los que las manos aún les huelen a pólvora. Las plantas buscan la luz, muchos militantes y acólitos el sol que más calienta, que suele alumbrar las alturas, el calor del poder y la compañía de los justos. En lo demás, argumentalmente y en cuanto a autocrítica, encefalograma plano.

Pensar contracorriente, en el foro y más en la parroquia, se vuelve un lastre y un peligro, fuente de incordios y pesombres, aunque esos problemas que a otros inquietan y ocupan, ellos los tienen solucionados. También los que se refieran al pasado, a la Historia. Sin dudas ni tibiezas, saben quiénes fueron y son los buenos y, por descarte, los malos, que siempre son los otros. No conciben los grises, que para el militante de izquierdas añoso siguen siendo maderos, aunque nunca corrieran delante de ellos, no siendo posible en unos por talante, en otros por edad, de forma que juegan a cazar fantasmas. Pero los recuerdos ajenos también cuentan, son tan operativos como los propios, que hay quien hereda un majuelo y quien una ideología, unos rencores, unos enemigos y unas fábulas. Para los de derechas más cafeteros, tampoco cabe la duda ni la reflexión, la verdad es una, inmutable, antigua y propia; entre ellos y los zurdos se encuentran los tibios, los melifluos, los cobardicas, esos a los que los extremistas de ambos bandos llaman equidistantes. En poco se diferencian, aunque es posible encontrar algún rescoldo de apego a la realidad en unos que ni brilla ni humea en los otros. Hay quien siempre ha abominado de ella viendo que el género humano y la Historia se han empeñado en contradecir sus planes, sus análisis y sus augurios. Hay ideologías que tal vez hubieran tenido éxito entre primates poco evolucionados y más gregarios, o en otro mundo habitado por especies unánimes y amorfas cercanas a lo vegetal o basadas en el silicio en lugar del carbono, sin sangre en las venas, ilusiones ni proyectos personales en el magín, hueros de ansias de individualidad ni consciencia de la posibilidad de la libertad.

Pero para ambos modos especulares de soberbia y de tribalismo, entre esos extremos berroqueños cercanos al integrismo que la gente normal (la mejor, la menos ruidosa y visceral, la más útil y numerosa, la que permite la convivencia y la alternancia en el poder) abomina, se hallan a su entender los mentados equidistantes, los que no se decantan con claridad hacia donde deben, los que no entregan su alma sin peros ni distingos a uno u otro bloque compacto de seguridades y prescripciones que conforman eso que con candor y exageración los creyentes políticos llaman ideología.

Ante eso no tiene sentido argumentar acerca de la inconveniencia, la maldad o la infamia de algunas leyes y decisiones, a menudo venales, lo que ya debería llevarnos a evitar ulteriores debates, estériles por atender a decisiones ya tomadas, mercadeadas en mostradores ajenos a la actividad parlamentaria, cuando no en foráneas guaridas y escondrijos de delincuentes huidos de la justicia. Han visto que el vértigo de tapar un disparate con una aberración y una aberración con un despropósito les va bien. No les pasa excesiva factura entre la feligresía. Perder, pierden todas las elecciones, pero mientras tengan con qué acudir al mercado del voto, aunque sea pagando en metálico, pueden ir comprando el cargo y el poder. Y, cosa admirable, nunca les ha faltado quien les defienda, hagan una cosa o su contraria, les mientan o les chuleen poniéndolos a defender lo que antes atacaban y de paso a hacer el ridículo. Siempre están allí, en número menguante, pero suficientes para reunir, previo pago, los votos justos (ni uno más ni uno menos), los apoyos interesados de otras minorías con proyectos también rechazados uno a uno por la población, para urdir unos gobiernos legítimos, sí, pero que más parecen un ornitorrinco (una aberración de la creación) que un águila o un caballo, animales bien diseñados, funcionales, hermosos y con fuste.

Pensar deben pensar, pero su pensamiento siempre se detiene antes de entrar en ese cerrado intocable que mantiene unida y segura a la tribu, enrabietada y confundida por el trampantojo de la llegada de los bárbaros, aunque tienen al enemigo más dentro que fuera. Las ideas, como las muelas, cuanto más firmes e inmóviles, mejor. La duda es debilidad, síntoma de falta de cuajo, rendija o herida por donde se infiltra el morbo patológico del error. Mejor desarrollar una buena costra que nos salve de la infección de la verdad.  Empiezas dudando de los tuyos y de sus dogmas y, de que das cuenta, te has descarriado, te has hecho un perdulario descastado, un traidor, un degenerado, un hereje, un desertor, un enemigo. Hasta un facha. Sería admisible, aunque con reservas, si esa evolución te hubiera acercado a la verdad, que es nuestra. Al revés no es de recibo. Nada hay peor que alguien que abandone la fe verdadera para adoptar cualquier otra, errada, hostil, maldita. Ya lo dice el Islam, tan liberal como ellos.

