sábado, 10 de mayo de 2025
Del latín y las neolenguas
martes, 6 de mayo de 2025
Nucleares y Cuervo Ingenuo
Una de las condiciones para que algo funcione, bien o mal,
es la de su existencia. Y una de las diferencias, no menor, que hay entre la fantasmal
comisión de expertos de la pandemia y la que ahora estudiará a quién echarle
las culpas del apagón es la esta última existe y la primera era puro ectoplasma.
A menos que se le llame así a cuatro amigos dirigidos al señor de marrón de
Gila, uno que pasaba por allí. Al final todo es una cuestión filosófica, pura
ontología.
Eso no quita para que interesadamente se quiera dirigir el
debate hacia cosas inexistentes, más dóciles y moldeables que las reales. En el
caso que nos ocupa se nos quiere desviar la atención y el criterio hacia la
inexistente oposición a las energías renovables. Nadie se opone a ellas, nadie.
Se intenta crear un marco favorable para argumentar con ventaja e intentar
salvar el relato, el honor, la cara, los votos y el sillón, deformando el
problema y presentándolo falsamente como un enfrentamiento entre nucleares y
renovables, entre fachas y progres, entre reacción y progreso, entre la
superstición de un extremo y el rechazo irracional del otro. De nuevo, nos
encontramos con que es difícil resolver un problema que no existe. Al menos
como está planteado. Los que se quiere hacer pasar por defensores a ultranza de
la energía nuclear piden simplemente que se prolongue la vida útil de las
centrales ya construidas hasta que se pueda prescindir de ellas, encontrada una
solución de almacenamiento que no ponga en peligro el sistema y el suministro.
Nadie en España propone construir más centrales nucleares, como ocurre en otros
países que no tienen la fortuna de disfrutar de tanto sol y vientos ni de haber
heredado trescientos setenta y cuatro de embalses.
Nadie se opone a las energías renovables, todos entienden
que es el futuro y una bendición para España, donde el sol pasa el invierno y
tantos turistas acuden a cargar las pilas. No faltan muchos años para que estas
energías limpias, inagotables y baratas hagan que no necesitemos otras.
Sobrarán las nucleares, no habrá que quemar gas o carbón en centrales que
quedarán obsoletas, y el agua de los pantanos podrá conservarse para mejores
usos, consumo humano y regadíos. Tenemos el problema de que no se puede almacenar
hoy por hoy gran parte de la energía sobrante y que hay momentos en que
producimos demás para lo que la red, el consumo y las circunstancias permiten.
Vamos a tener que reabrir los altos hornos para fundir acero gratis con la
energía que nos sobrará y el precio de la electricidad debería reducirse si la
vergüenza no fuese también inexistente, una vez libres de la fuga de divisas
tradicional que arruinaba el país para pagar combustibles fósiles que quemar en
las centrales de ciclo combinado. Pero antes hay que desarrollar tecnologías de
almacenamiento viables y baratas. Entonces sí, entonces sobrará todo lo demás y
se verá lo absurdo y sectario e este falso debate . Hoy por hoy no podemos
poner todos los huevos en la cesta fotovoltaica y solar. El engaño interesado
es decirnos que hay quien se opone a ella o al hidrógeno, otra vía prometedora.
Lo razonable, supersticiones aparte, es mantener unos años
más las nucleares ya instaladas activas, como no habrá más remedio que seguir
quemando gas o vaciando los pantanos en ocasiones. Todo el mundo sabe que ni la
tecnología actual ni la red eléctrica en uso permiten hoy en España un 100% de
renovables. Es cuestión del equilibrio imprescindible en todo momento entre
oferta y demanda de electricidad, que falla cuando se produce un mínimo desajuste,
como hemos tenido ocasión de comprobar y padecer y que nos explicarán en cuanto
encuentren algo que contarnos. Como en todo el mundo tienen el ojo puesto en el
caso, por eso de las barbas del vecino, en este asunto estamos expuestos a
llegar a conocer la verdad, que dará y quitará razones.
