Mis reflexiones acerca de los indultos a los presos del
procés necesariamente entran más en el terreno de las quejas y las dudas que en
el de las propuestas, pues hablamos de cosa hecha, no de un plan en el que quepa
matizar o influir, algo siempre fuera de nuestros cortos alcances.
Lógicamente hay posturas enfrentadas acerca de ellos. Los que
se oponen cuentan con razones y argumentos de peso. A mi juicio, más y mejores
que quienes los defienden, que también tienen los suyos. Por su forma de
hacerlo y lo peregrino de muchas de sus afirmaciones y razonamientos, estos últimos acaban por generar
más dudas y oposición que convencimiento. Si renunciaran a la argumentación de
baratillo conseguirían más apoyo entre la gente, menos estúpida y olvidadiza de lo que ellos
piensan.
La torpeza y mendacidad de algunas declaraciones del gobierno (venganza, revancha) hacen que lo que podría haberse interpretado como una muestra de estiramiento respetuoso de la ley, de seguridad y confianza del Estado en sus fuerzas, aparezca como debilidad y desafuero. Puede aparentar una continuación del fracaso del Estado, de los gobiernos sucesivos, del cuerpo diplomático y de todas las instituciones a la hora de construir un discurso potente y legítimo para contrarrestar el relato, falso pero eficaz, de la parte nacionalista. Tanto dentro de Cataluña como internacionalmente, el discurso necesario por parte del Estado, cuando no inexistente, ha sido desmañado. Ha habido mucha torpeza. Algunas veces ni siquiera eso, solo inacción.
La izquierda más disolvente y vocinglera, como la derecha más
extrema, en exceso catacúmbrica a mi entender, también ayudan poco a que
veamos las cosas, incluso los indultos, con calma y sensatez. Para defender los indultos cuestionan algunos
la sentencia, la legitimidad y desarrollo del juicio, el tribunal, la entera justicia.
Inexplicablemente del brazo de los separatistas intentan desacreditar,
desactivar precisamente lo que nos ha salvado: la justicia, las fuerzas del
orden público y el discurso oportuno y clarificador del rey. Alrededor de
juicios, sentencias e indultos, continuamente se intenta presentar la ley, tanto como a sus intérpretes y ejecutores, como un enemigo a derribar, y para ellos sin duda lo es, como
para todo aquel para quien las leyes sean un estorbo. La única forma de
arreglarlo es nombrando ellos jueces más afines a sus ideas. De forma que el
aspecto legal es central en el debate. La resolución del Supremo acerca de los
indultos limita el alcance y reduce el campo de actuación del gobierno al
terreno de la conveniencia, más que al de la justicia. Nada que rascar por ahí,
aunque no pocos sigan con su raca-raca.
Durante la pandemia abundan los epidemiólogos; con la
justicia ocurre igual, todos son desde hace un tiempo doctores constitucionalistas
o penalistas. Si no, siempre hay un magistrado que escribió un libro, hizo un pregón
o que vegeta rumiando sus rencores en los arrabales del gremio, que nos da la
razón. El Supremo, como el Constitucional o el TSJC, son unos señores que
pasaban por allí, parece ser, y que ya que andaban por esos andurriales fueron
nombrados. Lo fueron por varios partidos. Es cosa que olvidan, como que sus
fallos suelen ser unánimes.
Entre los argumentos que aportan, que más debilitan que
refuerzan sus posturas, está el decir que la sedición es figura vetusta, como
la rebelión. No es la antigüedad cosa que deslegitime inevitablemente una ley o
una figura penal. En algunos estados de USA aun hoy se atienen algunas
sentencias a lo dispuesto en las Partidas de Alfonso el Sabio, heredadas del
México hijo del Virreinato de Nueva España. El asesinato es figura antigua, ya
desde Hammurabi y, hasta donde yo sé, no hay proyectos para eliminar tan
antañona prevención de los códigos de ningún país. Como argumento para achicar
las trabas legales a la sedición y a otros delitos, no diremos que es flojito;
es pura chatarra. Sin embargo, de forma tan paradójica como operativa y oportuna,
actual y reluciente como moneda recién acuñada, brilla la ley que regula el indulto,
que es de 1870, y que apela a la gracia regia. Este equivocado argumento, pendular
a conveniencia, es más utilizado que honesto, traído por los pelos, hay que reconocer.
