Es difícil que prohibiendo la mala literatura o la peor de
las músicas se consiguiese dirigir la atención general hacia las buenas. Más
probable es que se creara rechazo hacia unas y otras, si no es que, por llevar la
contra a las imposiciones, lo peor de cada arte se viera promocionado por una
publicidad inmerecida. Las cabezas funcionan así, las de los censores y las de
los que se ven tratados con un paternalismo condescendiente en el mejor de los
casos y totalitario en el peor.
Igual que ocurre con las artes pasa con las ideas. Ni hay
que censurarlas ni publicar en el BOE una lista de las adecuadas. Lo que hay
que hacer es educar y facilitar el acceso a las serias, a las que tienen enjundia
y fuste, dar datos ciertos y herramientas para poder interpretarlos para elegir
libremente. El censor, el impositor de ideas, siempre lleva una liebre
ideológica ajena a criterios de calidad, incluso de certeza. Su campo de
trabajo es el de lo conveniente, lo cómodo para el poder, no el de lo cierto,
algo agravado por el hecho invariable de que suele ser más ignorante que
aquellos a los que quiere estabular el gusto y el criterio. Aunque su intención
fuese buena, si es que puede serlo, inevitablemente recabará críticas de los
más ilustrados y reflexivos, de forma que acaba dirigiendo sus ataques a estos
enemigos cerrando el círculo perverso. La estupidez y la vacuidad suelen
atravesar esas cribas. La censura, si es que alguna puede haber
bienintencionada o necesaria, siempre termina combatiendo la excelencia y promoviendo
un conformismo ovejuno.
Lo malo se combate ofreciendo y facilitando el acceso a
algo mejor. El error y el delito con buenos ejemplos y buenas leyes, nunca
buscando causas remotas que los diluyan en la normalidad y acaben por
justificarlos. Dejando aparte que lo que es bueno para unos puede parecer malo
a otros, y es normal que así suceda, cada sociedad ha ido dando con un mínimo
acuerdo sobre ciertos valores compartidos y la Historia nos enseña que las
sociedades se han derrumbado a la vez que caían esos acuerdos básicos que a lo
largo del tiempo mantenían una cohesión y un sentido de pertenencia imprescindibles.
Esos pactos, símbolos e ideas compartidas permiten y amparan la defensa de
causas no comunes, incluso las minoritarias, siempre que no lleguen a
cuestionar la misma existencia de la sociedad que también a ellas proteje.
Cuando en una sociedad lo común pierde un prestigio que se va cediendo a lo
particular, incluso a lo tribal, va cavando su tumba. Que algunos, incluso
vicepresidiendo el gobierno nacional, hagan peña con los que proclaman que vienen
con la pala a hacer mayor la fosa, no es cosa defendible. Muchos países, tal
vez los mejores, desde luego los más sólidos y democráticos, directamente
prohíben este tipo de sepultureros. Que nosotros no sólo los permitamos, sino
que los financiemos y concedamos inmunidad parlamentaria, es un rasgo suicida y
un elemento más de los que nos llevan a ser un país de interés turístico,
interesante, pero con un porvenir incierto. Nuestro futuro
directamente pasa por darles solo el poder que realmente les corresponde, pues
son electoralmente irrelevantes. Numéricamente lo son, pero nuestras leyes dan
más mando a veces al grumete que al capitán. Algunas minorías locales, con la
complicidad de lo peor de cada casa política del resto del país, se intentan
apropiar de unos territorios, también de unas ideas y de unas causas, que
utilizan para fragmentar y para dividir. En los programas, no digamos en los
comportamientos de algunos partidos y personajes, se defienden no pocas causas
innobles e injustas, amparadas por la tolerancia, tal vez excesiva, de nuestro
marco legal, con una constitución que dice no ser combatiente, eufemismo que
evita decir que se quiso indefensa.
