—Los reptiles son unos animales, como ustedes… (Aquí una pausa para una fuerte chupada a la pipa curva cargada con picadura extra que despedía chispas y pavesas. Luego unas bufadas de humo fétido y espeso que sulfataban a la concurrencia y envolvían en nieblas las quejas de los alumnos).
—¡Hombre, don Braulio! ¡Qué barbaridad! Y se habrá quedado usted tan ancho.
—Como ustedes saben —terminaba
la frase nuestro profesor de Ciencias de 5º de bachiller en el 2. Y seguía
paseándose por entre las mesas para repartir humo y ciencia. Nosotros
respondíamos con risas aliviadas.
Así eran las clases de don Braulio, el Pipa por mal nombre, un excelente profesor con aspecto y atuendo de sabio inglés, despistado y con chaqueta de tweed, de esos que veíamos en las películas de la época, como el profesor de mineralogía Lidenbrock haciendo los preparativos para viajar al centro de la tierra metiéndose por la boca de un volcán en Islandia. En la película terminaban encaramados en una almadía deslizándose vertiginosamente por entre las cepas de la ladera del Estrómboli, escupidos por una erupción que no llega a chusmarrarlos.
Con quemaduras solo en la camisa
y la corbata por las lavas y escorias de picadura extra que despedía su pipa
volcánica, nuestro sabio aterrizó en nuestra clase de Ciencias, cosa que no es
de extrañar pues compatibilizaba la docencia con su puesto de meteorólogo en la
base aérea de los Llanos, cercana a la capital. ¿Qué oraje va a hacer mañana,
don Braulio? Sol y moscas, o no olvidéis poneros el tapabocas que vais a coger
un tabardillo para llegar al instituto. Había que atravesar, inclinados y
luchando contra el viento, ese descampado siberiano y ventoso, entonces
desprotegido y expuesto a la tramontana local, que desequilibra cuerpos y
cabezas. Tenía don Braulio dos incisivos ligeramente levantados, una adaptación,
una compuerta para mejor sujetar la pipa, que entonces se fumaba hasta en
clase. En Magisterio, 1971 creo, nos dejaban hacerlo y el aula parecía un brumoso
callejón de Londres. Que te sacaran a la pizarra a interrogarte y contestaras
cigarrillo en mano daba una cierta seguridad y podrías disimular dudas u
olvidos y rellenar los silencios con alguna calada nerviosa. Seguramente y como
otros muchos cambios, este ha sido para bien, pero muestran que, salvo para la
política, en aquellos años vivíamos una situación de desmierde cercano a la
acracia libertaria. Berlanga más que inventar y exagerar tuvo que sujetarse,
pues la realidad de la época contada tal cual rebasa con mucho lo creíble, por
disparatada y surrealista. No eran nuestros institutos un melindroso y correcto
campus de Standford, no.
Luego, ya vimos al principio que
de eso iba la clase, nos proponía un animal y, echando mano del grueso tomo de
don Salustio Alvarado, nuestro manual de Introducción a las Ciencias Naturales
que aún conservo, lo clasificábamos según la taxonomía de Linneo. Un lagarto.
Vamos a ver, reino animal, subreino metazoos, tipo cordados, clase vertebrados,
orden reptiles, suborden lacertilia, familia squamata (escamosos), y especie
lacerta lépida. Eso si el lagarto es ocelado, que si es el lagarto Jaén, el de
la Malena, no sabría decir, que a este dragonzuelo no llegamos con don Braulio.
Con los contribuyentes se hace
lo mismo: que si reino tal, clase cual, familia pascual, hasta llegar a lo de
sapiens sapiens, que tiene tela. Es difícil clasificarlos, además de que, como
algunos no se están quietos para mirarles bien sus partes, nos tenemos que
limitar a observar cómo bullen, lo que hacen y cómo se explican. Por sus obras
los conoceréis. Encontramos que las de unos especímenes son más evidentes que
las de otros. No es lo mismo la facilidad con que se ven las de un albañil o un
escultor que las del Excmo. Sr. Director General de Políticas Palanca para el
cumplimiento de la Agenda 2030, por poner un caso. No sé si Arquímedes se habría
dejado nombrar para el cargo.