En realidad, es de esas afirmaciones que ni siquiera son falsas.
Se equivocan gravemente, como siempre, los que para defender
la conveniencia de los indultos intentan desacreditar la sentencia y a los magistrados
que la redactaron. Es impecable, como lo fue el juicio. Y generosa, dada la gravedad
de los hechos. No debe ir por ahí la cosa. Esos que disparatan poniendo en duda
la calidad democrática y limpieza del juicio son los mismos que en el Parlament,
en los manejos y abusos de la Generalitat y en la prensa que cobra un sueldo pagado
por todos, pero de manos nacionalistas, nada vieron inquietante o merecedor de similares
espantos. Su desinterés por la democracia es patente. Su opinión es poco
relevante, van a otra cosa. Sin embargo, entre sus muletillas está esa del “no
te oí yo decir…”
Dicen que este bondadoso trato, este pelillos a la mar, es propiciador
del diálogo. Mal vamos. Nadie, por el mero hecho, aunque gravísimo, de
quebrantar las leyes y usos de la democracia, de promover un levantamiento
popular desde el poder para arramblar con la Constitución y el Estatut, merece
que se negocie un armisticio en el que el independentismo derrotado trate de tú
a tú con el Estado para vulnerar leyes, consolidar abusos y perpetrar otros
nuevos. Más bien al contrario, deberían saber que los tratados con los que se
cierra un conflicto llevan al perdedor a ceder más que a ganar. Y a pagar los
platos rotos, los gastos e indemnizaciones de guerra. La tradición pastelera y
rendida al chantaje ha ido dando por buena la perversidad de que ellos nunca
han arriesgado nada. Sus apuestas no podían ser sino ganadoras. O llevaban a
una nueva cesión del contrario, es decir, de la mayoría, o al menos se
conservaban los avances conquistados. Hay que empezar a hacerles saber que
estas aventuras deben de tener un coste. Que pueden perder parte de lo que ya
tienen, posibilidad que nunca han contemplado, ni unos ni otros. Desde
competencias indebidamente traspasadas, más viendo la deslealtad con la que se
ejercen, hasta la misma autonomía, que podría ser intervenida durante un
período suficientemente largo y con un alcance que permitiera desmontar la red
clientelar, las estructuras educativas de hacer país, muestra de que no existe
tal cosa, el control dictatorial de unos medios de comunicación públicos
puestos a disposición de unos partidos contra la mitad de la población, o las
embajadas dedicadas a corroer la imagen internacional de España. En realidad,
hasta que en la Generalitat no haya un gobierno dispuesto y capaz de hacer esas
cosas, no tiene arreglo la cuestión, todo son remiendos de tente mientras
cobras. Eso de la conllevanza, que en catalán procesual se dice peix al cove.
Son precisamente ciertas defensas que leemos acerca de los
indultos, como los anteriores sofismas, lo que acaba por hacerlos más difíciles
de digerir. Argumentos de baratillo, datos falsos o equívocos, asunción de un
relato victimista, de una particular y sesgada interpretación de la Historia,
contradicción ideológica con que desde los arrabales de la izquierda se dan por
buenas ideas que se oponen frontalmente al que antaño fue núcleo de su doctrina,
lo que desvela más oportunismo y afán disgregador que racionalidad y aprecio
por los valores de igualdad, justicia y solidaridad. Malos argumentos los que
utilizan los que desean y proponen más una España de territorios diferentes que
de ciudadanos iguales. Tendrían que ir haciéndoselo ver.
