lunes, 25 de mayo de 2020

Epístola eclesiástica

Últimamente Pablo Iglesias ha bajado las revoluciones de su disco de vinilo. Así su voz, a menudo chillona, hecha al mitin y a la apresurada arenga frente a las tropas prestas para asaltar los cielos, se torna grave, pausada... y falsa. Incluso a veces, sin los agudos fruncimientos habituales de sus cejas, ya que un buen predicador debe de estar siempre enfadado, desde el púlpito muestra en la mano un pequeño misal constitucional mientras imparte doctrina. Nos sorprendía ese nuevo tono al principio del cambio, súbitamente acaecido cuando profesó los votos ministeriales, un compromiso prometido con reservas que le promovía a vicepresidente del gobierno de un país cuyo nombre le da asco pronunciar y cuya bandera le da repelús, según nos contaba antes de que de forma milagrosa se le apareciera Nuestra Señora de los Pactos. Votos menores. Antes estábamos hechos a que despachara sus peroratas en un tono exaltado y pajarero, facturando sus soflamas cuarteleras con un registro de contratenor y a esa velocidad que permite la repetición de la lección aprendida, del dogma inmutable, de la letanía que sale de la boca de un oficiante que no necesita pensar, sólo repetir machaconamente el artículo del catecismo que toque enseñar a la parroquia. Un estilo de oratoria vertiginosa, verborreica, que ha inculcado a todos los suyos. Y las suyas.

 Todos hemos asistido a algún funeral o a otra ceremonia religiosa o civil en la que el oficiante expide su homilía o declama su alocución en un tono funcionarial y desentendido, desganado por rutinario, soportado con incomodidad y rechazo por unos asistentes para los que la situación que da pie a la prédica es nueva, personal, imprevista y a veces trágica. Hoy acude a menudo este obispo gubernamental a la misa de pontifical en diócesis ajena, tenida por propia, quitando una y otra vez la palabra al ordinario, que aprieta mandíbulas y espera tiempo y ocasión de poder desterrar a este fray Gerundio levantisco a un curato lejano. Esta curia, sólo unida por la necesidad y la conveniencia, que no por el dogma, ya huele a cisma desde su primer conciliábulo, pues en un consistorio cardenalicio no cabe más que un papa. Uno de los dos, o ambos si ninguno de ellos afloja el abrazo del oso, acabará en Avignon o en Peñíscola, sin avenencia y sin futuro. Espero que no arramblen con el nuestro.

 Sus sufridos alumnos de la universidad ya conocerían bien ambos registros del personaje, de actor más que de docente. Toda su vida pública es representación; pero teatral no política. Desafortunadamente para él, como para muchos de los suyos, queda una incómoda y surtida colección de vídeos, declaraciones y entrevistas en la que nos muestra de forma cristalina qué es lo que verdaderamente piensa y siente, siempre opuesto a lo que ahora dice y hace. Sus comportamientos de hoy nos sugieren que, si el libreto anterior era sincero, toda su obra actual es fingida. Ha ido contradiciendo y malbaratando con sus hechos todas y cada una de las virtudes que con su talante inquisitorial exigía a los demás; ha caído en todas las trampas que había colocado para sus enemigos, miembros de una casta que combatía y desacreditaba hasta que pudo instalarse y pasar a formar confortablemente parte de ella. Le protegen hoy de los asedios que promovía y tanto le gustaban, jarabe democrático si son contra los demás, los agentes que sólo le emocionaban caídos en el suelo y recibiendo patadas; vive donde predicaba que los buenos no debían vivir, cobra lo que peroraba que un santo varón no debía cobrar y su movimiento, más que partido, ha hecho del nepotismo un código de conducta. Van a los cargos en parejas, como la Guardia Civil. Sus feligreses todo se lo perdonan, incluso cargan con la infamia de dar su visto bueno a la mudanza del jefe a mejor barrio. Amén.

 Sin duda la ciencia de gobernar es el arte de avanzar hacia los ideales serpenteando para adaptarse a las circunstancias, de moverse con la cautela que siempre conviene cuando se atraviesa terreno desconocido. Mal se compadecen el acierto y la oportunidad con la cerrazón de aplicar recetas aprendidas, siguiendo la ruta de un mapa antiguo y heredado que no contempla lo que ha cambiado el terreno desde que se dibujó para otros tiempos y otras geografías. Otras virtudes tiene, sin duda, este segundo Pablo Iglesias, aunque pocas veces son buenas las secuelas. Nadie carece totalmente de ellas, aunque su indudable inteligencia la guarde para otras situaciones. No puede presumir de ser modesto ni flexible, de ser capaz de cambiar la estrategia pergeñada cuando soñó el plan de batalla que le permitiría rendir el castillo. Su principal enemigo es igualmente terco, aunque es más fuerte que él. Y no se llama Sánchez o Casado; se llama realidad.