Pensar, eso que se hace en silencio y a solas, mirando al techo, a las olas, al fuego o a la pared durante un tiempo más o menos prolongado, cuestionándose los asuntos desde un poco antes de donde empiezan las convicciones, las creencias y la fe, a menudo reemplazadas por la adhesión y el interés, es algo menos habitual y extendido de lo que pudiera parecer. Eso de partir de cero es cosa de Descartes, un pirado. Hay quienes han vivido su vida entera, tomado decisiones, expresado opiniones con vehemencia, perdido amigos, votado, defendido y atacado ideologías, con la fe del carbonero, más espoleados por su entorno, su peña o su aldea, que por una reflexión personal que no todos han llevado a cabo, ni siquiera iniciado, no sea cosa qué. En otros, proclamas aparte, el mero interés ha servido como sucedáneo del pensamiento, lo suyo no ha pasado de malta ideológica, que te conocí ciruelo. Algunos han llegado muy lejos, muy arriba, con ese rigor mental, con un cerebro en barbecho, desfibrado, anémico y sin tono, que no son tiempos que premien la originalidad ni la disidencia precisamente. Ya tiene cada cual su periódico, su cadena de televisión, su partido y sus líderes que le explican las cosas sin engañarles, no como les ocurre a los contrarios que están en manos de manipuladores que les llenan la cabeza de fango, de bulos y de mentiras. Hay que impedir que el poder caiga en otras manos, sea como sea, nos dicen ellos con hechos, mientras reprochan a los contrarios que lo sugieran con palabras. No podemos ceder el mando. Podrían llegar a hacer lo que nosotros.

Si muchos pensaran, inevitablemente habrían llegado a la conclusión de que lo que los suyos han ido haciendo entre virajes, contradicciones y renuncias a unos principios tan proclamados como inexistentes, sería inadmisible hecho por otros, por los contrarios. Resultaría insufrible, entonces sí inmoral. Hablan a veces de hacer pedagogía, pero la única lección que la sociedad aprende rápidamente de ellos es la de la arbitrariedad impune, ese es el ejemplo, su herencia. Sientan jurisprudencia imprudente y peligrosa. En un futuro podrá ser usada en contra de su partido y de toda la sociedad, como se viene hoy haciendo, pues abiertas quedan las puertas que últimamente se han forzado sin más objetivo que el de conservar el poder. Cada institución colonizada, cada contrapeso desactivado, cada medida tomada porque sí, que ellos sabrán, aceptada sin pedir explicaciones ni razones (Sáhara, por ejemplo), cada nombramiento sectario o nepotista dado por bueno, cada comportamiento dudoso, abusivo, poco ejemplar o directamente delictivo relativizado y amparado por disculpatorias comparaciones con corruptos ajenos, de atenuantes a eximentes, cada pago a cambio de votos efectuado a delincuentes, golpistas o indeseables varios, que se metabolizan con tragaderas de dragón de Komodo, lleva al ridículo y a la vergüenza a los que intentan justificarlos ante los demás, dejando en la cuneta prestigios, trayectorias y coherencias. El tiempo pasará, las circunstancias serán otras, y muchos se habrán dejado demasiados pelos en la gatera. Todos. Y andarán desollados y en pelotas argumentales.

Muchas veces habíamos dicho con candidez que parte del problema (aparte de no saber cuáles son los problemas reales, entretenidos en los imaginarios o creados por ellos mismos) es que todo se lleva a las esencias, a los principios, aunque todos sepamos que es mera escenificación. Y como los principios no se pueden negociar, nos decían, sólo cabe la rigidez, la imposición, la rendición total del contrario. Ilusos, éramos unos ilusos. Luego hemos ido viendo que los más exitosos caudillos del gremio han superado esos dilemas renunciando a todo principio, moral o promesa, de forma que todo el campo es suyo, sin vallas, límites ni más fronteras que las que haya que ir levantando para parapetarse y para satisfacer a los desalmados de los que depende su permanencia en el poder.