Hay autonomías, como Extremadura y Castilla-La Mancha que,
con sus pantanos, molinetas y parques solares instalados, producen mucha más
electricidad que la que consumen y necesitan. Hay otras, más industrializadas y
necesitadas de electricidad, que son totalmente dependientes de la que se
produce en otras regiones. Ya se ocuparon de que no les mancharan el territorio
con esas instalaciones que contaminan, estropean el paisaje de los abuelos o
expulsan a los habitantes de los valles, la mejor tierra cultivable que tenían.
Ya fabricamos nosotros. Vosotros cultiváis, abrís minas, nos vais mandando
materias primas baratas y energía, os tragáis los humos y, cuando hagáis falta,
ya si eso, os venís aquí como mano de obra mientras nosotros os vamos
marginando y despreciando, que nos vais a joder en ADN y el idioma.
Cataluña tiene unas centrales nucleares (no el país vasco,
que lo evitaron a tiros) que le suministran la mitad de la energía que
consumen. Renovables tienen pocas, cuanto más lejos mejor, que los molinos les
recuerdan al Quijote, que viene a ser como los toros de Domecq o los tricornios
e inquietan el espíritu del país. Lo malo es que la tecnología y la industria
van a requerir cantidades ingentes de electricidad para el procesado de datos,
la inteligencia artificial o la recarga de las baterías de los coches, si es
que no se encuentra antes algo mejor, que sería lo deseable.
Las empresas de energía, que no sus fuentes, están ubicadas
casualmente en el País vasco, Cataluña y Madrid. La propuesta más razonable, a
mi entender y al de una mayoría, es prolongar unos años la vida útil de las
nucleares. Esta opción, salvo suicidio económico como el alemán, tiene la
suerte de ser inevitable y la desgracia de ser la postura defendida por el PP,
por los fachas. Cero votos la moción, salte o raje. Pero nos vamos a divertir
cuando Junts y ERC por una parte, y PNV por la otra, apoyen lo que por una vez
es bueno para España y bueno para las partes de ella que ellos representan,
para sus industrias y para su futuro. Los nacionalistas no pueden permitir
depender de una energía que les llega desde la metrópoli ni renunciar a los
jugosísimos beneficios de las empresas que están allí, no en Cáceres o en
Albacete, en Aragón o en Castilla, donde producimos la electricidad que ellos luego
nos venden y cobran y que sus industrias necesitan. Hay veces que o se sorbe o
se sopla, o la puta o la Ramoneta.
De forma que no sería raro ver otra caída de caballo, otro
dondedijedigo y de reírnos hasta el desternille ante los esfuerzos de obispos,
feligreses y acólitos por defender mañana lo que hoy rechazan. Ya están hechos
a esos vaivenes, sapos y papelones, de forma que, aparte del ridículo, poco
quebranto les va a suponer. Y no va a ser el PP quien les tuerza la mano, no,
sino sus socios, los únicos que, a cambio de esos votos que les faltan y que
las urnas les negaron, merecen ser escuchados y retribuidos. Lo que usted guste
mandar. Pongámonos cómodos a ver la función que, o mucho me equivoco, va a ser para
Premio Nacional de Artes Escénicas.
sábado, 3 de mayo de 2025
De la efímera memoria
Hay mariposas nocturnas, falenas, que tienen una vida extremadamente breve, llegando a durar sólo unos minutos, como la hembra de la efímera, la del bien puesto nombre. Luego están algunas tortugas y tiburones que, aunque llenos de mataduras y desportillos, resisten más que un mal gobierno o un dolor de muelas, que todo lo que duren es demasiado. La sal del Himalaya suele conservarse mucho más en la despensa que el pollo o las gambas fuera de la nevera en agosto.
