Vivimos desde hace años en una eterna campaña electoral.
Y no es bueno porque en las campañas electorales todos acrecen de forma artificial las diferencias, pues
ellas son lo que se enarbola, nunca lo que pudiera ser común. Todos los pavos
reales deben desplegar el plumaje de su cola, aunque haya que añadirle
extensiones. Siempre tienen algo de farsa, de teatro, influye más el reparto de
actores que el guion y unos eligen al más guapo, otros a la más locuaz y
desenvuelta y algunos al más bestia. En esta ocasión se ha rebasado el nivel
disparatado ya habitual, de forma que me echo al monte, al río Tus, a no ver a
nadie, ni escuchar noticias, leer prensa ni quemarme más la sangre. Sólo veo en
la tv un rato los resultados de la noche electoral y las comparecencias de los
líderes. Lamento el descalabro de Cs, me alegra el de Iglesias. Los madrileños
han descartado, además de totalmente a Ciudadanos, a los dos extremos, Podemos y Vox,
demostrando un cierto criterio al ser los menos votados. No suele ser recompensada la moderación, aunque cada uno
paga ahora sus faltas. Esto no va de que esta o aquella persona o partido merecería
mejores o peores resultados, pues se vota más contra alguien que a favor de otros.
Si el marco establecido es irreal, poco importan hechos y talantes.
Nos querían despavoridos. A mí, como a todos, me habían amenazado
los actuales profetas del apocalipsis con que al regreso a casa me encontraría con
un Madrid y una España fascistas o bolcheviques. Sabía que esos disparates eran
espantajos para distraer y asustar, pensaba que más ayudarían a chocear votantes que a
atraerlos hacia los que aullaban tales proclamas, que eran casi todos. Sin embargo, plusmarca de participación, cosa que está bien. Tal vez
el efecto de esos augurios dependería de cuál de esas dos falsas amenazas a la
libertad pareciera más temible o verosímil al votante, aunque no creo que nadie
las haya tomado demasiado en serio, ni siquiera sus promotores. Ninguno de esos dos peligros era real, como
ellos sabían mientras nos encandilaban con esos miedos. De paso se evitaba
hablar de lo importante, como es costumbre, tal vez lo que casi todos prefieren
tapar, pues nadie puede presumir ni de gestión ni de palabra. Y a quienes han hablado de algo
real, tampoco es que se les haya hecho demasiado caso.
Como siempre, contados los votos, los más indecentes y
sectarios de los perdedores concluyen que los electores son gilipollas. Los
mismos que un día fueron y volverán a ser agudos, intuitivos y consecuentes, virtudes
intermitentes que solo se encienden en el pueblo cuando acierta a votarnos.
Nada comparado con lo que ya les habían dicho antes aquellos a los que la
mayoría de los madrileños, en agradecimiento a los elogios, han decidido no
votar: Madrid, un poblado desleal, amorfo y abusador de la riqueza patria aquejado de supuestas
y sobrevenidas desmesuras identitarias, fascista, rebosante, según el comisario Tezanos, de
tabernarios, de ignorantes alucinados que prefieren una caña y unos berberechos
a unos servicios públicos adecuados, gobernado por quien yerra tanto si levanta
hospitales públicos como si subvenciona privados; unos suicidas irresponsables,
nazis latentes, que estaban cerca de crear campos de exterminio, como nos
avisaba una ministra que como tantos otros no merece su cargo, que mucho
abundan los de esa calaña sectaria en todos los barrios. Demasiados votos han
obtenido tras agasajar de tal forma al electorado; indudablemente más de los que merecían vista
la consideración en que los tienen. Poco favor le han hecho sus
correligionarios al soso pardo, al buen fraile de Gabilondo, hasta empujarlo a
decir algunas cosas que no debió decir en el fragor de la contienda electoral,
frases y lemas que chirriaban al salir de su boca. La victoria tiene muchos
padres, pero la derrota es huérfana, de forma que dejaron solo al buen vasallo,
que no tiene buen señor. Ahora convalece de arritmias de las que deseo sinceramente
pronta y total recuperación. Ayuso le hizo una visita al hospital, no sé si
acudiría alguien de su partido. Era el mejor de los suyos, y mejor que muchos
de los que lo veían como enemigo pero posible socio, como también lo era Edmundo
Bal, ambos pagando ahora muchas culpas ajenas y también algunas propias, que no
solo de campaña electoral vive el hombre. No son la mesura ni la verdad valores
en alza. Salva los muebles Más Madrid, el otro Podemos, mejor por haberse desprendido antes del lastre de Iglesias, menos caudillistas por escarmentados,
menos insultantes con los electores equivocados, más posibilistas y que
anuncian dedicarse ahora a solucionar problemas reales y posibles. Sin duda sería un
buen itinerario, nuevo para ellos y para los demás en la política autonómica y
nacional: pasos cortos, todos los posibles, y siempre en la buena dirección, lo
que supone saber a dónde se va y requiere que ese lugar exista. Otros olvidaron
esas minucias. O César o nada. Ahora deben dedicarse a la farándula, lo suyo. En realidad, nunca han hecho otra cosa.