 Decir que Pablo Iglesias no es un buen socio no es descubrir nada. Ya lo sabíamos antes; incluso Pedro Sánchez, que ya anticipaba insomnios propios y ajenos. En realidad, no es un socio ni un aliado, sino un cabecilla rival, ambicioso y levantisco, que se ha unido a las tropas gubernamentales en busca tanto de supervivencia personal y política como de botín electoral. Sus sumisas mesnadas abandonarán el flanco que se les encargó defender cuando pinten bastos, pues otra es su guerra. Lo va haciendo ya cada día, dando lugar a que el gobierno tenga varias oposiciones fuera y una dentro, no menos agresiva, a la que encima no se puede desenmascarar como merece. Personalizo el problema en él, pues poco más ha dejado detrás ni al lado. Como todos los caudillos autoritarios no permite que a su sombra crezca un posible sucesor que no sea de la familia. Si acaso, una Evita de Perón. El macho alfa de la manada de lobos, vencido el competidor que le reta, le perdona la vida cuando le ve ofrecer su cuello rendido. Sabe el lobo hoy más fuerte que el segundo mejor debe vivir como sucesor, pues es el futuro de la manada. Iglesias no tiene tan amplias miras. Su manada es él, el resto ya son soldados sin cara. Los círculos se han ido haciendo oblongos, difusos, y han sido forzados a decir que sí tantas veces al amado líder que languidecen llevando una vida ectoplásmática, fantasmal, muy parecida a la inexistencia. Un instrumento y un parapeto ya tan inoperante como innecesario.

 Siguiendo la costumbre y maneras de todo caudillo, Iglesias es un fulanista que, como cualquier dictadorzuelo en potencia, se considera providencial, sólo sujeto al escrutinio de la historia, pues su reino no es de este mundo. Como otros, antiguos o actuales, sufren la alucinación de que obedecen a un mandato popular, son la voz del pueblo. Al menos lo fingen, pues contar los votos sí que deben saber y suponen el 12,84%, cuarta fuerza política. Magro respaldo para imponer su programa, atribuirse lo bueno y desentenderse de las medidas poco populares que todo gobierno debe tomar, a veces a disgusto y a contrapelo. La realidad manda, tiene la culpa y, sobre todo, estorba. ¿Quién es la realidad para contradecirme? Lo de la reforma laboral pagada a Bildu es uno de los muchos ejemplos de todo lo que venimos contando sobre falta de realismo, de lealtad y de unidad de acción, señal de ausencia total de estrategia, un aliño de probaturas dando palos de ciego sin acertar casi nunca en la cucaña. Por unos cochinos votos se olvida de toda negociación con las fuerzas sociales, empresarios y sindicatos, que ahora se niegan a hacer de comparsas y a ser moneda de cambio. Totalmente indecente abusar, dentro de los contactos previos a una nueva prolongación del Estado de Alarma, y aprovechar el trance para colar de rondón decisiones contrarias a la parte sensata del consejo de ministros, que casi se entera por la prensa. Afortunadamente le han parado los pies y esperemos que le animen a utilizarlos para retirarse a sus habitaciones. Esta situación excepcional no es algo que le autorice a tapar bocas y acallar conciencias, como quisiera. De la gestión de la pandemia ya hablaremos cuando toque, pues de los errores al respecto, muchos y graves, no sólo a Iglesias habrá que pedir cuentas.

 Unidas Podemos es un estorbo, un lastre para el gobierno. Lo fue desde el minuto uno. Si mala es su compañía, los números no dan siquiera para que al menos permitiera prescindir de otras aún peores. Queda maldecir a Albert Rivera que, con soberbia e irresponsabilidad equiparables a las de los dos socios de este gobierno semi bicefalo, capitidisminuido y en greña, impidió una solución que reflejara la irrelevancia de todos los extremos y que una inmensa mayoría considerábamos mejor, como el tiempo se va encargando de demostrar.

1 comentario:

  1. Poco que añadir a tu homilía pulcra y didáctica, como no podía ser de otro modo. Comparto todo lo dicho sobre este personaje de sainete, pero peligroso en mi opinión. Esperando una buena salida para demostrar a los "suyos" 97% de mamones (los que maman décima ubre o teta), que ha tenido que salir por dignidad, y porque La Merkel lógicamente no lo quiere como interlocutor, cómo va iniciar siquiera una conversación, con un tipo como este que solo sabe hacer soflamas sobre, como bien apuntas, sobre cel catecismo aprendido. Y por último coincidir cone lamentable papelón de Albert, al que como un incautó vote. Esperando lo que señalas al final de tu tu acertadisima homilía.
    Jesús.(el hijo del hombre)

    P.d. mañana te mando el proyecto de una Asunción a los cielos de Santa Irene, la ermitaña de Galapagar, que estoy intentando sacar adelante en tabla sobre óleo.

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