miércoles, 15 de marzo de 2023

Epístola de la tilde o virgulilla

¡Y dale, Perico, al torno! ¿Cuál es el problema con acentuar sólo? ¿Dónde está la diferencia en cuanto a necesidad de acentuación entre sólo, dónde y qué? ¿Qué problema tienen algunos sólo con ‘sólo’ y no con quién, dónde y cuándo, entre otras palabras cuya tilde no se cuestiona? ¿Cuál es el motivo de mantener y avalar la tilde en esas otras palabras, que podrían suscitar las mismas controversias, y proscribirlo sólo en éstas? Los usuarios pueden ser obedientes y correctos o no serlo, pueden obrar caprichosamente, de hecho lo hacen, por voluntad, por ignorancia o simplemente por joder, por decirlo en términos científicos. Pero, ¿puede obrar igual la Academia? ¿Puede esta institución, tan seria en unas ocasiones como pajarera en otras, caer en esta arbitrariedad y añadir más excepciones caprichosas, acogiéndose a tiempo parcial a unos argumentos sobre diacrisis, contexto y ambigüedad que aplica a unas palabras y a otras no? Poder, ha demostrado que puede, que para Dios nada hay imposible. Y, de paso, nos está dando la oportunidad de ver qué gilipolleces tan enormes se pueden llegar a decir acerca de algo tan pequeño.

La almendra del tema para algunos es, al parecer, que para atinar al poner o prescindir de la tilde en la palabreja en cuestión (criterio que alcanza a éste, ése, aquél y sus femeninos y plurales, pero que sorpresivamente se obvia por innecesario en aún, en dónde, cuando, quién y cuál, entre otras palabras que podrían verse afectadas por iguales prescripciones y mandatos), se plantea el problema de que hay que tener los conocimientos gramaticales que nos permitan diferenciar un adverbio de un adjetivo, un pronombre interrogativo de un determinante, un adjetivo demostrativo, y otras antiguallas semejantes. Hagamos, con mayor motivo, tabla rasa con la hache, la jota y la ge, la ce y la zeta, la be y la uve, que el personal no está para reliquias y etimologías y así damos gusto a los adefesiarios. 

La utilidad de lo inútil frente la inutilidad de lo que se había considerado conveniente durante siglos. Mucho pedir, manca finezza. Quien se detiene en esas menudencias y bagatelas y se decanta por honrar y conservar la ortografía que respetan todos y cada uno de los libros que ha leído en su vida, es un elitista quisquilloso, un clasista, un carcamal, un aristócrata, un arqueófilo, un señorito, es el señor marqués que utiliza esas pequeñas puñaladas gráficas, las virgulillas, como mojones de la finca o medallas heredadas, como un monóculo, un reloj de bolsillo con su cadena o un bastón con puño de plata. Para diferenciarse, para dejar claro que es persona leída y de posibles, que ha estudiado en la pontificia de Salamanca, en Deusto o en otros similares antros de perdición. Luego y enfrente están los supuestos defensores del pueblo, del que no ha estudiado o lo ha hecho poco o en malos sitios y, con esos mimbres argumentales, acusan a los tildistas de querer que se les note y así sentirse superiores. Unos lo ven así, y han decidido no poner la tilde a la palabra 'sólo', sea o no sea adverbio, como muestra de su amplitud de miras, pareja a su talante democrático e igualador. Entre unos y entre otros, más abundan los que tildan o no tildan simplemente para que no ser a su vez tildados por su peña de quintacolumnistas ortográficos.

Las reglas ortográficas, estas superfluas finezas y distinciones con las que nos agobia y humilla el pasado, la cultura en general, incluso en teniente coronel, son sandeces que sólo sirven para quedar bien en el casino, para resolver crucigramas y para presumir. Es un instrumento más para marcar diferencias de clase y mantener agravios seculares. Si el saber discrimina, ¡viva la ignorancia! Que todos sepan lo mismo, aunque sea poco o nada, que todos hablen o escriban igual, aunque sea mal o peor. Más vale lo malo o lo poco compartido que lo bueno o lo mucho por compartir, que para eso somos progresistas e igualitarios. Renunciemos a esta elegancia gratuita que suponen la ortografía y la tradición en aras de la igualdad. Ya lo hicimos con la caligrafía y con otras muestras de cuidado y excelencia.