De los más extremos era cosa de esperar, era su única baza,
el miedo, y había que cargar las tintas. Pero Sánchez y sus oráculos se
equivocaron al contribuir a plantear una confrontación a cara de perro en clave
nacional, entre dos Españas, ignorando que hay otra numerosísima en medio,
bastante harta ya de toda esta tropa de banderías enfrentadas, mezquinas y
despreciativas del que piensa distinto. Con ello dejaban el campo abonado a
Ayuso, que no ha tenido ni que despeinarse para arrasarlos hasta el ridículo en
lo que habían planteado como una nueva e irreal batalla de Madrid. Un endeble
neofrente popular a la greña, que nos salvaría de un fascismo que, salvo sus
mentes delirantes, nadie veía venir por ninguna parte, resucitando el no
pasarán. Otros nos asustaban con el fantasma de una revolución de octubre en
mayo, amenaza que tampoco ha calado. Y, entretenidos en esas pesadillas, la
realidad más prosaica ha pasado por encima de ambos desvaríos, de forma tan
multitudinaria que, si se creen a sí mismos que no creo, hasta a ellos les debe
extrañar que en Madrid ni en España haya tantísimos fascistas como ellos dicen
ver, sin detectar a los que sí lo parecen y que tienen de socios o apoyos. Comunistas de verdad, es sabido que quedan seis o siete. Si de verdad creyeran
que el fascio está ya aquí deberían de andar agolpándose en los aeropuertos
rumbo a un país libre, según su criterio. Qué menos. Se quedan en este, ya un infierno
los últimos 26 años de fascismo madrileño, según nos cuentan. También ellos
saben que ni lo han sido ni lo son, pero puestos a delirar, no te quedes corto.
Porque la parte donde sí hay algo parecido a lo que ellos denuncian, por
extremista, xenófobo, descalificador del contrario y por intentonas
separatistas tan ciertas como antidemocráticas, a ellos les causa poca alarma.
Y esas malas compañías han sido algo decisivo. Lo han pagado de nuevo. Y hasta
que no rectifiquen y suelten esas rémoras lo seguirán pagando en las urnas,
merecidamente a mi escaso juicio. Si no se explican porqué no les han votado ni
los suyos, que mediten sobre los lastres de sus socios y compañías.
Dejad que los niños se acerquen a mí. Venid a votar todos,
hijos míos; también los de Vallecas, invocaban los que creen aun hoy en el
determinismo ideológico de la cuenta corriente, los hombres del libro. Los
ricos deben de votar a los ricos, los pobres a los pobres. Acudamos a llorar a
las tertulias y mítines en taxi, al que nos subimos en la esquina por escenificar
la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén, pero sin palmas. Y disfrazados
de pobres a ver si así nos salen las cuentas, que la cosa pinta chunga,
refiriéndose a las electorales, que de otras mejor lo dejaremos estar. No es
que siendo de izquierda, incluso de extrema izquierda no merezcan vivir bien, universal
y legítima aspiración que desborda ideologías, pero su discurso se urdió
con los mimbres que se urdió, y esa cesta llevan colgando del brazo, qué se
le va a hacer. Todo no se puede tener, barcos y honra, relato y
contradicciones, la puta y la Ramoneta. Mostremos callos postizos y no
olvidemos espolvorear por los lomos polvo de la dehesa, sin dejar de
cepillarnos los pétalos de jazmín y las briznas del césped de alrededor de la
piscina, que nuestros antiguos vecinos del barrio obrero se mosquean. Si tan
sencilla fuera la cosa sobrarían las elecciones. Hay otras muchas motivaciones
y sentimientos, legítimos por humanos, aunque no vengan en el manual o en el
catecismo de la secta. Los condes y marqueses tienen todo el derecho a
asociarse y defender los intereses de la aristocracia. También lo tendrían los carteristas,
los arzobispos o los fontaneros. Pero siendo minorías exiguas poco futuro
electoral tienen como grupo de presión decisivo. Hay que darles, eso sí, solo
el peso que verdaderamente tienen, pero no cabe descalificarles y negarles el
derecho a existir y a hablar. Es extremo al que se ha ido degenerando
últimamente, llegando a escucharse propuestas de ilegalización o de cordones
sanitarios. Acallar y cancelar al oponente es lo totalitario, más que dejarles
hablar diciendo que los silenciables lo son. Menos que ellos. Es lo que ocurre
con ciertos antifascistas que no hubieran desentonado al lado de Mussolini. Los
madrileños han demostrado ser mejores sexadores de fascistas que los que de
ellos les prevenían. Ahora, si rebobinan la jugada, podrían explicarse en parte
por qué este año san Joderse cayó en martes.