Hacer política. Sin duda. Los independentistas no han dejado
de hacerla. Siguiendo de cerca a Maquiavelo y a Al Capone, eso sí. Los indultos, como la aplicación del 155, también son política y el mayor argumento a su favor lo ha proporcionado nada
menos que Elisenda Paluzie, advirtiendo a la peña que su concesión los deja en
pelotas argumentales ante ese mundo que les mira, aunque menos y peor de lo que
quisieran. El Puchi queda en una posición surrealista, agarrado a la brocha del
exilio pero sin esa escalera de agravios imaginarios haciendo de peldaños. Intentarán
que este intento beatífico de no darles razones de queja pase por demostración
de que les dan la razón, algo que también escucharemos en las bocas peor
conectadas a los magines que se supone las dirigen. El fugitivo languidece en
un limbo con nombre de derrota, huido demasiado lejos para que le alcancen
estas medidas de gracia y vendrá resultando un gasto demasiado oneroso para las
menguadas y divididas arcas indepes. Ya es un estorbo fantasmal hasta para los suyos.
Cuando se le pide al Estado que haga política se le viene a exigir que ceda, que negocie, que trate de tú a tú a quien no quiere ser nosotros. Efectivamente deberían hacer política. Es decir, apurar lo que su poder legítimo y las leyes pongan en sus manos para destruir el relato independentista y acorralarlos dejando de pensar que los pagos sucesivos, la independencia a cómodos plazos, la actitud franciscana hacia el hermano lobo, son la solución. Esperamos los gestos por la otra parte, lo que resultaría inédito, si es que se producen. Nunca estarán contentos. Sólo la independencia, etapa en la que iniciarían los lloros para reivindicar ampliar el espacio vital a sus paisos. Reclamarían nuevas e inventadas deudas históricas y, como ya anunciaron, no se sentirían concernidos por las deudas del Estado ni por ninguna otra obligación. Sus dirigentes son esencialmente deshonestos y chantajistas. Carne de psiquiátrico cuando no de presidio. Combatir esos delirios sería el marco, la base de partida para cualquier política. No caben estrategias de apaciguamiento, de ahí mis dudas acerca de la pertinencia, incluso del efecto balsámico de los indultos. De producirse, no será en los indultados. Nada es ni será nunca suficiente. Toda cesión pone la base para nuevas peticiones, así ha sido siempre y siempre les ha ido bien. Hay que cambiar el panorama, las reglas de la partida. Ellos también pueden perder, no hay que dar por buena la estrategia de que ellos nada arriesgan. Cuando pone uno en el tapete unas fichas, si la jugada sale mal se pierde lo apostado. Queda uno peor. Hay peligros que asumir. Un jugador que recoge lo ganado pero nunca paga las pérdidas se ve animado a multiplicar eternamente esas apuestas sin riesgos que los nacionalistas llevan decenios practicando. Es imprescindible hacerles entender que ellos también arriesgan algo, que esa partida amañada ya no da más de sí. Sería buena cosa ir retirando las competencias que se ejerzan de forma desleal, ilegal y perjudicial para sus administrados, aunque beneficien a algunos de ellos.
No hay necesidad de mesas de diálogo, otra cesión bastarda.
Para eso se inventaron los parlamentos. Reunirse en privado con los dirigentes
nacionalistas, representantes de menos de media Cataluña, tratando al Estado de
tú a tú como fuerzas iguales en cuanto a legitimidad, no diré que es empezar
mal, sino seguir a peor. Partiendo de la ruina hemos conseguido llegar a la
miseria más absoluta.
Poniéndose uno en la posición de Maquiavelo, es decir bajando
a su terreno, yo estaría a favor de los indultos. En el fondo, dañan gravemente
al independentismo más radical y lo desarma internacionalmente, pues la acción
de los gobiernos, desde antiguo escasa, rendida y vacilante, se ha limitado a una
inactividad pusilánime, sin objetivos claros, siempre a la defensiva y
deficiente en sus formas, que ha dejado el relato en manos de los enemigos de
la democracia, presentes en todo el país. Estaría de acuerdo con muchos matices y condiciones. Con
pedagogía y claridad, explicando las cosas sin tomarnos el pelo, como una
muestra de fortaleza, no de debilidad. Pero hay muchos problemas que privan de
gran parte de su virtualidad curativa a estos indultos. Primero por la persona
que los impulsa, una veleta movida por los aires más tormentosos, las más de
las veces en la dirección que conviene a él y a sus socios más que al país. Les
resultará difícil convencer a los electores de que obran más por interés
público que personal y partidista, algo que sería novedad. Sin duda, Sánchez debe de tener sus
principios, aunque nadie sabe a ciencia cierta cuáles son, por cambiantes y
porque su patológica falta de palabra le han privado de cualquier resto de
credibilidad. Segundo, por su extrema torpeza, que es la opción más favorable a
la hora de valorar el desvarío de calificar de venganza o revancha el
cumplimiento de la sentencia de un tribunal en un juicio justo, que todo el
mundo vio, como había visto y sufrido los hechos enjuiciados.