martes, 29 de abril de 2025
Del apagón imposible
jueves, 20 de marzo de 2025
Glosa vocabularia. Vocablos y venablos
viernes, 18 de octubre de 2024
Epístola de la ideología vegetal
Stefano Mantuso y otros estudiosos aseguran que las plantas, de alguna manera, piensan. Amebas, paramecios y bacterias, vistos al microscopio, también muestran una movilidad y un comportamiento que responde a unos estímulos, incluso a una estrategia, algo parecido a pensar. Si una adelfa y hasta un estafilococo, aunque rudimentariamente, pueden pensar como parece, ¿cómo no va a pensar un militante de un partido, a pesar de que entre ellos bullen los que tan bien lo disimulan que no aparentan tener actividad mental autónoma alguna? Sin duda, algo deben de pensar por su cuenta. Y no me refiero a instintos, reflejos ni a los procesos mentales relacionados con hacerse los nudos de los zapatos, poner la lavadora o elegir una camisa. Es cierto que su militancia les evita y desacostumbra a entrar en honduras y finezas argumentales, también de la vacilación y las ponderaciones para, llegadas las elecciones, elegir a quién votar. Su carnet les ahorra la necesidad de meterse en arduos y vidriosos análisis acerca de quién lleva razón, qué es verdad y qué mentira, qué está bien y qué está mal, qué le conviene al país y que no, independientemente de lo que le convenga al gobierno de los suyos, o si esta o aquella ley o medida es un acierto, un disparate o una infamia, si este partido o personaje es aceptable como socio a pesar de ser un delincuente o un antisistema sectario, pinturero o indocumentado, falsario o golpista, hasta alguien que reparte los beneficios de la herencia con unos hombres de paz a los que las manos aún les huelen a pólvora. Las plantas buscan la luz, muchos militantes y acólitos el sol que más calienta, que suele alumbrar las alturas, el calor del poder y la compañía de los justos. En lo demás, argumentalmente y en cuanto a autocrítica, encefalograma plano.
Pensar contracorriente, en el
foro y más en la parroquia, se vuelve un lastre y un peligro, fuente de incordios y pesombres, aunque esos
problemas que a otros inquietan y ocupan, ellos los tienen solucionados. También los que se
refieran al pasado, a la Historia. Sin dudas ni tibiezas, saben quiénes fueron y
son los buenos y, por descarte, los malos, que siempre son los otros. No
conciben los grises, que para el militante de izquierdas añoso siguen siendo
maderos, aunque nunca corrieran delante de ellos, no siendo posible en unos por
talante, en otros por edad, de forma que juegan a cazar fantasmas. Pero los
recuerdos ajenos también cuentan, son tan operativos como los propios, que hay
quien hereda un majuelo y quien una ideología, unos rencores, unos enemigos y
unas fábulas. Para los de derechas más cafeteros, tampoco cabe la duda ni la
reflexión, la verdad es una, inmutable, antigua y propia; entre ellos y los
zurdos se encuentran los tibios, los melifluos, los cobardicas, esos a los que los extremistas de ambos bandos llaman equidistantes. En poco se
diferencian, aunque es posible encontrar algún rescoldo de apego a la realidad
en unos que ni brilla ni humea en los otros. Hay quien siempre ha abominado de ella
viendo que el género humano y la Historia se han empeñado en contradecir sus
planes, sus análisis y sus augurios. Hay ideologías que tal vez hubieran tenido
éxito entre primates poco evolucionados y más gregarios, o en otro mundo
habitado por especies unánimes y amorfas cercanas a lo vegetal o basadas en el silicio en
lugar del carbono, sin sangre en las venas, ilusiones ni proyectos personales
en el magín, hueros de ansias de individualidad ni consciencia de la
posibilidad de la libertad.
Pero para ambos modos especulares de
soberbia y de tribalismo, entre esos extremos berroqueños cercanos al
integrismo que la gente normal (la mejor, la menos ruidosa y visceral, la más
útil y numerosa, la que permite la convivencia y la alternancia en el poder) abomina,
se hallan a su entender los mentados equidistantes, los que no se decantan con claridad hacia donde deben,
los que no entregan su alma sin peros ni distingos a uno u otro bloque compacto
de seguridades y prescripciones que conforman eso que con candor y exageración los
creyentes políticos llaman ideología.
