Hay quien ve defendible defender que no se defienda quien
es atacado. Mejor no armarlo. Déjate invadir lo más rápidamente posible, no
ofrezcas resistencia, no te metas en guerras, con lo bonita que es la paz; ríndete o deserta y no seas tonto, que te
lo decimos por tu bien. Sin ser belicistas —ninguna persona decente puede estar
a favor de las guerras—, resulta difícil apuntarse a esa clase de
pacifismos —o suicidas o vicarios— que igualan al agresor con el agredido, al
matón con su víctima. Parece mentira que gentes dedicadas a convencer a todo el
mundo de que es víctima de alguien o de algo, victimólogos empeñados en dividir la sociedad
en minorías victimizadas —a veces imaginariamente— y azuzarlas para enfrentarse entre sí, siempre en
demanda de reconocimiento circular y reparación mutua, ante el espectáculo de la destrucción y de la sangre inocente de víctimas reales, las desamparen, limitando su aportación a
un lema: «No a la guerra». Y a los agredidos que les den. Es un buen lema y, en principio, nadie podría
oponerse a él, aunque sí a algunos de los que lo promueven para evitar que se
diga lo que realmente es: no a la invasión, no al avasallamiento de Ucrania por el
dictador ruso. La duda es si, plegada la pancarta o puesta la vela, podemos ya
ir tranquilos a casa o al bar a tomar unas cañas, satisfecha la conciencia, contentos
y reconfortados por nuestra solidaridad —inane— y a otra cosa. Intentan
ridiculizar a una persona que en un programa de televisión dice que rezará por
los ucranianos. Como el Papa, como muchos creyentes en dioses distintos. Mal no hacen, desde luego.
Los que dudan de la efectividad de estos rezos, al parecer están convencidos de
que es mayor la de poner velas en la plaza de su pueblo, igual que los
aborígenes que danzan para atraer la lluvia o los cofrades que sacan al santo en
rogativa con el mismo fin. No dejan de ser manifestaciones diversas de carácter
religioso o mágico, pensando que una frase puede ser tan performativa como el
primordial hágase la luz. Por no añadir que muchas de estas cosas se hacen más
para uno mismo que para los demás, más para sentirse uno bien que para
solucionar nada. Al menos, rezar es algo que se hace en privado, donde no hay
nadie que te vea y se pasme del grado a que llega tu compasión, tu solidaridad
y tu compromiso.
Allá cada uno con su conciencia, sus creencias y sus consuelos. Pero,
puestos a elegir, me quedo con el “A Dios rogando y con el mazo dando”. Una
cosa no quita la otra y se puede uno manifestar, poner velas, rezar, pero
también ayudar a los ucranianos a defenderse, cosa que, independientemente de
las personales creencias, es cosa demostrada que uno se defiende mejor con un
arma que a pedradas, que poniendo el pecho o la otra mejilla que, al parecer,
es lo que algunos sugieren, mostrando, al paso que su solera cristiana, la exuberancia del colorido de sus plumeros.
Igual que hay anticapitalistas que juegan en bolsa, conferencias contra el alcoholismo que se clausuran con un vino español, predicadores de la virtud a la vez que pederastas y vegetarianos que cuando nadie los ve se aplican un chuletón más que mediano —no demasiado hecho, por favor—, viven muchos que se dicen pacifistas —y algunos bastante bien— de encabronar a todos los demás y a enfrentarlos entre sí, intentando sacar votos de esas pelarzas. Los hay que todos los que consiguen acarrear para su negocio proceden de esos inducidos enojos. Después de convertir en oficio esa peculiar defensa de las imaginarias víctimas, cuando ven unas ciertas y reales, que soportan bombardeos injustificables, personas pacíficas e inocentes despanzurradas por las calles, sin piernas o llorando a una criatura destrozada, llegan a la conclusión de que lo mejor es la no resistencia, el dejar hacer y el desamparo; preferible no darles armas para defenderse para que termine pronto la cosa. Cuanto antes acaben con ellos mejor, antes llegará la paz. Sólo una indignidad tan difícil de entender como imposible de superar permite —a la vez y no estar loco— mantener semejantes posturas y seguir formando parte de un gobierno que, con mejor criterio, envía granadas anticarro, balas y metralletas para que se defiendan los que no se resignan a dejarse matar. Cuanto antes desaparezcan de la política gentes de esta calaña, mejor será para todos. Porque no son Gandhi, no. La no violencia es una opción muy honorable, pero no admite intermitencias, que la convierten en impostura. Suelen ser los mismos pacifistas que en tiempos fueron subvencionados por algunos de los que llevaron la crueldad y el crimen a la perfección en aras de una causa fracasada y pervertida que algunos aún hoy defienden. Son de la estirpe de los que siempre han idealizado y aplaudido guerras y guerrillas, partisanos y resistencias, revoluciones y tumultos; pero solo cuando se perpetraban para defender las causas e ideologías en las que militan. Esos son los suyos, pues muy claramente nos han mostrado con quién están, siempre al lado de dictadores violentos, cuando no asesinos. Demasiadas violencias y muertes han intentado blanquear y hacer olvidar, recientes o antiguas, lejanas o en casa. Y leyendo un libro no puedes pasar unas páginas y dejar otras sin pasar, a menos que descuartices la encuadernación, una forma de destrozar la realidad y el texto, a ver si barajando las páginas y eliminando algunas sale un relato más apañadito y conveniente.
