Hago, como todas la mañanas, una revista de prensa y medito que, aunque los más sensatos vienen a coincidir en lo esencial, hay artículos que aportan enfoques distintos o miradas atentas a aspectos concretos a una situación de la que no creo que podamos ser aún del todo conscientes. De ella y de sus consecuencias. Hay acuerdo en que nada volverá a ser igual y todos dan por supuesto que aprenderemos la lección. Aunque normalmente tiendo al optimismo no me pondría a echar cohetes, pues mi fe en el género humano es escasa. Unas veces abundan los individuos que no están a la altura del comportamiento del conjunto; en otras es al revés, los elementos, uno a uno, son mejores que el grupo que forman, donde se diluyen las virtudes y se suman las miserias particulares.
Desconfío por varios motivos. Primero, porque no hay una lección que aprender, que hay muchas, todas ellas imprescindibles. Segundo, porque la Historia lo que nos muestra es que nunca antes ningún pueblo, en ningún lugar ni época, ha acabado aprendiendo de los errores nada importante y menos para siempre. Tercero, porque podemos ver que hay al mando en algunos países, algunos de ellos inmerecidamente admirados, personajes a los que llamarles desalmados es hacerles favor. Alguno de ellos llega a pedir a los viejos que se sacrifiquen o dejen sacrificar en aras de la economía, su único dios verdadero. Cierto es que también hay muchos que piensan igual sin atreverse a decirlo, aunque terminen por actuar en esa línea. En el Japón de los samurais hubieran acompañado tal declaración de falta de principios con el harakiri, dando ejemplo, porque quien así hablaba en los Estados Unidos de Norteamérica del Norte ya no cumplirá los setenta, que ya los tiene, pero da por supuesto que para él y para los suyos si habría salvación, que allí más que en otros sitios depende del dinero. Un dinero que nunca han considerado conveniente dedicar a proteger la salud de sus ciudadanos, un derroche innecesario. He consultdo el Casares, a doña María Moliner y al DRAE y no encuentro palabra precisa y ajustada para calificarlo. Me quedaré en miserable hijo de puta, y que perdonen las hetairas que las meta en esto, pues mucho preferiría estar gobernado por una puta que por Trump, Bolsonaro o Boris Johnson. Paro por abreviar una lista extensa. Por su oficio suelen tener más conocimiento y humanidad y ninguna de ellas dejaría morir de esta forma desagradecida, cruel y despiadada a los abuelos.
Los españoles, siempre dados a usar el cilicio y al látigo de siete colas en las carnes propias, desde antiguo miramos, con más desconocimiento que acierto, a otros países de una forma en exceso favorable. Abundan entre nosotros los soplagaitas que intentan mortificar nuestras conciencias por nuestra historia y por ella nos imponen una penitencia sin fin que no concede perdón; y también por nuestro presente y por los defectos y errores en los que caímos y caemos. Todos incurrimos en esa tentación, antes o después, de una u otra forma. Nos gusta lamentarnos y pintarnos más feos de lo que somos, cuando en general, incluso en teniente coronel, la media es guapísima, como ahora comprobamos con alivio. Siempre escasos de patentes, tampoco es nuestra la invención de esos males, antiguos y universales.
No obstante, aunque tampoco sea mal exclusivo de España, sigue siendo la envidia y el afán de segar toda cabeza que destaque el verdadero deporte nacional, y es norma el que no dejemos nunca de lamentarnos de nuestros gobiernos de forma despiadada, sangrienta, en un partido que unas veces se juega en casa y otras como equipo visitante, no faltando insultos y penaltis vistos por unos y no por otros, también por turnos. Ni ahora paramos, cuando el lance es decisivo, que otros anteriores no dejaban de ser choques amistosos en los que poco o nada esencial se decidía, sólo la honrilla del club. Tal vez de resultas de esta tragedia nos dejemos de garambainas y de catecismos sectarios que nunca deben llegar a ser programas de gobierno, como no pocos pretenden.
Toca ir todos a una, que errores ha habido, hay e inevitablemente habrá, aquí y más en otros sitios. Los lamentaremos y censuraremos, aunque siempre hay que pensar que a cojón visto varón seguro. Habría que pedir a muchos que cierren la boca, tanto en los gobiernos, el central y los regionales, como en la oposición, que hoy lo que faltan son recursos y lo que sobra son palabras.
Ciertamente, así es. Autores excelentes hubo, y los hay, que dijeron, y dicen, que este país no tiene enmienda. Muchas veces lo he dudado pero al final te terminando creyendo que es cierto. ¿Pesimista, incrédulo...? Ahí está nuestra Historia, y nuestro presente, que demuestra que aquí hubo y hay buenas personas, pero que no hay pocos individuos con sus ADN colmados de hijos de puta e incultos por naturaleza, y etcétera, con bastón de mando. Amén.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Sí, coincidimos en que en los líquidos flota cualquier cosa, no siempre lo mejor. Mirando la superficie uno no se da idea de lo que hay debajo. Con estos mimbres contamos. Por lo pronto, vamos a cuidarnos, a quedarnos en casa para no arriesgar nada, esperando que eso sea suficiente. Un abrazo, querido Daniel.
EliminarComo siempre, muy de acuerdo. Sin embargo, hay cuestiones que deberían hacernos reflexionar profundamente: los ancianos y ancianas fallecidos y en qué condiciones; el inmenso número de sanitarios (de toda categoría) contagiados y muertos; los atroces números que España está arrojando frente a otros países, Portugal por ejemplo, y que nos sitúan a la cabeza de todos los macabros índices... algo se ha estado haciendo muy mal y habrá que hacérselo mirar. En cuanto a aprender de la Historia, yo tengo muy claro que no aprenderemos nada. Nunca lo hemos hecho y la ambición y la avaricia nos llevarán a cometer los mismos errores. Tú y yo lo sabemos. ¿Verdad?
ResponderEliminarPor un descuido te contesto meses después, ya a mediados de cotubre. Llevabas razón en lo que decías, ya llegará el momento de enjuiciar qué se hizo y cómo. Y sobre todo lo que dejó de hacerse. sobre aprender de la Historia, llegada la segunda ola de la pandemia, resulta que ni siqueira habíamos aprendido nada de la primera, sólo en pocos meses. Estamos los primeros del mundo en todo lo malo, en casi todo somos, hemos sido los peores. En las dos olas. Sin embargo, la discusión política va por otros derroteros, algo que además de vergonzoso es suicida. Nadie es responsable de nada y nuestra pintoresca configuración territorial ha contribuido a dispersar y difuminar responsabilidades que unos se endosan a otros. Una situación desesperada sin visos de arreglo.
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