Lo más triste y desilusionante ha sido ir viendo cómo, no sólo aquellos cuyo cargo, sueldo y bienestar dependían de su elasticidad moral y su actitud genuflexa, sino también sus acólitos, han ido desarrollando una inusitada capacidad de adaptación ética. Sus listones son de goma. Los más listos callan en espera del desenlace, algunos (pocos) suicidas más decentes critican, se oponen, salen del redil y se separan del rebaño sufriendo el ataque de mayorales y perros pastores de la finca. Otros, en el pelotón, mero bulto, sacuden el cencerro y se dejan oír a coro: de la noche a la mañana, han acabado viendo bueno lo que antes era malo, conveniente lo que consideraban inadmisible y muy puesto en razón lo que hasta el toque de corneta les resultaba inimaginable. Tal vez eso haya sido lo más doloroso y revelador. Tras las convicciones de que se presumía, no había nada, solo sectarismo tribal, sumisión acrítica, miseria moral. Y sálvese el que pueda, que algunos habrá. Pero no nos canten milongas.

Mis reproches no se dirigen a la izquierda más extrema y telarañosa. Esos no dan más de sí y nada cabe esperar de ellos pero, al menos, son coherentes en algunas pocas cosas, aunque su coherencia se limite a llevar siglo y medio defendiendo las mismas ideas, inmunes al fracaso y refractarios a la experiencia y a la realidad. Nunca han creado ni producido nada tangible, nada que se pueda comer. Sólo miseria, opresión y ruina económica y moral en los desgraciados países en los que han llegado a imponer su totalitarismo. Lógicamente me refiero a los ideólogos, unos señoritos, no a los que sí cultivan o fabrican todo lo que nos mantienen vivos a los demás, esos a los que los teóricos, haciendo gala a su nombre, teóricamente defienden, aunque no pierden ocasión para mostrarles su desdén y su desprecio. Unos gañanes sin maneras, les vienen a decir. Son enemigos de la creación de riqueza y del comercio, pero sus discursos de repartir, mientras quede, lo ajeno que a su pesar existe nunca han dejado de resultar agradables al oído, y aún les votan algunos despistados. Les acaba de rematar la necesidad de apuntarse a todos los bombardeos culturetas para engrosar el caldo, hoy aguado, de su olla ideológica. No hay movida que empiece por ‘anti-’, ‘des-’, o ‘contra-‘ a la que no se adhieran; liquidez, vacuidad, deconstrucción o hundimiento que no adopten con entusiasmo, ni ‘-ismo’ o vanguardia (en el sentido de último pero no mejor) a la que no se afilien, sea woke, elitista, urbanita o pinturera. Siempre están allí, en esas causas sustitutorias, a menudo vacuas y pasajeras, una forma de reconocer que a la hora de solucionar los verdaderos problemas no hay que contar con su ayuda, aunque nunca dejarán de decirnos, y de imponernos cuando y donde puedan, cómo hemos de pensar y vivir, en un largo inventario de prescripciones. Pero, para ellos, donde se ponga una buena demolición que se quiten las arquitecturas sólidas y estables.

Las plantas piensan flojo, pero son sensibles y tienen un plan en sus genes. Colonizar su entorno, apoderarse de él, estorbar a la competencia acaparando la luz, el agua y los nutrientes, envenenando si es necesario el bancal donde viven para acabar con sus rivales, extender sus raíces lo más posible, chuparlo todo, sin límites ni remilgos. No cabe esperar más de ellas. Y les va bien. Ese es el ejemplo, poco más hay que pensar. Y a la vista está.

 

jueves, 8 de agosto de 2024

Epístola tributaria y repartidera


 Así, por casualidad, muchos políticos, periodistas y opinantes acaban de caer en la cuenta de que del problema gravísimo que Sánchez, socios y apoyos nos crean al pretender pagar otra investidura con la cesión de los impuestos a Cataluña y que sálvese el que pueda, tiene la culpa Madrit. Una vez recibida la orden del día, cada feligrés en la parroquia intenta buscarle el fuste a la consigna como buenamente puede, es decir, de mala manera y con escaso éxito. Conclusión unánime: Madrid nos roba. Ese es el lema y el problema. Y, claro, hay que darle una solución a esa injusticia. Y, de paso, otra pura casualidad, nos votan al Illa.