Demasiadas ideas y causas nobles se han visto y se ven desfiguradas y entorpecidas
por elementos ajenos a la racionalidad y a la justicia de lo que se dice
defender. Unas veces se utiliza una causa que podría concitar un apoyo casi
unánime para endosar de rondón a toda la sociedad flecos y adherencias
ideológicas muy particulares. Defendamos esto, pero desde mi doctrina, desde mi
punto de vista, con mis addendas y suplementos. Esta causa es mía, que es tanto
como decir que o me compras completo el producto de mi extremismo minoritario o
eres un enemigo declarado de la causa, usada como excusa. Eso desmoviliza a
gran parte de los posibles apoyos, espantados por esos abusos, siempre con
regusto totalitario.
En otras ocasiones, pues llueve sobre mojado, la excesiva ideologización, el aprovechamiento partidista, que todo lo politiza hasta la polarización y el despropósito, hace que apoyar la causa, que muchos matizan pero no rechazan, presuponga la adhesión no a la causa, sino a la ideología que, como decíamos antes, la escrituró, se apropió de ella, y que presentan como la única que la ampara. Si una determinada postura se identifica como algo exclusivo de un sector y soldada a sus desvaríos ideológicos, resulta ya imposible que sea asumida por todos. Ese abuso, esa injustificable patrimonialización de las causas, ese torpe qué hacéis vosotros aquí, divide a la sociedad, produce más rechazos que adhesiones. Llegado a ese punto de fanatismo sectario, podrá reportar votos a unos o a otros, pero se ha perdido la ocasión de que se convierta en algo mayoritariamente compartido, como desea quien la defiende sin otros intereses, que otros ocultan por poco presentables. Y, como hoy absolutamente todo se quiere interpretar como prueba de adhesión a una u otra opción política, no como una postura individual respecto a cada uno de los temas en cuestión, producto de la libre reflexión, el abanico de libertad individual se va cerrando hasta una asfixia propia de la secta. Llegamos así a lotes de posicionamientos y corrrecciones, kits ideológicos estancos sobre esto y aquello, que acaban siendo una regulación de todos los aspectos de la vida. No hablamos ya de ideas, posturas y conclusiones a las que libremente llega uno, cierto o errado, sino de una ideología sectaria, que es otra cosa. Un totalitarismo de pensamiento único, pura esclavitud mental. Hay que tomar partido, nos dicen. O una cosa u otra, sin medias tintas, pues hay que decantarse sobre todos los temas; pero no uno por uno, sino eligiendo un kit que ya ha reunido todas y cada una de las opciones correctas: Del cambio climático al gasoil, de la mujer al hombre, pasando por todas las posiciones intermedias o supraorbitales, de la monarquía a la república, de la energía nuclear al turismo, del toro a la vaca, del pollo a la perdiz, de la unidad a la disgregación nacional, de Almudena Grandes a Pemán o a Pío Baroja, del Real Madrid al Barça, del lenguaje a la peatonalización de las calles, de vivir en España a vivir en Este País, del nada que celebrar al Santiago y cierra España, de ver y mostrar la bandera nacional con normalidad o a ocultarla con asco, de la alcoba a la chuleta. Si galgos o podencos, si religiosos o laicos, si moros o cristianos, si judíos o palestinos, y ahora si guerra o invasión. Saber con una sola pregunta qué es lo que —sin posibilidad de matices ni considerandos— piensa una persona acerca de todas esas vidriosas —y a veces perversas e innecesarias— disyuntivas es comprobar que realmente no ha pensado por sí mismo sobre ninguna de ellas. El militante sectario no falla a ningún palo. Piensa lo que debe pensar, lo que se espera de él, siempre acierta. Pero ni sorprende ni convence en cuanto sale de la parroquia. Un buen ejemplo sería la preferencia por un régimen monárquico o republicano. Si se sobreentiende, como en España se asume, que un régimen republicano solo puede ser de izquierdas, preferentemente reeditando lo peor de la segunda, que no fue poco, quiere decir que en España nunca habrá república o que si la hay será algo impuesto a la mitad o más de la población. Por eso muchos rechazamos por ahora tal posibilidad. Gran parte de los que hoy la defienden son un pésimo aval como para decantarse por esa opción. Aunque uno no sea monárquico.