Aunque tendrán que ser aplicados de forma individual,
adaptados a las condenas de cada uno para hacerlas extinguir, en realidad es un
indulto colectivo, una amnistía grupal, un engendro legal. Doctores tiene la
iglesia. Nos cuentan que es una forma de salir, como sea, (es decir, de
cualquier forma) de un problema que nos creó el PP de Rajoy. Hace falta rostro,
esclerosis facial y desmemoria. Hay que rebobinar más: hasta los 40 años de
chantajes aceptados por PP y PSOE; también recordar a Maragall y a Zapatero,
promotores principales del marrón, junto al igualmente desbordado Artur Mas. Mirar atrás ayuda poco, aunque siempre es
necesario. Pero para ver cómo podemos corregir el rumbo sin perder los principios, quien algunos conserve.
La culpa del crimen es del criminal, no cabe atribuirla a la víctima
reprochándole no haber protegido suficientemente sus bienes o su vida. Casi todo
el argumentario al que se recurre es mercancía averiada. Hay penuria argumental
y, en no pocos casos y personajes, ruina moral. Son los riesgos de poner al
futuro por testigo, cuando el pasado resulta poco amparador de las decisiones
que se toman.
Esquerra y Junts se enfrentan a un horizonte judicial grave.
Hay muchos juicios pendientes, con sus previsibles penas y, lo que no es menos
gravoso, dineros que devolver y multas que pagar. Judicialización de la
justicia, repetirán. Piden una amnistía general, lógico, a muchos les espera la cárcel,
la ruina o ambas cosas. Consecuencia del procedimiento artero y habitual de
acogerse a sagrado, de parapetarse tras los muros de la política, nombrando
para cargos o incrustando en listas electorales a delincuentes para luego poder
decir que se persigue a políticos, no a criminales, especies a veces
indistinguibles en el principado. No hay ni habrá indulto para tantos. Algunos
de ellos serán los mismos ahora indultados. Y el indulto no admite reincidencia,
como los delitos que perdona.
El mejor y tal vez único argumento a considerar para conceder
estos indultos con una pinza en la nariz y un Valium en la boca, es ver si
convienen. No intentemos argumentar nada más porque la jodemos. Sólo podríamos
tolerar, y con la nariz tapada, los indultos como un mensaje a Europa y a la
parte de los catalanes seducidos por este montaje pero que aún conservan una rendija
mental por donde se pudiera colar la razón. Es decir, los que no cobren de la
industria indepe, que los que sí viven de ella son irrecuperables, al menos
hasta que dejen de cobrar. Nada cabe esperar de ese mundo ensimismado, no les
es posible plegar velas, reconocer que engañaron a todos. Hacer cierto que concederlos es demostrar la fortaleza
del Estado requeriría mostrar y proteger esa fortaleza de la que presumen
muchos que han trabajado más para debilitarlo que para reforzarlo. Poca robustez
puede exhibir un país que tiene como socios y apoyos del gobierno a varios de sus peores enemigos.
Desde luego no se hace más fuerte a un Estado desarmándolo jurídicamente,
modificando figuras penales más para propiciar que para evitar delitos como
los que se van a indultar. Reducir penas y despenalizar la convocatoria de un referéndum
ilegal no deja de ser una curiosa forma de evitar que se produzcan otros. De
las funciones del cumplimiento de las penas, ni se ha dado la reinserción,
ligada al arrepentimiento, tampoco hay posibilidad de resarcir a la sociedad de
los daños causados, y renunciamos para colmo al ejemplo y advertencia a
navegantes. Legislar por encargo de la parte contratante de la segunda parte es
lo que tiene. Los discursos con que se intenta sostener estas cosas, como
vemos, son simple morralla argumental. Uno puede seguir tomando drogas,
reconocer la propia impotencia para dejarlas, pero no argumentar acerca de su
conveniencia. No argumenten, los indultos son más fáciles de conceder que de
justificar. Su conveniencia, dudosa pero posible, hay que buscarla por otras
veredas. Hay que recordar que estamos entre trileros.