Lo que dicen nuestros próceres y
aspirantes, de sí mismos y de los demás, tiene escaso valor a efectos
clasificatorios. Un científico no puede aquilatar guiado solo por trinos,
gorjeos y arrumacos, y menos dejarse seducir por ellos. Escucha entre los
juncos de la ribera piiirrrrituit, piiiirrrituit, dice ya está, un pardillo, o una chocha va a ser, aparta las
matas y se encuentra con un tío con una escopeta al hombro y un pito en la boca
intentando engañar a los pajaricos. Para atraer votantes el sistema es muy
similar. De forma zalamera, con sus cantos de sirena o de sireno, tweet a tweet
van atrayendo a los semovientes hacia la urna y, de que se gilan, se la han
metido doblá. Ahora aguanta cuatro años al ave. Y dale de comer, que esa clase
de pájaros se alimentan de gambas de Palamós.
Clasificar es difícil, porque la
fauna ofrece mucha variedad. Ya Oscar Ivá nos contaba hace decenios que, tras
una expedición científica de varios años por el mundo, el informe concluía: «Hay
la tira ‘nimalicos». Con la fauna política, caracterizada por su capacidad de
mimetismo y enmascaramiento, aún se complica más la cosa. Los líderes políticos
y sus hinchas nos confunden bajo sus pieles de cordero. Actúan como esos bichos
que se disfrazan de hoja de árbol, de palito, o dibujan unos ojos falsos en los
lomos o en las alas. Los hay que no se cantean hasta que ya es tarde para sus
presas, como las mantis religiosas y algunas laicas: te confías y antes de que
les veas las mandíbulas ya te han comido la cabeza. No respetan ni a la
familia. Ni a la carnal ni a la política.
Como siempre, llamar a cada cosa
por su nombre es esencial. Visto el poco acierto con que se clasifican a sí
mismos y a los adversarios, unos criminales, deberíamos recuperar esas
palabras, como tantas otras. ¡Hostias, tito, otro facha! ¡Por allí vuela una
bandada de fascistas! ¿No hueles a azufre? —nos dice otro. Mira qué cacho de
rabo le asoma a ese comunista por detrás de la trenka. ¡Uy, uy, uy, uy, este
visigodo que acabamos de sacar de la excavación me parece que va a ser
franquista, verás como sí! Pues se queda sin calle, por estas que son cruces.
Mejor haríamos en no dejarnos
clasificar por estos Linneos. Recuperar el sentido de las etiquetas que
utilizan tan arteramente. Así progresista sería quien haya producido algún tipo
de progreso, no quien diga serlo, como conservador quien trabaja para mantener
y mejorar lo bueno recibido, no por él sino por la sociedad entera, desechando
lo malo, que no se trata de conservar solo privilegios personales o regionales.
Decir liberal hoy es como decir bicho, que viene a ser no decir nada. Y hace
falta reconocer a los liberales de verdad, tan escasos como necesarios. En
general, acertaríamos rechazando divisiones con las que los aspirantes a
pastorearnos nos quieren estabular en sus corralas antiguas, previo
aborregamiento, para recuperar vuelos más altos y más libres.
Sean republicanos o monárquicos,
gran parte de estos que nos dividen y nos enfrentan son zánganos que quieren
ser reinas. Sólo se dedican a aumentar el número de pobladores de su colmena y
acabar con las demás, siempre engordando con la jalea real, que para ellos
reservan. Y pocos viajes echan para traer néctar y polen a la casa, entre otras
cosas porque no saben dónde buscar, aunque pretendan dirigirnos, muchos de
ellos a ninguna parte.
Buenos Dias nos dé Dios, don José. O quien sea que los dé, que darlos, los da. Me parece triste que, tras tanto pretendido progreso, hayamos atrasado tanto. O que no hayamos llegado a ningún sitio más interesante. O peor aún, que hayamos llegado y no nos movamos de esa "ninguna parte" a la que tantos políticos de signos diversos llevan años conduciéndonos. No voy a decir aquello tan manido y falso de que "cualquier tiempo pasado fue mejor" —aunque, en parte, lo fuera: éramos más jóvenes y eso es lo que cuenta— ni, muchísimo menos, voy a recurrir al estúpido tópico de "esto, con Franco no pasaba". Pero reconozcamos que no estamos como para tirar cohetes.