El desprecio a eso que llaman el régimen del 78, algo a
demoler para estos orates, es un equipaje muy pesado, muy grande, no cabe por
muchas puertas. Una obsesión para un Iglesias que, sin que nadie le llevara la
contra, reconoció ser un lastre para su partido, club de fans que desde hace
demasiado tiempo fue quedando en cosa de familia, con escaso futuro tras
haberlo fagocitado y asimilado a su persona. Lo que su talante no le permite reconocer
es que el lastre no es él, su genio y figura, (que también, pues poco ayuda su
dogmatismo y su soberbia), sino sus ideas. Sobre todo las que han dejado
infame y eterna constancia en una nutridísima colección de vídeos y declaraciones,
hemeroteca demoledora que nos lleva a ver con consuelo y alegría el inevitable
fin de su carrera política. Sabemos por ella cuáles son sus referentes y modelos, sus
amigos, sus emociones y sus miserias. Un espanto. Su despedida forzada, incapaz
de ser un simple portavoz del menor grupo en la asamblea, es un alivio hasta
para los suyos, si es que los hay, pues no ha habido señas de que él nunca considerara
a nadie a su altura. Una ausencia que sosegará el ambiente, aunque lo más
probable es que procure seguir enturbiándolo, ahora reconvertido en un Jiménez
Losantos especular en el otro extremo, capitalizando su popularidad en algún
medio afín, sea del Roures o de algún otro magnate mediático y ambos a hacer
caja. Nada que decir, comparado con lo que él diría de cualquier otro en
semejantes circunstancias, con su habitual romana que tan buenas pesadas
arroja cuando es a él a quien sopesa. Ya se dará a vistas o a oídas tras
girar la última puerta al salir. Sus forofos, que aún siguen agarrados a tal
clavo ardiendo, aunque ahora colgados de la brocha ya sin esa escalera eclesial que
los llevaría a los cielos, al menos seguirán durante unas semanas más con los
juegos florales que hoy leemos. Señalarán algunas cucharadas de azúcar social
que le atribuyen, pero pasará a la historia como crispador mayor del reino,
personaje nefasto que en su estrategia de asalto a los cielos puso sobre el
tapete algunos temas inoportunos, otros irreales y no pocos insustanciales o
disparatados, meras fijaciones de una mente anclada en el siglo pasado,
enturbiada por lecturas de libros de caballerías políticas y sociales, mal interpretadas y peor digeridas. ¿Qué habrá enseñado este señor en la universidad? Por
Dios, pobres alumnos. Le deseo lo mejor en su vida privada, a él y a los suyos:
paz, salud, sosiego, que disfrute de lo legítimamente ganado y que él haga lo
propio con los demás, dejarles vivir sus vidas de acuerdo a sus posibilidades y
gustos, a salvo ya de sus intentos de ingeniería social.
Los enemigos del 78 son los verdaderos perdedores de estas
elecciones y espero que de todas las siguientes si no rectifican a tiempo. Las
constituciones no son, en el fondo, otra cosa que los límites que un pueblo se
autoimpone en evitación de calentones provocados por hogueras pasajeras y
fugaces, siempre alimentadas por iluminados, que les empujaran a tomar
decisiones viscerales e inconvenientes, a veces irreversibles, espoleados por
situaciones o hechos concretos que enturbian las entendederas. Esas
salvaguardas y barreras a la improvisación y al oportunismo son lo que impide,
por poner un ejemplo, que se pudiera hacer un referéndum para reinstaurar la
pena de muerte tras un atentado o un crimen especialmente insoportable. No
procedería argumentar para convocarlo que muchos son los que lo piden. Sería un
sofisma alegar que en eso consiste la democracia, que el número equivale en
toda circunstancia a la razón; sería una indecencia plantear que ejecutar a los
criminales reflejaría y daría satisfacción a la voluntad popular. En otros casos esos son los argumentos que se han puesto y se ponen encima de
la mesa. Elucubrar sobre qué hacemos con nosecuántos cientos de miles o millones
de personas que proponen algo ilegal, insolidario y disparatado, decir que alguna
negociación habría que iniciar con ellos, que siempre es necesario el diálogo.
