sábado, 3 de octubre de 2020

Epistolilla de los cronicones

 

A veces se ve uno en Facebook, un antro de perdición, debatiendo sobre Historia, sobre hechos más o menos lejanos, sobre su sentido, posibles causas y consecuencias o acerca del papel de sus principales protagonistas. Hace falta ser iluso, harto de leer por esos andurriales la caricatura con que se simplifican y se deforman hechos actuales, episodios que uno ha visto con estos ojitos y declaraciones que ha escuchado con esos cartílagos que llevamos adosados a ambos lados de la jeta. Con dos palabras despachan hechos y situaciones complejas y quedan la moral y la conciencia a gusto. En el caso de tenerlas.
A veces, por hacerles el favor de que no lleguen a pensar que todo el mundo mundial piensa como ellos y sus parroquias, lo que les evitaría en ocasiones hacer el ridículo fuera de su feligresía unánime, uno pica y entra en debate. Llega así a la conclusión de que bien está como ejercicio mental, pero que nada se gana peloteando argumentalmente contra una muralla antañona y sin poternas. Las ruinas se acaban cayendo solas, para qué perder el tiempo. Caen por las granizadas de la realidad, por los vientos de la razón y por el propio peso de tanto pedrusco con tan escasa cimentación. Mejor confrontar lo que uno piensa, que no tiene por qué ser acertado, con buenos libros, que los hay, casi siempre los que los aludidos evitan leer. Y así les va.
Igual intentan, también con escaso éxito, sembrar las semillas de su verborrea deformante sobre los bancales de acontecimientos algo más lejanos, pero también vividos, disfrutados o sufridos por nuestra sociedad, interpretados y asimilados en su momento, y soportamos hoy que te cuenten algunos orates qué es lo que pasó cuando tenías veinte años. Habría que salir al quite pues la cosa es grave, convendría impedir que los más jóvenes acaben quedándose con la versión alucinada de un fanático. A veces esas continuas enmiendas a la totalidad son simplemente cara dura, que no hay que considerar incompatible con el fanatismo, muy al contrario, o es falta de cuajo mental, que todas esas virtudes y otras peores se pueden atesorar a la vez. No quiero poner ejemplos por no ofender y mucho menos iniciar debates estériles, pues es como intentar razonar con un monofisista, un arriano, o con cualquier otro tipo de creyente. El dogma propio de la rendida militancia ideológica es filtro engañador, anestesia para la autocrítica y parapeto frente a la razón y a la verdad. La parroquia está para apuntalar los desatinos con sus megustas, traducción actual de la palabra amén.
¿A quién le va a dar usted la razón, a mí o a sus propios ojos? que decía Marx (Groucho). Con estos mimbres, esos predicadores que nos quieren contar el presente, decirnos que no vimos ni vemos lo que nuestros ojos nos han ido contando, ni escuchamos lo que escuchamos, esos mismos u otros con igual fuste son los que nos quieren relatar nuestra propia historia, reescribirla, imponerla. Surrealista, aunque afortunadamente sea un esfuerzo inútil. La Historia, por ahora, no se lee en el BOE, aunque llegaran al desatino y al abuso de escribir allí algunos capítulos bien seleccionados.
A veces nos engañamos a nosotros mismos, endulzamos nuestros recuerdos, difuminamos episodios poco afortunados y resaltamos los que nos parecen más edificantes. La memoria es muy elástica; no nos podemos fiar ni de la propia. Como para dar por buena la ajena, encima de quienes ni hoy ante testigos vivos intentan someterse a los hechos reales y a la verdad.
Que sepáis que no lleváis razón, bandarras.

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