Los que están tan seguros de haber acertado en todas las respuestas, de protagonizar el milagro de haber sido capaces de elegir siempre la opción correcta, deberían preguntarse cómo es posible disfrutar de tamaña inteligencia y oceánico conocimiento, cómo es posible alcanzar tales cimas de perfección ética e intelectual. Sin mancha, sin errores, sin dudas, ni tibiezas. Sin complejos ni vergüenza. En resumen: o se autorpoponen para un proceso de beatificación o van a hacérselo ver acudiendo a Freud o a Lacán, orates tan de su gusto, a ver si alguien puede hacer algo con su soberbia. Como tal excelsitud suele venirles de familia, estos adanes deberían adoptar como siglas de su partido "S.P.C", Sine peccato concepit, como proclaman los estandartes que preceden a la Virgen, a la Inmaculada Concepción, en las procesiones de Sevilla.
Todo se
quiere ligar a una determinada opción política que dice atesorar todo lo noble, lo
justo, lo correcto, inmune y ajena a las circunstancias, creencias y
reflexiones individuales, que están demás. Por supuesto, para cada uno es la propia. Fuera de ella todo es desatino y carcundia. No busca ni defiende la libertad quien
intenta limitar la funesta manía de pensar. Porque todo sectario no ve necesario que, salvo el caudillo, nadie piense, medite, y menos que decida. Ni ellos ni los demás. Al contrario, es
un peligro. Y leer, poquito, no la vayamos a joder, que ya sabemos por el Francisco Humillo de
Cervantes que es cosa poco recomendable: «¿Sabes leer? —No, por cierto, / Ni tal se probará que
en mi linaje / Haya persona tan de poco asiento, / Que se pongan a aprender
esas quimeras / Que llevan a los hombres al brasero /Y a las mujeres, a la casa
llana». Y, si no lo podéis evitar, a ver qué me vais leyendo y pensando que os estoy viendo
venir. La cuestión no es ser o no ser, que sobran las filosofías, sino ¿y tú con quien vas? ¿Tú de quién
eres? Lo demás ya viene dado. Se trata de una única elección vital que hace
innecesarias dudas ulteriores: la de decidir a qué orate o camarilla entregar tu alma y
ya te irán ellos diciendo qué es lo que está bien y cuál es el enemigo.
Millones de personas actúan así, y bien que se les nota. Entre otras cosas,
porque pocas veces escucharás de sus labios un razonamiento, un argumento; y nunca
uno propio. Lemas, consignas, falacias, excusas; o simplemente el recurso a supuestas pero
inexistentes superioridades éticas que hacen innecesarios datos, reflexiones y engorros
argumentativos.
Algunas causas, siendo nobles y ampliamente compartidas, no se extienden como
principios comunes a toda una sociedad por alguno o varios de los errores y
abusos anteriores. A veces uno piensa que no falta quien trabaje a la contra,
pues si una inmensa mayoría hiciera suyo lo que ahora algunas parroquias esgrimen e inmatriculan como de su propiedad, se les acababa el negocio. No solo debe ser noble lo
defendido, sino también la forma de defenderlo. Otras ideas fracasan
simplemente por la indignidad de quienes las defienden, que o dan risa o vergüenza ajena, pues se percibe que su
liebre es otra y que nos hacen correr tras un señuelo. Leo hoy en Facebook una
frase puesta en boca, nada más y nada menos, que de Che Guevara: «La vida de
un solo ser humano vale más que todas las propiedades del hombre más rico de la
tierra». Un sarcasmo. Sería de Gila si no fuese trágico saliendo de boca de
un asesino que le tomó gusto al gatillo y que, contradiciendo esa frase, que ni
siquiera creo que tuviera la lucidez — ni el cuajo— de pronunciar, precisamente a esos ricos de
la tierra que tenía a mano les quitaba la vida para después quitarle los bienes,
ilegítimos a su entender y cuya propiedad justificaba su muerte. Pero a un
asesino, si es de los buenos, de los nuestros, le llamamos guerrillero y ya
tenemos al héroe de una noble causa.