Ante eso no tiene sentido
argumentar acerca de la inconveniencia, la maldad o la infamia de algunas leyes
y decisiones, a menudo venales, lo que ya debería llevarnos a evitar ulteriores debates,
estériles por atender a decisiones ya tomadas, mercadeadas en mostradores
ajenos a la actividad parlamentaria, cuando no en foráneas guaridas y escondrijos de delincuentes
huidos de la justicia. Han visto que el vértigo de tapar un disparate con una
aberración y una aberración con un despropósito les va bien. No les pasa
excesiva factura entre la feligresía. Perder, pierden todas las elecciones,
pero mientras tengan con qué acudir al mercado del voto, aunque sea pagando en
metálico, pueden ir comprando el cargo y el poder. Y, cosa admirable, nunca les
ha faltado quien les defienda, hagan una cosa o su contraria, les mientan o les
chuleen poniéndolos a defender lo que antes atacaban y de paso a hacer el
ridículo. Siempre están allí, en número menguante, pero suficientes para reunir,
previo pago, los votos justos (ni uno más ni uno menos), los apoyos interesados
de otras minorías con proyectos también rechazados uno a uno por la población, para
urdir unos gobiernos legítimos, sí, pero que más parecen un ornitorrinco (una
aberración de la creación) que un águila o un caballo, animales bien diseñados,
funcionales, hermosos y con fuste.
Pensar deben pensar, pero su
pensamiento siempre se detiene antes de entrar en ese cerrado intocable que
mantiene unida y segura a la tribu, enrabietada y confundida por el trampantojo de la llegada de los bárbaros, aunque tienen al enemigo más dentro que fuera. Las ideas, como las muelas, cuanto más
firmes e inmóviles, mejor. La duda es debilidad, síntoma de falta de cuajo,
rendija o herida por donde se infiltra el morbo patológico del error. Mejor desarrollar una buena costra que nos salve de la infección de la verdad. Empiezas dudando de
los tuyos y de sus dogmas y, de que das cuenta, te has descarriado, te has
hecho un perdulario descastado, un traidor, un degenerado, un hereje, un
desertor, un enemigo. Hasta un facha. Sería admisible, aunque con reservas, si
esa evolución te hubiera acercado a la verdad, que es nuestra. Al revés no es
de recibo. Nada hay peor que alguien que abandone la fe verdadera para adoptar
cualquier otra, errada, hostil, maldita. Ya lo dice el Islam, tan liberal como
ellos.
Pensar, eso que se hace en
silencio y a solas, mirando al techo, a las olas, al fuego o a la pared durante
un tiempo más o menos prolongado, cuestionándose los asuntos desde un poco
antes de donde empiezan las convicciones, las creencias y la fe, a menudo reemplazadas por la adhesión y el interés, es algo menos
habitual y extendido de lo que pudiera parecer. Eso de partir de cero es cosa
de Descartes, un pirado. Hay quienes han vivido su vida entera, tomado
decisiones, expresado opiniones con vehemencia, perdido amigos, votado,
defendido y atacado ideologías, con la fe del carbonero, más espoleados por su
entorno, su peña o su aldea, que por una reflexión personal que no todos han
llevado a cabo, ni siquiera iniciado, no sea cosa qué. En otros, proclamas aparte, el mero interés ha servido como sucedáneo del pensamiento, lo suyo no ha pasado de malta ideológica, que te conocí ciruelo. Algunos han llegado muy
lejos, muy arriba, con ese rigor mental, con un cerebro en barbecho,
desfibrado, anémico y sin tono, que no son tiempos que premien la originalidad
ni la disidencia precisamente. Ya tiene cada cual su periódico, su cadena de
televisión, su partido y sus líderes que le explican las cosas sin engañarles,
no como les ocurre a los contrarios que están en manos de manipuladores que les
llenan la cabeza de fango, de bulos y de mentiras. Hay que impedir que el poder
caiga en otras manos, sea como sea, nos dicen ellos con hechos, mientras
reprochan a los contrarios que lo sugieran con palabras. No podemos ceder el mando.