Madrid es capital de España desde que así lo decidió un tal Felipe II en 1586, salvo unos breves intervalos. Pero es ahora, fíjate tú, cuando descubrimos con pasmo que el efecto capitalidad resulta perverso. Es un efecto real, es un beneficio, del que gozan en bastante medida todas las capitales de cada comunidad autónoma. Por contra, acarrea no pocos gastos e incomodidades. Cuando lleguen las elecciones autonómicas, que vayan a Madrit a explicarles lo abusones que son. Y luego a llorar, como siempre. ¡Serán gilipollas, que han vuelto a darle una mayoría absoluta a la Ayuso, con lo mala que es!

Por otra parte, nos cuentan que es injusto que las empresas se vayan donde les parezca oportuno. Era mejor cuando Franco decidía que la SEAT a Martorell (Barcelona), que en Cartagena o en Málaga no van a saber montar coches, ni tienen puerto. Maltrato secular a Cataluña, se lamentan, ahora agravado, como nos ilustran los que saben, con la competencia desleal por el dumping fiscal que Madrid practica para atraerlas. Competencia desleal le llaman los paladines de la lealtad. Castilla-La Mancha, como otras, procura atraer a su territorio limítrofe todas las empresas ubicadas en Madrid que puede engatusar a base de tratarlas bien, mejor que Madrid. Todos lo intentan, cada cual con las armas que tiene, que son demasiado diferentes como para que se queje quien tiene tantas como el que más. Si hay comunidades que han conseguido con sus políticas ahuyentarlas más que atraerlas, con su pan se lo coman y al rincón de pensar. El uso artero y egoísta que algunas comunidades han hecho de su poder delegado ha llevado a todos a la competencia, no a la colaboración entre españoles, que ellas intentan hacer desiguales y recelosos del vecino. No se trata de vivir mejor que antes, se conforman con intentar vivir mejor que los demás, siempre con el impulso aldeano de la comparación con el villorrio vecino.

Creamos las Comunidades Autónomas, que fueron adquiriendo más y más competencias, por lo civil o por lo criminal, para sumarse a algunas que nunca debieron ser transferidas. Y cada investidura, presupuesto o ley necesita de algún otro traspaso o pago en especie, sea razonable, justo, o ninguna de las dos cosas, como es el caso.

Todo tiene un precio. No nos quejemos si, además del País Vasco, Navarra y Cataluña, las demás comunidades se buscan la vida en legítima defensa, pues lo que se ha cebado es el incentivo perverso de que sólo recibe buen trato, mejor que los demás, quien tiene el poder de imponerlo. ¡Ay de las zonas despobladas, envejecidas y dejadas de la mano de Dios desde los romanos! Ya sabemos con qué transparencia y generosidad se negocia la pírrica aportación vasca y navarra al fondo común. En términos científicos, son nuestros chulos. Y no hay puta bastante para otro más. Las negociaciones con los separatistas, ya vemos que se hacen a punta de pistola. O me das esto o no te voto. Y, si dan con la persona adecuada, se les concede lo que sea menester, salte o raje.

Tanto Cataluña como el País vasco son deficitarias a la hora de atender el pago de las pensiones, siendo las suyas, como sus sueldos en activo, de las más altas de España. Los jubilados catalanes reciben 4.000 millones más cada año de lo que cubren las cotizaciones de los trabajadores en activo en su comunidad. Madrid tiene en ese apartado un superávit de 3.000, con lo que cubre sus propias pensiones y aporta ese exceso de cotizaciones a la caja común. Esta caja común, a diferencia de la recaudación de los impuestos, no se cuestiona. Es más, se evita hablar de ella. Ahora sí que es buena y necesaria la solidaridad entre territorios. Es decir, que las pensiones de sus ciudadanos sean atendidas con cargo a las cotizaciones de todos los españoles, completadas cada año de forma creciente con los impuestos de todos y la deuda española que cada año se contrae para poder pagarlas. No respetan más leyes que la de la gravedad y la del embudo. Y a los ‘progresistas’ les parece todo un avance. Saben que no lo es, pero mentir cada vez les cuesta menos trabajo, viendo al jefe.

Eso, antes o después, sobre todo si alguien quisiera abrir el melón constitucional para reformar la estructura territorial, como por la puerta trasera y desde hace una semana pretenden hacernos confederales a hostias, puede dar lugar a que aparezcan reivindicaciones imprevistas y molestísimas para los defensores de ese invento falaz de la plurinacionalidad. Igual se encuentran con una ola imparable de deseos recentralizadores de algunas competencias cuya cesión ha creado más problemas que beneficios al conjunto y se han usado en contra del Estado y la mayoría de los españoles, creando unos de primera y otros de segunda.