Hasta el disparate de acudir a las cárceles a escuchar sus propuestas y condiciones.
No sé si procede hacer lo mismo con los narcotraficantes, visto que negociar con
algunos golpistas, incluso con antiguos asesinos sí es de recibo para ellos.
Hemos escuchado que algo habrá que hacer con ciertas aspiraciones nacionalistas
y que todos hemos de ceder en una democracia, aunque siempre los mismos. Demasiadas
veces hemos soportado con indignación e impotencia esos argumentos falaces en
las recurrentes intentonas separatistas, de discursos tan dulces para algunos
oídos como amargos para la mayoría que elige su voto, sorprendiendo más a los
propios que a los extraños. Obviar que luego esos devaneos, amistades y
cesiones se pagan en las urnas, creer que se vota solo con la cartera es pensar
que solo ellos tienen corazón, ideas, historia y sentimientos. La gente piensa,
valora infinidad de cosas, intuye, escucha, compara y, sobre todo, vive y
quiere que le dejen vivir. Los que intentan reglamentar cada minuto, cada
faceta del comportamiento de la gente, de la cuna a la tumba, del comedor a la
alcoba, de la conversación a las aficiones, los que airados les censuran desde el
púlpito recriminándoles con desprecio su forma de expresarse, divertirse, de
vivir y pensar, los que les llamaron ayer tabernarios, fascistas, imbéciles,
desclasados, son los que hoy se quejan de que el personal no ha ido a lo
esencial, no ha entendido el mensaje, ha votado al enemigo. Que la libertad
estaba en juego era una exageración electoral, fuera dicho por unos o por
otros. No se elegía entre fascismo y comunismo, entre libertad o esclavitud. Tal
vez la gente, aunque otras tal vez no, tiene entendidas ciertas cosas demasiado
bien. Las de sus problemas verdaderamente acuciantes, sus afanes y sus jornadas,
pues lejos de ideologías y doctrinas, la vida no deja de ser unos días, pocos y
la mitad de ellos es noche.
Demasiado tiempo nos han hecho perder como sociedad en
discusiones bizantinas sobre temas no demasiado relevantes para el común,
siempre menospreciado por ellos, cuya cercanía se invoca a la hora de votar para luego
alejarse, volver a entretenerse y diluirse cada parroquia en sus fijaciones
autorreferenciales, sus repúblicas o republiquetas, sus correcciones, sus
identidades, sus agravios seculares eternamente en espera de reparación, sus
mantras y otros temas de postín que no llenan la despensa. Y a Franco ya no se
le puede volver a desenterrar, aunque siempre haya quien, no teniendo otra cosa
más a mano, esgrima un fantasma y unos huesos que ya espesan poco el caldo,
como han podido comprobar. Seguid, seguid así, que vais bien, como se ha visto
en Madrid. Aunque siempre hay ocasión para corregir rumbo y plegar ciertas
velas que recogen poco viento del que sopla en una dirección favorable y
posible. Al menos hacia algún sitio.
Vale.
De acuerdo con este su comentario EPÍSTOLA DE LA CORTE Y CONFECCIÓN. Hubo un día que fui joven (muchas nieves han caído desde entonces por mi querida y hermosa sierra de Alcaraz y que seguirán cayendo después de haberme ido al lugar sin vuelta). Y oportunidades tuve de haberme dedicado al imbécil, impresentable y corrupto juego de la política (no va de farol ni de que AQUÍ ESTOY YO). Hablo de los políticos profesionales, entre los cuales seguramente hay excepciones, pero aquí la excepción suele ser la regla misma. Me gustaría que buscase y leyese un antiguo artículo mío en www.laretaguardia.com, haciendo clic en Colaboradores/Daniel Calixto y después buscando. No me hago propaganda,esta revista semanal digital ya desapareció. Si no recuerdo mal (tengo poca memoria, como las ardillas) el título es (¿?) NUESTROS POLÍTICOS, DEPREDADORES DE SIEMPRE. Es exactamente me racionamiento al respecto. Y... volviendo a tu artículo, repetir lo ya dicho y felicitarte por como tratas el tema y por lo que dices en él (mi opinión es, no más, que la de un lector cualquiera. Carpe diem.
ResponderEliminarMuchas gracias, Daniel, por tu comentario y tu atención a mis escritos. Me alegra ver que no diferimos demasiado al considerar la actualidad. A mí me pasa igual con lo que tú escribes. Espero que salud y familia bien. Un fuerte abrazo.
Eliminar