Podrían llegar a hacer lo que nosotros.
Si muchos pensaran, inevitablemente habrían llegado a la conclusión de que lo que los suyos han ido haciendo entre virajes, contradicciones y renuncias a unos principios tan proclamados como inexistentes, sería inadmisible hecho por otros, por los contrarios. Resultaría insufrible, entonces sí inmoral. Hablan a veces de hacer pedagogía, pero la única lección que la sociedad aprende rápidamente de ellos es la de la arbitrariedad impune, ese es el ejemplo, su herencia. Sientan jurisprudencia imprudente y peligrosa. En un futuro podrá ser usada en contra de su partido y de toda la sociedad, como se viene hoy haciendo, pues abiertas quedan las puertas que últimamente se han forzado sin más objetivo que el de conservar el poder. Cada institución colonizada, cada contrapeso desactivado, cada medida tomada porque sí, que ellos sabrán, aceptada sin pedir explicaciones ni razones (Sáhara, por ejemplo), cada nombramiento sectario o nepotista dado por bueno, cada comportamiento dudoso, abusivo, poco ejemplar o directamente delictivo relativizado y amparado por disculpatorias comparaciones con corruptos ajenos, de atenuantes a eximentes, cada pago a cambio de votos efectuado a delincuentes, golpistas o indeseables varios, que se metabolizan con tragaderas de dragón de Komodo, lleva al ridículo y a la vergüenza a los que intentan justificarlos ante los demás, dejando en la cuneta prestigios, trayectorias y coherencias. El tiempo pasará, las circunstancias serán otras, y muchos se habrán dejado demasiados pelos en la gatera. Todos. Y andarán desollados y en pelotas argumentales.
Muchas veces habíamos dicho
con candidez que parte del problema (aparte de no saber cuáles son los
problemas reales, entretenidos en los imaginarios o creados por ellos mismos)
es que todo se lleva a las esencias, a los principios, aunque todos sepamos que es mera escenificación. Y como los principios no
se pueden negociar, nos decían, sólo cabe la rigidez, la imposición, la
rendición total del contrario. Ilusos, éramos unos ilusos. Luego hemos ido
viendo que los más exitosos caudillos del gremio han superado esos dilemas renunciando a
todo principio, moral o promesa, de forma que todo el campo es suyo, sin
vallas, límites ni más fronteras que las que haya que ir levantando para parapetarse
y para satisfacer a los desalmados de los que depende su permanencia en el
poder.
Lo más triste y
desilusionante ha sido ir viendo cómo, no sólo aquellos cuyo cargo, sueldo y
bienestar dependían de su elasticidad moral y su actitud genuflexa, sino
también sus acólitos, han ido desarrollando una inusitada capacidad de
adaptación ética. Sus listones son de goma. Los más listos callan en espera del desenlace,
algunos (pocos) suicidas más decentes critican, se oponen, salen del redil y se separan
del rebaño sufriendo el ataque de mayorales y perros pastores de la finca.
Otros, en el pelotón, mero bulto, sacuden el cencerro y se dejan oír a coro: de la noche a
la mañana, han acabado viendo bueno lo que antes era malo, conveniente lo que
consideraban inadmisible y muy puesto en razón lo que hasta el toque de corneta
les resultaba inimaginable. Tal vez eso haya sido lo más doloroso y revelador.
Tras las convicciones de que se presumía, no había nada, solo sectarismo tribal,
sumisión acrítica, miseria moral. Y sálvese el que pueda, que algunos habrá.
Pero no nos canten milongas.
