Seguimos con los "equidistantes", palabra de
moda. Facha pierde puestos, vista la batalla de Madrid. El trifachito y la foto
de Colón son prehistoria, pues hay en la escena nuevos tríos, cuartetos y otras
fotos peores. La casta, yace enterrada, tras incorporar a los que usaban el
palabro como arma arrojadiza.
No es que niegue que existen los que presumen de ser equidistantes, teniéndolo por virtud; lo
que ocurre es que creo que esa palabra, como tantas otras, a base de arrojarla a cabezas ajenas se ha desportillado y ya no va de la mano del concepto a que
se refería cuando se empleaba en un ambiente menos polarizado en el que, sin ser sinónimos, su significado podía acercarse al de ecuánime. Todo ronda, a mi escaso juicio, alrededor de
esa creencia, no sé si cierta, de que en el medio está la virtud. In medio
veritas. A veces te puede poner en modo Pilatos.
Funciona para algunas cosas. Como punto de partida en la búsqueda de un equilibrio que pida argumentos y renuncias a dos partes enfrentadas puede valer. En
otras es puro chalaneo. Como Brian en el zoco regateando el precio de una barba
postiza. Dicen que los principios no se negocian, lo que explicaría que en
algunos terrenos triunfen los que no los tienen.
Es cierto que hay quien pretende situarse a sí mismo
en un término medio, sugiriendo que en el centro lo podemos encontrar del brazo
de la ética y la razón, y que allí nos esperan. No siempre las encontraremos en
la mitad de cualquier trayecto, sencillamente porque hay cosas frente a las que
uno no puede ser neutral. No se puede ser equidistante entre el asesino y su
víctima, entre el que abusa y el que sufre los abusos.
Lo que pervierte el uso descalificador de esa palabra (para ellos viene a significar enemigo camuflado) es que los que la malversan así suelen ser ellos mismos equidistantes,
precisamente en temas en los que nadie puede serlo sin tener que apuntalarse la
cara. Previamente deben renunciar a las ideas de igualdad, justicia,
democracia, y otras cosas poco negociables, de esas que admiten poco regateo.
Por poner un ejemplo, muchas personas que son tachadas
de equidistantes con el reproche de crear imaginarios extremos para así
presentarse como centrados, en realidad molestan a sus acusadores precisamente
por su falta de equidistancia, por situarse claramente en un lado. Suelen venir
los reproches de equidistancia de esa izquierda extrema, no por violenta, sino
por dogmática y posturera, esa que está acabando con la verdadera izquierda, la
de los valores republicanos de igualdad, justicia y solidaridad, ente otros
muchos. Aunque en su confusión argumental y vital, crean o digan defenderlos.
Su comprensión hacia los separatistas catalanes puede
resultar buena balanza para medir equidistancias. Aquí es donde no cabe el
chalaneo, la búsqueda del término medio, la negociación de lo innegociable. Es
decir, la equidistancia. Y aquí precisamente es donde los reprochadores son
equidistantes, cayendo en lo que con poco fundamento acusan a otros, pues
muestran su poco fuste y su impostura. Los que dan por buenos abusos
supremacistas que arrasan con toda idea de igualdad ante la ley, de
redistribución solidaria de la riqueza, de los impuestos aportados por
personas, no por territorios, los que según su declarada ideología debieran
mejor defender el internacionalismo y la difuminación de las fronteras, son los
que apoyan el aldeanismo que levanta unas nuevas a costa de privar de los
derechos de ciudadanía a sus vecinos en razón de su apellido y su procedencia.
No menos que por su nivel económico. Los impuestos de los territorios ricos
para los ricos de allí, a los pobres que los zurzan. Además de que estas gents
de fora, esas cohortes de garcías, de Fernández, Pérez, Gómez son unas bestias
con taras genéticas que no hablan la lengua de la republiqueta. Ni aunque la
hablen o sus abuelos nacieran aquí.
Aquí si hay que ser equidistante, a su parecer. Esa
equidistancia esgrimida para descalificar a otros se torna ahora virtud si la
ejercen ellos, cuando no toca. Ante estos señores del procés sí que todos deben
ceder, buscar un acuerdo que a todos satisfaga, al menos a los quejosos. Aunque
el punto de encuentro, uno más en el trayecto, lo sea de partida para nuevos
descontentos y demandas en un bucle de impostados y eternos agravios, deudas y
reparaciones por satisfacer. Hay que buscar ese punto de encuentro, o mejor ir
directamente al que los que no llevan razón han marcado en el suelo. Cero votos
la moción. Ahora la búsqueda del equilibrio, ni para ti ni para mí, nos obliga
a negociar con quien quiere continuar abusando de sus conciudadanos, hasta el
punto de levantar una frontera que proteja una prosperidad que no quieren
compartir, menos en épocas de crisis, momentos en que secularmente aparecen
estos movimientos insolidarios de tinte étnico, de aldeanismo supremacista.
Viene a resultar que el equidistante, además cuando no
puede uno serlo, es el que utiliza esa palabra para descalificar precisamente a
quien no lo es, a quien pone sus argumentos y su voluntad claramente en uno de
los platos de la balanza. Sin dudas, búsqueda de equilibrios injustos ni
cesiones al sedicioso. Como siempre, su superioridad moral les permite manejar
la romana, manipular el fiel de la báscula. Nunca han necesitado argumentos,
pues las cosas de la fe no los requieren. Si ven que no los encuentran para
rebatir los ajenos y hacer de padrinos en una boda morganática, o mejor en un divorcio, está la tradición de recurrir a un bautizo: revisionista,
equidistante, desclasado, o directamente fascista.
El recurso del método. Pero tanto va el cántaro a la
fuente que al final se rompe. Las palabras se gastan, pero los argumentos
también. Hay nervios porque ven que sus soflamas y valoraciones, estos ataques
ad hominem más que a las ideas, sólo encuentran eco ya en parroquias cada vez
más reducidas. De ahí su desconcierto. La crítica ya está en casa, ya viene de
los nuestros, estamos rodeados de herejes en nuestra propia capilla. Si seguimos
así nos vamos a quedar solos, vamos de la excomunión al cisma en nuestro sempiterno auto de fe y las elecciones no
pintan bien. Nos advierten de que hay uno que circula en la carretera en
sentido contrario, pero son todos. ¿No pudiera ser que los equivocados seamos
nosotros?
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