Lo cierto es que más tiempo están en a calle que en la celda.
Dada la blandura y laxitud con que cumplen las condenas, que en presidio les
falta una pérgola y un estanque con nenúfares, a lo que se añade que pronto
tendrán derecho a la libertad provisional y más cuando, tomadas las medidas que se anuncian, se
les haga el traje ajustado a su talla por la revisión de la figura de la
sedición. Las cosas así, tal vez le convenga al Estado mostrar generosidad,
aparentar fuerza dando indultos. Decía el Quijote que «Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea por el peso de la dádiva, sino por el de la misericordia». Si entramos a considerar que tal generosidad
sea un pago a cambio de apoyos, que en esta decisión hay más debilidad que
fortaleza y otros condicionantes similares, llegamos a la melancolía. Sabemos
que la vida no es justa, pero no busquemos argumentos para encontrar bondad y
justicia en que nos caiga una teja que alguien ha dejado suelta. Se sufre y
se aguanta si no hay otro remedio, pero no se dicen gilipolleces.
La coherencia, el respaldo de haber seguido con anterioridad
una trayectoria sin meandros ni regates que buscando la ruta más cómoda en cada
momento acaban por llevarnos a un mal sitio, así como la costumbre de honrar la
palabra dada, hacen previsibles y fiables a las personas. Tal vez los independentistas
hayan encontrado en Sánchez una cuña de su propia madera. Haciendo del defecto
virtud, los que vienen años presumiendo de astucia y de bordear las leyes por
la parte de fuera (en los mejores casos), pudieran acabar siendo los burladores
burlados por alguien de su misma escuela de apuestas fuertes, pero más astuto y
mejor tahúr que ellos, que ya reconocieron que iban de farol. Teniendo en
cuenta que la gobernanza del principado, tras decenios a merced de orates tan alucinados
como bien retribuidos, no ha ido haciendo sus levas precisamente entre los más
listos, pudieran acabar cayendo en las trampas argumentales que hasta ahora tan
buenos dividendos les han reportado. Incluso pusieron una pica en Flandes. Si
esto va de relato, si estamos entre locos, si todo es ilusión como dijo el Supremo,
quizás los indultos, infumables casi sismpre desde la decencia y la justicia, pudieran ser
útiles para empezar a desportillar ese relato que ha calado en las mentes más
perezosas de dentro y de fuera. Sería su única virtualidad positiva. Tal vez
convenga otorgarlos aunque solo sea por joder. Para los afectados es pura
homeopatía. No les sanarán. Es muy difícil, además, que nadie entienda algo
cuando su sueldo depende de que no lo entienda. Y hay decenas de miles en esa
situación. Nada cabe esperar de ellos. Pero los indultos podrían debilitar la
ponzoña del relato nacionalista, siempre basado en el impostado victimismo. Que
somos mejores que estos bandarras, es algo sabido, incluso por ellos mismos. Y
con diferencia. Presumamos de bondad. Si hacer de san Francisco de Asís tampoco
funciona, estaríamos en la peligrosa situación de que los cartuchos que nos quedan ya no son tan de fogueo, que es tal vez adonde
los más indecentes nos quisieron llevar.
Debería ser un ultimátum expreso, no un paso más en el rosario de cesiones, un rosario más parecido al de la Aurora que al de la justicia. Dicen que volverán a repetirlo, aunque cada vez más solos y con menor convicción. Átense los machos tanto los que concederán el indulto como los que lo reciben. Si, a pesar de lo dudoso de su procedencia, ese mundo levantisco volviera a las andadas ya no podríamos seguir con los juegos florales. Deben saber, habría que demostrarles para que lo aprendan que, como hemos repetido antes, en una partida también se puede perder, que esta la han perdido ya y que la autonomía puede ser legalmente suspendida y no por unas semanas. Que no olvide nadie que las cárceles siguen existiendo.