Mis reproches no se dirigen a
la izquierda más extrema y telarañosa. Esos no dan más de sí y nada cabe esperar de
ellos pero, al menos, son coherentes en algunas pocas cosas, aunque su coherencia se limite a llevar siglo y medio defendiendo las mismas ideas, inmunes al fracaso y
refractarios a la experiencia y a la realidad. Nunca han creado ni producido
nada tangible, nada que se pueda comer. Sólo miseria, opresión y ruina económica y moral en los desgraciados países en los que han llegado a imponer su totalitarismo. Lógicamente me refiero a los ideólogos,
unos señoritos, no a los que sí cultivan o fabrican todo lo que nos mantienen
vivos a los demás, esos a los que los teóricos, haciendo gala a su nombre,
teóricamente defienden, aunque no pierden ocasión para mostrarles su desdén y
su desprecio. Unos gañanes sin maneras, les vienen a decir. Son enemigos de la
creación de riqueza y del comercio, pero sus discursos de repartir, mientras quede, lo ajeno que a su
pesar existe nunca han dejado de resultar agradables al oído, y aún les votan
algunos despistados. Les acaba de rematar la necesidad de apuntarse a todos los bombardeos culturetas para engrosar el caldo, hoy aguado, de su
olla ideológica. No hay movida que empiece por ‘anti-’, ‘des-’, o ‘contra-‘ a
la que no se adhieran; liquidez, vacuidad, deconstrucción o hundimiento que no
adopten con entusiasmo, ni ‘-ismo’ o vanguardia (en el sentido de último pero
no mejor) a la que no se afilien, sea woke, elitista, urbanita o pinturera.
Siempre están allí, en esas causas sustitutorias, a menudo vacuas y pasajeras, una forma de reconocer que a
la hora de solucionar los verdaderos problemas no hay que contar con su ayuda,
aunque nunca dejarán de decirnos, y de imponernos cuando y donde puedan, cómo
hemos de pensar y vivir, en un largo inventario de prescripciones. Pero, para
ellos, donde se ponga una buena demolición que se quiten las arquitecturas sólidas y estables.
Las plantas piensan flojo,
pero son sensibles y tienen un plan en sus genes. Colonizar su entorno, apoderarse de él, estorbar a la competencia acaparando la luz, el agua y los nutrientes,
envenenando si es necesario el bancal donde viven para acabar con sus rivales,
extender sus raíces lo más posible, chuparlo todo, sin límites ni remilgos. No
cabe esperar más de ellas. Y les va bien. Ese es el ejemplo, poco más hay que
pensar. Y a la vista está.
jueves, 8 de agosto de 2024
Epístola tributaria y repartidera
Así, por casualidad, muchos políticos, periodistas y opinantes acaban de caer en la cuenta de que del problema gravísimo que Sánchez, socios y apoyos nos crean al pretender pagar otra investidura con la cesión de los impuestos a Cataluña y que sálvese el que pueda, tiene la culpa Madrit. Una vez recibida la orden del día, cada feligrés en la parroquia intenta buscarle el fuste a la consigna como buenamente puede, es decir, de mala manera y con escaso éxito. Conclusión unánime: Madrid nos roba. Ese es el lema y el problema. Y, claro, hay que darle una solución a esa injusticia. Y, de paso, otra pura casualidad, nos votan al Illa.
Madrid es capital de España
desde que así lo decidió un tal Felipe II en 1586, salvo unos breves
intervalos. Pero es ahora, fíjate tú, cuando descubrimos con pasmo que el efecto capitalidad resulta
perverso. Es un efecto real, es un beneficio, del que gozan en bastante medida
todas las capitales de cada comunidad autónoma. Por contra, acarrea no pocos
gastos e incomodidades. Cuando lleguen las elecciones autonómicas, que vayan a
Madrit a explicarles lo abusones que son. Y luego a llorar, como siempre.
¡Serán gilipollas, que han vuelto a darle una mayoría absoluta a la Ayuso, con
lo mala que es!
Por otra parte, nos cuentan
que es injusto que las empresas se vayan donde les parezca oportuno. Era mejor
cuando Franco decidía que la SEAT a Martorell (Barcelona), que en Cartagena o
en Málaga no van a saber montar coches, ni tienen puerto. Maltrato secular a
Cataluña, se lamentan, ahora agravado, como nos ilustran los que saben, con la
competencia desleal por el dumping fiscal que Madrid practica para atraerlas.