Más sustancial, oportuna y necesaria fue la demanda de que los teclados siguieran incluyendo la letra ñ, una n con virgulilla, que pasó a ser símbolo e imagen de marca de una lengua, de una cultura, de una civilización. Para algunos aldeanos dementes y poco ilustrados es la ñ de ñordos, la ñ de España, incluso la ñ de ¡Se sienten, coño!, y raro es que se haya salvado viendo cómo andan las mentes. (La tilde del anterior 'cómo', siguiendo la argumentación aplicada a sólo, al parecer conviene conservarla para que nadie se confunda y se ponga a salivar). Vemos que estas pelarzas absurdas y sobredimensionadas acerca de si tildar o no una palabra, están mal argumentadas y curiosamente centradas sólo en uno de las muchos vocablos a los que podríamos someter al mismo juicio y aplicar la misma sentencia. Acentuar ‘sólo’ cuando es adverbio es una provocación y una afrenta, una terquedad, un absurdo, un derroche de tinta, manía y error de exquisitos, de snobs, de tiquismiquis, de enemigos del pueblo, que se supone iletrado e incapaz de decidir, en definitiva y viendo quiénes son sus más acérrimos defensores, cosa de fachas. Acentuar cómo, cuándo, dónde y demás adverbios interrogativos ya es harina de otro costal. Nada que oponer. ¡Acabáramos o acabásemos!

En este artículo que comparto se añade otro matiz inquietante y casi demencial a esta estéril y chusca escaramuza de culturetas: Se sugiere que esa pequeña tilde, esa tenue virgulilla, ese dedillo que tan caprichosamente toca el timbre de unas letras sí y otras no (por parodiar a Ramon Gómez de la Serna, otro bandarra), como llamando la atención del conserje o del servicio de limpieza del hotel donde moran las palabras, este peligro gráfico que tanto ofende y preocupa a algunos, es una exhibición de poder, además con connotaciones fálicas. ¡Manda huevos, y mandó cien docenas! Quien eso escribe es, según afirma, licenciado en Filología y viene a decir que los escritores y poetas, mayoritariamente decantados hacia conservar la tilde en cuestión, son unos entrometidos, unos intrusos, unos zorros poco autorizados para opinar en cuanto a sexar pollos de su corral.

Ortografía moral, lucha entre usuarios y filólogos, entre progresistas y conservadores,entre removedores de obstáculos y defensores de barreras asociadas a diferencias de clase, entre la  autodeterminación acentual y  la tentación acomodaticia del igualitarismo posmoderno… Estruendos, rimbombancias, argumentarios y  esfuerzos dignos de mejor causa. Similares a las que feligreses de la misma parroquia vienen aplicando a su labor política, incluso a la hora esbozar leyes deficientes, cuya redacción apresurada y descuidada, torpe y nada precisa, con más dogma y moralina que técnica jurídica, deja rendijas por donde luego se les escapan los presos. A veces una coma, una tilde o una exclamación, de falta o de sobra, deciden una sentencia. Porque no hablan, como es natural y evidente, de ortografía, sino de otras cosas. Ellos sabrán. Otras cosas, causas e intenciones, al parecer inconfesables, que a algunos inquietan, entretienen y preocupan, según nos dicen, aunque no nos desvelan la clave de la confabulación. Mis reproches y objeciones pueden ser discutibles, pero al menos son claros. Porque lo malo es que no sé cuáles son esos otros turbios propósitos que nos reprochan a los que ponemos tilde y, aunque vienen sugeridas por profesionales del enredo y la sospecha, no capto la perversidad de mi intención y mi costumbre, y menos su gravedad. Será cosa de desocupados como yo, pero a la Real Academia le debe provocar sentimientos encontrados el verse defendida, ella y sus normas, por los que se creen revolucionarios al apoyar la sumisión a la autoridad competente y contradicha por los conservadores que apuestan por la rebeldía de dejar como están las cosas que estaban bien y que allá cada uno con sus caunadas. Unos libertarios gramaticales a la diestra frente a unos torquemadas ortográficos a la siniestra. Estos sesudos análisis sobre evocaciones fálicas, marchamos ideológicos y demás garambainas alucinatorias de identificable procedencia partidaria, tienen la ventaja de que llegan a muy pocas personas. Las más, ajenas a todas estas disquisiciones y bullangas, que afortunadamente o no les alcanzan o les resbalan, harán de su capa un sayo, como es habitual, además de legítimo y razonable. La mayoría obrarán como los pimientos de Padrón, que unos pican y otros non. Y yo seguiré acentuando como lo venía haciendo porque me repele la arbitrariedad. Tanto como la estupidez, el sectarismo y la moralina fuera de lugar.

https://elpais.com/cultura/2023-03-15/solo-o-solo-la-tilde-falica.html?fbclid=IwAR2VTFCOhzHpiemnpDPOq1mYPr4cCWaufVFoecU5dj-gt1MhDdtsuXVnJgw


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