Cada Comunidad tiene transferidas unas competencias que, salvo Cataluña, ejerce dentro de la ley como mejor cree conveniente. En las elecciones los ciudadanos juzgan y eligen gestiones y talantes. Esas competencias incluyen la regulación y recaudación de algunos impuestos y tramos de IRPF. Lo recaudado y lo recibido del Estado lo gasta en lo que responde a lo que considera sus necesidades prioritarias. En eso consistía la autonomía ¿no? A todas y cada una hay críticas razonables y merecidas que hacer. A Madrid, sin duda, también. Pero si alguna considera prioritario gastar miles y miles de millones en unas cadenas de radio y televisión afines para propagar la causa separatista, subvencionar periódicos comprensivos y complacientes, ir creando organismos paralelos a los del Estado para colocar a la peña e ir haciendo una republiqueta por la puerta de atrás o malgastar en embajadas inútiles lo que para lo necesario les falta, que no intenten pasarnos a escote esas cuentas a los demás. Todo eso posiblemente supere el presupuesto total de alguna pequeña comunidad autónoma. Los catalanes sabrán a quiénes votan y para qué.

Ni se les pasa por el cimborrio pensar que hay unas comunidades mejor gestionadas que otras. Y alguna sencillamente sin gestión alguna, que están en otras cosas, haciendo país y destruyendo nación, la única que hay, dejando el palabrerío aparte.

Pero la culpa es de Madrid, que de nuevo es la que más dinero aporta al fondo común que compensa de alguna forma desigualdades de origen, tres veces más que nadie. Incluso la malversación que rodea la intentona del procés ha recibido el beneplácito de un gobierno que llegó prometiendo acabar con la corrupción ajena, para acabar aportando la propia y modificando a medida la figura legal que la castigaba para pagar otros votos. Varias leyes han mercadeado para cambiar apoyos por impunidad. Hay muchas formas de corrupción y, como vemos, la peor no es la económica, sino la política e institucional que comete este gobierno. 

No es lo mismo prestar atención médica, educativa, dependencia, comunicaciones, etc. a una población envejecida y dispersa que en una gran urbe. Eso viene a reforzar la idea de la irrenunciable necesidad de que Madrid, Cataluña, Baleares y, en general, las regiones más ricas y pobladas, aporten lo que aportan o más, nunca menos. No somos tan candorosos como para creer que este desmán favorecerá a todos, y menos que los separatistas arrancan este acuerdo para disponer, en proporción a los demás, de menos fondos, al contrario. Es algo indefendible, por mucho que la tropa del cencerro se empeñe en defender hoy lo que nunca se les había pasado por la cabeza, y menos aún que fuera posible consentir.

La solución, se nos cuenta también a coro unánime, es ceder toda la recaudación de impuestos a Cataluña y ya, si eso, aportarán algo si los demás se portan bien. Es decir, intentan presentar como una necesidad nacional, algo justo y conveniente para todos, lo que, como todos sabemos y ellos también, no es otra cosa que el último pago de otra investidura. Al parecer, siendo costumbre, la infamia es menor por ser ya la marca de la casa.

No existe ninguna justificación decente para todo lo que se les ha venido concediendo a cambio de votos en el Congreso, incumpliendo promesas, desdiciéndose una y otra vez, forzando las leyes o reformándolas a medida. Ahora, además, tendremos que pagar entre todos cada ley que haya que negociar en Cataluña. Cero votos la moción, por mi parte. Todos sabemos que si las circunstancias lo imponen y la parte contratante de la segunda parte carece de líneas rojas y de algunas otras cosas, que con esos bueyes tenemos que arar, ordeñarán la vaca hasta que aguante, sea justo o injusto, como lo es lo que ahora se les concede. No cabe esperar de los nacionalistas lealtad, generosidad ni el más mínimo sentido de justicia redistributiva. Ni siquiera solidaridad, que es como se quiere llamar a la justicia. Nunca la han tenido, ni ellos ni sus antepasados. Lo suyo es suyo y de lo común, lo que puedan arrebañar. Un robo cometido solos o en compañía de otros. Todo queda entre 'progresistas', lo que para muchos es un consuelo. Y para el resto, la inmensa mayoría, un retrato fiel de ese sector.