Competencia desleal le llaman los paladines de la lealtad. Castilla-La Mancha,
como otras, procura atraer a su territorio limítrofe todas las empresas
ubicadas en Madrid que puede engatusar a base de tratarlas bien, mejor que
Madrid. Todos lo intentan, cada cual con las armas que tiene, que son demasiado
diferentes como para que se queje quien tiene tantas como el que más. Si hay
comunidades que han conseguido con sus políticas ahuyentarlas más que
atraerlas, con su pan se lo coman y al rincón de pensar. El uso artero y
egoísta que algunas comunidades han hecho de su poder delegado ha llevado a
todos a la competencia, no a la colaboración entre españoles, que ellas
intentan hacer desiguales y recelosos del vecino. No se trata de vivir mejor
que antes, se conforman con intentar vivir mejor que los demás, siempre con el
impulso aldeano de la comparación con el villorrio vecino.
Creamos las Comunidades
Autónomas, que fueron adquiriendo más y más competencias, por lo civil o por lo
criminal, para sumarse a algunas que nunca debieron ser transferidas. Y cada
investidura, presupuesto o ley necesita de algún otro traspaso o pago en especie, sea razonable,
justo, o ninguna de las dos cosas, como es el caso.
Todo tiene un precio. No nos
quejemos si, además del País Vasco, Navarra y Cataluña, las demás comunidades
se buscan la vida en legítima defensa, pues lo que se ha cebado es el incentivo perverso de que
sólo recibe buen trato, mejor que los demás, quien tiene el poder de imponerlo.
¡Ay de las zonas despobladas, envejecidas y dejadas de la mano de Dios desde
los romanos! Ya sabemos con qué transparencia y generosidad se negocia la
pírrica aportación vasca y navarra al fondo común. En términos científicos, son
nuestros chulos. Y no hay puta bastante para otro más. Las negociaciones con
los separatistas, ya vemos que se hacen a punta de pistola. O me das esto o no
te voto. Y, si dan con la persona adecuada, se les concede lo que sea menester,
salte o raje.
Tanto Cataluña como el País
vasco son deficitarias a la hora de atender el pago de las pensiones, siendo
las suyas, como sus sueldos en activo, de las más altas de España. Los
jubilados catalanes reciben 4.000 millones más cada año de lo que cubren las cotizaciones
de los trabajadores en activo en su comunidad. Madrid tiene en ese apartado un
superávit de 3.000, con lo que cubre sus propias pensiones y aporta ese exceso
de cotizaciones a la caja común. Esta caja común, a diferencia de la
recaudación de los impuestos, no se cuestiona. Es más, se evita hablar de ella.
Ahora sí que es buena y necesaria la solidaridad entre territorios. Es decir,
que las pensiones de sus ciudadanos sean atendidas con cargo a las cotizaciones
de todos los españoles, completadas cada año de forma creciente con los
impuestos de todos y la deuda española que cada año se contrae para poder
pagarlas. No respetan más leyes que la de la gravedad y la del embudo. Y a los
‘progresistas’ les parece todo un avance. Saben que no lo es, pero mentir cada
vez les cuesta menos trabajo, viendo al jefe.
Eso, antes o después, sobre
todo si alguien quisiera abrir el melón constitucional para reformar la
estructura territorial, como por la puerta trasera y desde hace una semana pretenden hacernos
confederales a hostias, puede dar lugar a que aparezcan reivindicaciones
imprevistas y molestísimas para los defensores de ese invento falaz de la
plurinacionalidad. Igual se encuentran con una ola imparable de deseos recentralizadores
de algunas competencias cuya cesión ha creado más problemas que beneficios al
conjunto y se han usado en contra del Estado y la mayoría de los españoles,
creando unos de primera y otros de segunda.