Por esas cosas descritas y algunas más, no todos los “No a la guerra” son creíbles, ni
nobles, ni desinteresados. Son más decentes los convocados que los convocantes.
Una de las tragedias y rémoras de ciertos pacifismos es que se sabe quién los
impulsó y financió durante la guerra fría. También sabemos para qué y contra
quien. Muchas cosas han cambiado, pero la desinformación y el aprovechamiento de
temas conflictivos para dividir, desorientar y desestabilizar las democracias,
aprovechando como en el judo los impulsos y fuerzas del oponente, siempre han
sido procedimientos utilizados por las dictaduras para ayudar a los
quintacolumnistas a destruir desde dentro las sociedades libres, siempre menos
protegidas, pues la libertad siempre lucha con una mano atada contra quienes no
se ven coartados por los 'remilgos' de la democracia. Gran parte de estas injerencias y utilizaciones de militantes, simpatizantes o de incautos han venido llegando a Europa desde la madre
Rusia, la de Lenin, la de Stalin o la de Putin. Discutir si siguen siendo
comunistas o no es entrar en nominalismos. Lo que no han dejado es de ser totalitarios,
dictadores, imperialistas y criminales. Y esos son los referentes y mentores de los más
desnortados y peligrosos activistas locales. Imperialismo es palabra que, como Inquisición o dictadura, no
necesita gentilicio. Ya sabemos de cuál se habla.
Se reprochan unos a otros la cercanía con Putin, que hoy
apesta. ¡Eh, tú! ¡Pues anda que tú! Se buscan fotos y, de no existir con el
dictador, se demuestra la afinidad por persona interpuesta. Y hacen silogismos:
Salvini está aquí con Abascal. Putin está allí con Salvini. Luego Abascal
está con Putin. No tenemos foto, pero está. Iglesias aparece aquí sonriente y abrazado a
Otegui, y aquí con Chaves, aquí con otro narcodictador, y aquí con Sucesores de
Castro, Comunidad de Bienes… ¡Para, para, que eso no es de lo que estamos
hablando! ¡Cómo me vas a comparar! Aparte de la desinformación urbi et orbe, seguramente,
de haber financiado a algún partido español no sería a uno solo. A Putin le da
lo mismo. Ya Puigdemont y sus secuaces intentaron pedirle ayuda, incluso 10.000
soldados, así como el que pisa una mierda. Podemos, ERC, Bildu, junto con lo más despreciable del gremio, vota en Europa en contra de que se investigue la trama de desinformación promovida y financiada por Putin en el procés y en España. Algo intentan que no se sepa, algo temen. Putin lo que financia es el enredo, la
división, el enfrentamiento interno, la desestabilización de la democracia.
Para eso le vale cualquier populismo, cualquier extremosidad, cualquier
disparate, cualquier caudillo aspirante a emularlo, siempre apelando al “pueblo
real”, del que dicen ser oráculos. Si entiende que le ayuda a enmerdar la
política de un país, lo mismo le da impulsar a Vox, a Podemos, a Trump, al
separatismo catalán, a Erdogán, a Bolsonaro, a Bashar al-Ássad que al Ku-Klux-Klan. Y, de haber seguido ETA en acción, no hubiera dudado en financiarla, como antes hicieron sus predecesores en el Kremlim y posiblemente él mismo como jefe de la KGB. Al final
las más de las ideologías radicales se pueden resumir como rechazo a toda libertad que les impida ejercer un poder sin límites, odio a los contrarios, desprecio por la vida ajena y amor por el papel moneda. Luego ya
se va entrando en detalles, adornando el programa. Un poco de aquí, un poco de
allá, pon este párrafo que queda muy bien, no te olvides de resaltar la altura de nuestros principios, de mentar la igualdad,
la democracia, el “pueblo real” y esas cosas. Putin los mira, recuerda los buenos
tiempos como jefe de la KGB y les dice: Tomad estas navajas y ya, entre
vosotros, os vais matando. Mientras estáis en ello, yo sigo por donde iba. Ya
lo decía aquel: «Todos van a lo suyo, menos yo, que voy a lo mío».