Buenos días, Pepe. Como siempre, muy interesantes tus argumentos y planteamientos generales. Con el final, en cambio, me cuesta estar de acuerdo. Quizás vivir aquí imprima un sesgo a mi forma de ver —y de entender— las cosas, pero creo que un indulto, sin acto de contrición previo, será un error que pagaremos muchos —no todo, claro, los independentistas y el Sr. Sánchez aferrándose al sillón, no— en un futuro no demasiado próximo. Hay unas reglas del juego. Si se rompen y no se corrige la deriva, ya veremos donde conducen los vientos a un bajel desarbolado. Un abrazo.
ResponderEliminarSabes que llevo muchos años siguiendo con interés, con pasión diría, un problema que considero más entre catalanes que entre ellos y el resto de los españoles. Nuca he comprado un solo argumento de los separatistas, ni de los que les apoyan desde allí o desde otros lugares de España. Un error gravísimo de la izquierda que ha confundido desde siempre churras con merinas. Haber sido o dicho ser antifranquistas en su momento, los pocos que lo fueron que esa es otra, hoy en día es algo fantasmal, pero que inexplicablemente ha llevado a que a esos personajes más cerca del fascismo que de la democracia que han parasitado las instituciones catalanas en beneficio de su parroquia, tengan un predicamento entre una izquierda desnortada que da por buenos muchos de sus argumentos. No digamos las palabras, que es un espanto cómo se les permite malversarlas y se llega a usarlas también: venganza, represión, presos políticos, necesidad de mñás autogobierno. No digamos eso de derecho a decidir y otras entelequias.
EliminarComo decía, o intentaba decir, en mi epístola no encuentro ni un solo argumento que justifique los indultos, menos mientras no pidan perdón a los que engañaron, y por los abusos criminales de unos meses para redordar. Todo gravísimo. Imperdonable. Vendo a decir que doy por hechos los indultos, que han decidido concederlos. Pero que no me argumenten razones, porque op hay ninguna. Solo es admisible que nos digan que creen que convienen, y partir de ahí discutir sobre ello. No sobre argumentos legales, históricos, sobre supuestos errores de las víctimas de sus abusos y demás brozas argumentativas. No llevan razón.
Seguramente llevas razón en la necesidad de respetar y hacer cumplir las reglas del juego, las leyes, y tú mejor que yo lo sabes y los vives. Siempre he intentado ponerme en el lugar de quien viva hoy en día en Cataluña sin haberse sometido a (o mimetizado con) los separatistas. Debe ser insoportable. No sé si el resto de España ha estado a la altura respecto a ellos, que en momentos se habrán sentido solos, dejados de la mano de Dios y del Estado. También hubiera sido deseable más presencia por su parte, cosa siempre difícil, cercana al heroísmo, dadas las circunstancias y la apisonadora institucional y mediática sometida a estos orates que viven de esa industria del lloro y el agravio. No tiene narreglo la cosa por estas vías. COmo nunca estarás satisfechos, nada más hay que concederles; al contrario. Pienso que llegará el momento de recortar competencias y reforzar la presencia del Estado en todos los territorios si queremos vivir en un país de ciudadanos iguales ante la ley.
La dependencia del gobierno actual, más que nunca, de estos apoyos, hace que todo venga a ser una compraventa. Y de esta necesidad de apoyos para formar y mantener gobiernos en Madrid siempre han sacado petróleo.
Me preocupa esa mesa de negociación anunciada tanto o más que los indultos (sin ellos estarán en la calle pronto, pero no es igual que mediante un iduloto, que venfderán comno reconocimiento de un error o un agravio). No sé que es lo que hay que negociar. Para eso están los parlamentos, no unos despachos y unos chalaneos con trileros. Esto va siendo desesperante. Y complejo, lo que nos lleva e entrar en contadicciones, como me ocurre a mí con los indultos, que no comparto pero soporto. Tal vez lo único que quede es cumplir la ley a rajatabla, salte o raje. Y si hay que soprimir la autonomía durante unos años, se hace.