Recluido en mi cenobio, como manda el Estado de Alarma y recomienda la Regla de San Benito, rezo mis oraciones, pongo una vela, medito y observo cómo esta crisis sanitaria hace aflorar, como suele ocurrir, las virtudes y los pecados de la congregación. Pone en evidencia sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Algunos falsos profetas también aprovechan la ocasión para propagar la herejía, poniéndose en evidencia a ellos mismos y sus miserias, tanto como a sus falsas doctrinas, algo de agradecer pues les vemos hoy y recordaremos mañana como de verdad son. No merece la pena detenerse mucho en esos personajillos, que tiempo habrá. El Señor les castigará con dura mano y arderán en los infiernos de la oposición
El grado de responsabilidad de la población es notable, tanto como su solidaridad, nunca puesta en duda. Ya éramos y somos el primer país del mundo en cuanto a donaciones de órganos, entre otras cosas importantes.
Nos pilla la cosa con uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo, si no el mejor. Aún así se verá comprometido, tal vez menos que el de otros países que dejan a Darwin al mando de la situación. Y no por falta de recursos, sino de humanidad. En una situación así cualquier sistema sanitario se quedaría corto pero, como los seguros, es necesario pagarlos esperando no tener que recurrir nunca a ellos, aunque deben de estar allí para cuando sea menester.
Como ninguna ocasión se desaprovecha para arrimar estas ascuas a sardinas políticas, no deja de haber quien hable de desmantelamiento previo de la sanidad, sugiriendo un culpable claro y único. Por supuesto hablan olvidando que es competencia transferida a las comunidades autónomas, regidas por diferentes opciones políticas, algunas durante decenios, tal vez por la opción política del criticador. Miren quién desmanteló, cuánto, si es que se hizo y dónde, y si cuando la economía empezó a permitir ciertas alegrías, se ocuparon de mantelar lo previamente desmantelado. Choca escuchar a mosén Torra, heredero de fray Mas, artúrico desmantelador máxímo, echando las culpas a Madrit y al hermano Rajoy. Mire cada uno en su propio convento, bajo su alfombra, y tiren menos primeras piedras los también pecadores. Mejor aprendan y aprendamos todos de esta dura lección qué es lo importante, que mucho tiempo y recursos hemos perdido en cosas y temas que no lo eran tanto.
Leo que en la villa y corte de Madrid el gremio hostelero ya ha puesto a disposición de las instituciones sanitarias 60.000 camas de hotel para uso hospitalario. No ha sido necesario recurrir al decreto de Estado de Alarma para intervenirlas a la fuerza, cosa que habría que hacer si otra fuera la actitud, cosa inimaginable. Sí puedo imaginar que otro tanto ocurrirá en toda España que, por cierto, tiene en algunos destinos turísticos concretos más camas que otros países enteros. Pero, desgraciadamente, nó sólo hacen falta camas, también y más importante, personas y medios.
Todo el país enclaustrado en las celdas de sus conventos no ha puesto en compromiso la red de telecomunicaciones, a pesar del uso intensivo y continuado. Se nos pide que no abusemos del móvil, que utilicemos el teléfono fijo en lo posible para no colapsar los satélites. ¡Cabrones, no enviéis tantos vídeos por Whatsapp! Resulta que España tiene más fibra óptica instalada que Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia juntas, dato que los eternos agoreros, siempre echándonos paladas de tierra a nosotros mismos nunca cuentan.
Todo es mejorable, empezando por que algunos creyentes descarriados dejen de sacar a pasear al radiador, acaparar papel higiénico, afan universal que escapa a mi comprensión, y otros comportamientos más relacionados con la psiquiatría que con la gestión de la crisis. Que el Señor les perdone.
Tenemos unos buenos servicios públicos, atendidos por profesionales aún mejores. Falta cuidarlos, dotarlos de material, reforzar las plantillas, poner la industria nacional y ¡ay!, la europea a fabricar lo necesario, pues si capacidad sobra debe ser la voluntad lo que falta. Como tengan que ser los chinos quienes nos proporcionen mascarillas, respiradores y guantes, entre otras cosas, mal porvenir tiene Europa.
No ha sido mala enseñanza para algún reyezuelo local comprobar que su poder era delegado, subsidiario de un único Estado, pastor que cuando es necesario toma las riendas del rebaño completo porque hay ovejas negras que sin perro se pierden y se van hacia el barranco soñado.
Hoy toma el gobierno medidas económicas. Esperemos que el Señor les ilumine, y no me atrevería yo a indicarles si deben rezarle a san Keynes o a otros santos rivales, no sé si más o menos milagreros, que doctores tiene la iglesia. Pero no se queden cortos, que la supervivencia de mucha gente, mucha, está en sus manos. Esperemos, lo que es mucho esperar, que Europa esté a la altura. Mucho se juega y mucho nos jugamos. Sanos y enfermos han de comer, cobijarse y pagar sus facturas.
Y, cuando todo esto pase, que será con bien si los gobiernos saben estar a la altura de sus ciudadanos, (Y no pocas guerras, tal vez todas, las hayan ganado más soldados y cabos que los generales que luego se apuntaron las victorias), convendría no olvidar quiénes en realidad han estado en primera línea, cómo se les había valorado y pagado antes, cómo se había cuestionado su número y su compromiso y cómo dejar de regatear recursos de forma suicida a lo imprescindible y de acordarnos de Santa Bárbara sólo cuando truena.
Y ahí entra tanto el personal sanitario, docentes cuyo trabajo colapsa hoy las redes de la administración educativa, fuerzas de seguridad, ejército, agricultores y ganaderos, transportistas, cajeras, cajeros y reponedores de supermercados, personal de limpieza, recogida de basuras y tantos otros oficios que, al fin y al cabo, nos dan y conservan la vida. No lo olvidemos después. No lo olvidemos nunca.
Vale.
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