ResponderEliminarRecuerdo que en el verano del 76 estaba en Estocolmo —lavando platos para poder pasar un poco mejor el invierno en Barcelona, que la crisis del petróleo daba guerra— y vi cosas curiosas que me animaron; por ejemplo: una manifestación reivindicando cualquier cosa. Con sus pancartas, sus banderas, sus consigna, su coreografía. Pero ordenada. Un español allí residente nos contaba: "Se autoriza y se programa debidamente el recorrido y el tiempo para que, teniendo ellos su derecho manifestarse, no atropellen el derecho de otros en llegar a su casa o continuar su camino". Y luego, el día de la boda del rey, vi gente joven criticando la monarquía y a otros disfrazados de policías con caretas de cerdo; y al acercarse un grupo de auténticos polis pensé: aquí se va a liar. Pero no, los unos siguieron con sus cosas y los otros continuaron su camino. Y la gente miraba, y unos les reían las gracias y otros no les hacían ni puñetero caso.
Recuerdo que pensé: qué hermoso es esto de la democracia. Y me acordé de un malnacido general que nos había robado ese hermoso paraíso, no por limitado menos apetecible.
Más de 40 años hace que murió el dictador y aprobamos la Constitución. Y aquí seguimos, sin ser, al menos en estos aspectos, la Suecia de hace también más de 40 años. Veo turbas que se quejan y cortan calles o autopistas, queman contenedores o hacen cualquier salvajada porque aún no han entendido que la libertad de los demás ha de ser tan importante como la suya. Los políticos se dedican a engañarnos y ya nadie —NADIE, que se dice pronto— cree que un programa electoral sea un compromiso o signifique una promesa. Los medios de comunicación no muestran ni informan: aleccionan, despintan, manipulan e indican el camino. De la educación, no hablemos, que hoy no toca: tanto tú como yo hemos sido media vida miembros del ramo y podríamos hacer muchas comparaciones de esas que siempre son odiosas. Porque estar donde estamos, teniendo los medios que tenemos para tanta gente —y sí, desgraciadamente no todo está al alcance de todos los que lo necesitan— me parece, como poco, vergonzoso.
Un abrazo, Pepe. Y, por si tu post lo lee algún joven, no estaría de más una nota a pie de página aclarando que el tal Linneo no es un influencer para mayores.
Como siempre, te agradezco muchísimo tu comentario. Añades elementos, matices, recuerdos y meditaciones que complementan lo que he escrito, o que señalan rutas para seguir pensando en lo que hoy nos pasa. Que poco es para lo que podría pasarnos viendo muchas cosas que vemos. Cada vez me resulta más difícil entender nada, especialmente la pol´ñitica, que al final es todo. Los personajes son difíciles de clasificar, pero son parejos y salidos de entre nosotros. Los elegimos, volvemos a elegirlos, hagan lo que hagan y dejen de hacer lo que sea, incluso lo imaplazable. Estamos y están en otras cosas y vamos llagando a un punto e alejamiento entre la vida normal de la gente y los argumentos que entretienen a la dirigencia, enredándonos de paso a todos los demás.
EliminarSobre la educación, para qué hablar. Esa clase, ese libro de don _Salustio, el latín ya en bachiller elemental, el griego en el superior, el nivel de exigencia, los profesores que he tenido la suerte de tener, con muy pocos medios. En fin, he leído algo sobre la nueva ley de educación, sobre la necesidad de adaptar el currículo a un alumnado del que se espera poco, y poco se exige, Dadas las dificultades para que todos alcancen el nivel, ese enorme listado de conocimientos que ahora se exigen?, se opta por lo más fácil: reducirlos de nuevo. Tal vez hasta que se llegue a la conclusión de que lo mejor es o aprender ni recordar nada. NO hablemos de entender, de valorar, de pensar. Se piensa con palabras, datos y conceptos, si faltan, poco se puede pensar. En fin. Seguiremos clasificando semovientes.