Cada Comunidad tiene transferidas unas competencias que, salvo Cataluña, ejerce dentro de la ley como mejor cree conveniente. En las elecciones los ciudadanos juzgan y eligen gestiones y talantes. Esas competencias incluyen la regulación y recaudación de algunos impuestos y tramos de IRPF. Lo recaudado y lo recibido del Estado lo gasta en lo que responde a lo que considera sus necesidades prioritarias. En eso consistía la autonomía ¿no? A todas y cada una hay críticas razonables y merecidas que hacer. A Madrid, sin duda, también. Pero si alguna considera prioritario gastar miles y miles de millones en unas cadenas de radio y televisión afines para propagar la causa separatista, subvencionar periódicos comprensivos y complacientes, ir creando organismos paralelos a los del Estado para colocar a la peña e ir haciendo una republiqueta por la puerta de atrás o malgastar en embajadas inútiles lo que para lo necesario les falta, que no intenten pasarnos a escote esas cuentas a los demás. Todo eso posiblemente supere el presupuesto total de alguna pequeña comunidad autónoma. Los catalanes sabrán a quiénes votan y para qué.
Ni se les pasa por el cimborrio pensar que hay unas comunidades mejor gestionadas que otras. Y alguna sencillamente sin gestión alguna, que están en otras cosas, haciendo país y destruyendo nación, la única que hay, dejando el palabrerío aparte.
Pero la culpa es de Madrid, que de nuevo es la que más dinero aporta al fondo común que compensa de alguna forma desigualdades de origen, tres veces más que nadie. Incluso la malversación que rodea la intentona del procés ha recibido el beneplácito de un gobierno que llegó prometiendo acabar con la corrupción ajena, para acabar aportando la propia y modificando a medida la figura legal que la castigaba para pagar otros votos. Varias leyes han mercadeado para cambiar apoyos por impunidad. Hay muchas formas de corrupción y, como vemos, la peor no es la económica, sino la política e institucional que comete este gobierno.
No es lo mismo prestar atención médica, educativa, dependencia, comunicaciones, etc. a una población envejecida y dispersa que en una gran urbe. Eso viene a reforzar la idea de la irrenunciable necesidad de que Madrid, Cataluña, Baleares y, en general, las regiones más ricas y pobladas, aporten lo que aportan o más, nunca menos. No somos tan candorosos como para creer que este desmán favorecerá a todos, y menos que los separatistas arrancan este acuerdo para disponer, en proporción a los demás, de menos fondos, al contrario. Es algo indefendible, por mucho que la tropa del cencerro se empeñe en defender hoy lo que nunca se les había pasado por la cabeza, y menos aún que fuera posible consentir.
La solución, se nos cuenta también a coro unánime, es ceder toda la recaudación de impuestos a Cataluña y
ya, si eso, aportarán algo si los demás se portan bien. Es decir, intentan
presentar como una necesidad nacional, algo justo y conveniente para todos, lo
que, como todos sabemos y ellos también, no es otra cosa que el último pago de
otra investidura. Al parecer, siendo costumbre, la infamia es menor por ser ya
la marca de la casa.
No existe ninguna justificación decente para todo lo que se les ha venido concediendo a cambio de votos en el Congreso, incumpliendo promesas, desdiciéndose una y otra vez, forzando las leyes o reformándolas a medida. Ahora, además, tendremos que pagar entre todos cada ley que haya que negociar en Cataluña. Cero votos la moción, por mi parte. Todos sabemos que si las circunstancias lo imponen y la parte contratante de la segunda parte carece de líneas rojas y de algunas otras cosas, que con esos bueyes tenemos que arar, ordeñarán la vaca hasta que aguante, sea justo o injusto, como lo es lo que ahora se les concede. No cabe esperar de los nacionalistas lealtad, generosidad ni el más mínimo sentido de justicia redistributiva. Ni siquiera solidaridad, que es como se quiere llamar a la justicia. Nunca la han tenido, ni ellos ni sus antepasados. Lo suyo es suyo y de lo común, lo que puedan arrebañar. Un robo cometido solos o en compañía de otros. Todo queda entre 'progresistas', lo que para muchos es un consuelo. Y para el resto, la inmensa mayoría, un retrato fiel de ese sector.