La única aportación positiva de este avasallamiento criminal de Putin sobre Ucrania es que ha puesto difícil a los occidentales decadentes y hedonistas, en especial a los aplatanados europeos, el no tomar partido. Por la libertad y la democracia o por la dictadura y el totalitarismo. No hay más opciones, medias tintas ni equilibrios. Nos han empujado a pensar que esto no puede seguir así, a menos que continúe. Visto lo que el mundo totalitario odia a las democracias no hay necesidad de que estas se odien a sí mismas, que en esas estábamos. Después de decenios de autoflagelación, del trabajo de los más necios en convencernos de que hemos sido y somos peores que un dolor de muelas, nos han mostrado que, aun siendo muy mejorables, pues el género humano no da para más, las democracias liberales de occidente y asimilados, son lo mejor que la Humanidad ha sido capaz de parir. Y que hay que protegerlas y defenderlas por todos los medios, tanto de los ataques desde las afueras como desde los adentros, que sus enemigos cada vez son más fáciles de distinguir. Y, hasta donde sea posible, intentar extender la democracia. Se empieza por arrinconar los populismos, de los que no hay ninguno bueno, monedas acuñadas en la misma ceca, y por supuesto, por desenmascarar a sus caudillos y a sus huestes.
Decíamos a menudo que no sabemos si somos de los nuestros; hoy hay menos dudas y muchos despistados ya van volviendo a ser de los suyos, pues el verdadero enemigo va asomando las orejas y las zarpas y ya resulta imposible ser indiferente. Los que vienen pontificando y dando certificados de buena conducta sin más argumento que acusar de ser equidistante a todo el que piensa, matiza y duda, son los que ahora intentan mantener una equidistancia imposible. A veces ni eso, pues, como solución, los más tontos y totalitarios, ministros con la foto de Lenin en el despacho y chándal de la sovietizada República Democrática de Alemania, unos tiempos, regímenes y referentes que añoran, apuntan como solución al conflicto disolver la OTAN. Iglesias, amante de otros partisanos pero no de los del país invadido y masacrado por Putin, para no dejarnos con dudas acerca de con quién va, tuitea que la UE no puede apoyar a los neonazis del gobierno de Ucrania. Como su campaña contra Zozulia, algo que ahora encaja y se entiende mejor. Su santa igual propone solucionar el caso inscribiendo a Putin a un curso sobre nuevas masculinidades y de Belarra ni merece la pena detenerse en sus ecos. Y así toda la parroquia. Sánchez, aunque no llega a esos extremos, pues con poco, es más listo y algo debe haber aprendido cuando se reúne con líderes internacionales con más fuste que él y muchísimo más que sus socios, en alguna de las muchas desafortunadísimas declaraciones que lo revelan como una veleta poco de fiar, con menos palabra que un alacrán, antes de llegar al gobierno llegó a decir que se debería suprimir el ministerio de Defensa, desbarre dedicado a lo más extremo de la parroquia que entonces quería seducir y hoy le acompaña en el banco azul. ¡Lo que llega a producir el cinismo, la ambición de poder, la demagogia y las malas compañías! Hoy, a rastras, pero rindiéndose a la evidencia y a las exigencias de Europa y de lo que de razonable queda en su partido, envía armas ofensivas a Ucrania. Bien está lo que bien acaba, que ya sabemos lo que dijo Groucho Marx acerca de los principios. No sería el primero de los suyos que después de decir "No a la OTAN", acaba siendo su presidente. Iría a la guerra en carne mortal si le dejaran alistarse como generalísimo.
Y no se me escapa que en una situación de guerra, pues en ella estamos, la información y la verdad peligran. No creo mucho de lo que veo, leo o escucho. No sé —y además ignoro— hasta dónde alcanza el nivel de censura y desinformación que siempre se sufre en estas situaciones. No haría santo a nadie, que pocos ángeles pisan la tierra, nos habrán dejado por imposibles, pero esta vez, al menos, tengo más claro que en otras ocasiones quién está más cerca de ejercer de demonio.
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