Hay otras causas nobles y justas cuya asunción generalizada
se ve dificultada tanto por la forma equivocada de defenderlas como por tener
la mala suerte de caer en manos de las personas inadecuadas, algunas ya
mentadas. Me refiero a esa clase de vagabundos buscavidas de la política que
dan con una causa o con una idea como el que se encuentra una cartera en la
boca del metro. Podrían haber encontrado otra, pero ven que esa está llena de
billetes y para qué buscar más. Devolverla a su dueño, buscar a quién pertenece
de verdad, y debería ser de todos, ni se les pasa por la cabeza. De forma que
se apropian de lo que no es suyo, aunque argumentan que toda propiedad es un robo en
un alarde de coherencia propio de esa clase de polillas, y se quedan con los
cuartos.
Cuando alguien, una persona o un grupo, se apropia de un
símbolo, una idea o de una causa, ya está pervirtiendo su potencial virtud. No
intentará repartir el hallazgo, extender los beneficios, al contrario,
procurará encontrar razones para excluir del reparto a los que no sean de su
cofradía de Monipodio ideológico. Esto es nuestro, que hacéis aquí defendiendo
lo que nosotros. Buscad otra cartera. Los otros dan por perdida ese billetero,
uvas verdes desde entonces, pero siempre encuentran otra para obrar igual.
Si a esa mentalidad tribal con tendencia a escriturar la
virtud y la ética a nombre de su comunidad de bienes ideológicos, unimos que la
indecencia y la estupidez suele rondar por tal modelo de cabezas, ya tenemos
una combinación peligrosa. Incluso si ven que los billetes de la cartera son
falsos como moneda de cuero, si el primero ha colado y han conseguido
endosárselo a algún incauto, ya no tienen freno. Sus feligreses son los
primeros en dar por buena la mercancía y pasan a extenderla por los mercados. Llegan
a convencerse que sus cromos son billetes de curso legal, o al menos dicen
estar convencidos de su validez, y van ofreciéndolos y pregonándolos cada vez
con mayor osadía. Como en todos los timos, al timado, si percibe el fraude, le
cuesta admitir para sus adentros que es imbécil y lo que hace es procurar ir
desprendiéndose del género y aumentar la extensión del engaño. En economía se
sabe —lo explica la ley de Gresham— que la moneda falsa expulsa a la buena y que
si circulan las dos pronto predominan las falsas, las de chapa, y van
desapareciendo las de oro. Con las ideas ocurre otro tanto, muchas hay que presumen
de un valor facial muy alejado del verdadero, que en este mercado de las
ideologías se debería medir por la proporción de verdad en la aleación, no por
los aplausos de la parroquia. Al final lo que circula es morralla ideológica,
lemas, argumentarios y simplezas.
Vemos circular muchas monedas ideológicas de baja ley por las tabernas, por los mercadillos y, lo que es peor, en muchas tribunas en las manos de lidercillos y próceres que han tropezado con una cartera y bien viven de ella hasta que les dure. Podría haber sido cualquier otra. Charlatanes de la política, vendiendo mantas y regalando peines encaramados en las instituciones, con verborrea propia de Ramonet, que pronto compran los cebos conchabados para animar al público a dar por bueno el género. Aunque su causa sea mala la intentarán vender como oro fino y, si buena fuere, mala cosa es que una buena causa se manche mezclada en malas manos con este tipo de calderilla, pues una mayoría piensa que viendo la choza se conoce al pastor. Y también que conociendo al pastor se deduce la salud del rebaño y la pureza del queso. Estos vividores de la política defienden las causas indignas y manchan y desprestigian las virtuosas. Son una peste.
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ResponderEliminarAsí es la vida política de nuestro país, inquietante, pero no lo es menos la actitud de los administrados, aborregados, y lo peor no veo la salida a esta lamentable situación. Un abrazo, cuidate mucho amigo.
EliminarSí, la verdad es que vivimos momentos inquietantes. Ya veremos por donde salimos. Cuídate también. Un abrazo.
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